Nombre: Carol WilsonEdad: 19Altura: 1.65 mPeso: 41 kg
HISTORIA Y ORIGEN:
Carol era una niña de once años. Iba al colegio todos los días. Vivía con sus padres y hermanas. Era muy organizada y muy inteligente. Le encantaba ser amable y no tener problemas ni inconvenientes con la gente; era muy querida por sus valores. Pero había algo extraño en ella: una segunda personalidad. Ella sabía controlarla y se centraba más en ser amable; sus hermanas lo sabían porque se contaban todo y eran muy cercanas.
Un día, cuando volvían del colegio, la voz de Carol dijo: "Despiértame, despiértame, muéstrame quién eres realmente". Carol miró hacia otro lado por un milisegundo; sus hermanas no se dieron cuenta. Llegaron a casa y su madre les preparó la comida. Comieron y fueron a su habitación a contarse cosas, como eventos del colegio. Al día siguiente, volvieron a su rutina.
Pero Carol se sentó en su escritorio en el colegio y se sintió cansada y agotada. Se durmió unos minutos. Cuando se despertó, se sintió estresada y ansiosa, sin saber por qué. Posiblemente, cuando se durmió, su otra personalidad se despertó. Sus hermanas la vieron y le preguntaron: "¿Estás bien, Carol?" Todo el día se sintió estresada y enojada.
Cuando llegó a casa, fue al baño a cepillarse los dientes, pero cuando se miró en el espejo, vio que uno de sus ojos no coincidía: la pupila era azul cuando ella tenía los ojos negros. Escuchó un susurro que decía: "Despiértame". No entendió qué estaba pasando, fue a contarles a sus hermanas, pero se dio cuenta de que la casa estaba vacía. Ni siquiera sus hermanas y sus padres estaban allí; solo se escuchaban esos murmullos que le decían lo mismo. Ella gritó pidiendo auxilio, pero nadie estaba allí. Era como si fuera una pesadilla, pensó.
Escuchó unos pasos, fue a esconderse y a buscar un teléfono para pedir ayuda, pero no llegó a esperar nada. Se dejaron de escuchar los pasos cuando sonó una melodía que le resultaba familiar. La melodía era manipuladora, y en ese momento cayó dormida en el baño, encerrada. Cuando despertó, pensó que era una pesadilla, que en el momento en que fue al baño se desmayó. Se miró al espejo; apenas vio su rostro y más sus ojos, se dio cuenta de algo. No gritó, ni siquiera se sorprendió, solo le gustaron sus bellos ojos negros con una sola pupila roja. Se mordió los labios, haciéndolos sangrar, y permaneció así durante 6 minutos contemplando su reflejo.
Fue a su cuarto y, al ver una máscara que había hecho en primaria, que aún le podría quedar, aunque estaba algo dañada por el tiempo, se la puso y encajaba perfectamente. Ella se sentía tan feliz; su personalidad cambió al instante, el lado amable desapareció y solo quedó un vacío negro que ella solo podía despertar en aquellos que no veían la verdad. Furiosa por sus pensamientos, tomó un cuchillo y una botella, la rompió y se cortó con los vidrios al caer.
Sus hermanas, Janeth e Iris, salieron a buscar algo a escondidas o, más bien, a espiar a Carol para saber por qué no llegaba. Carol las vio de reojo, sabía lo que iba a acontecer. Janeth se acercó y tocó su hombro; automáticamente, Carol la cortó en la garganta con la botella y lanzó el cuchillo a Iris, acabando con sus vidas. Para asegurarse de que no quedaran vivas, pegó sus cabezas al piso con su pie, destrozando sus cráneos. Mamá estaba sola, durmiendo, sin saber lo que había pasado; solo se escuchó un grito. Dos cuchillos quedaron enterrados en su cabeza en símbolo de triángulo. Se escucharon sirenas de policía y quejas de los vecinos diciendo que era una asesina, pero ella solo lo aceptaba.
Cuando estaba en el camión con las esposas, aproveché el momento: hice que los policías chocaran, interrumpiendo al otro que me agarraba y dándole un cabezazo al que conducía. Yo sobreviví; mis esposas se rompieron en el impacto y fui. Fui lo más discreta posible para que no me vieran. Me metí en una casa fuera del vecindario y agarré un cuchillo de la cocina —que, afortunadamente, ya estaba afilado—. Fue cuando encontré a alguien, al famoso asesino "Jeffrey Wood". Ni yo misma lo reconocía. Me tiré el cuchillo; lo agarré y corté solo una parte de mi cintura. ¡Qué masoquista era y un poco lo sigo siendo con mi nueva vida! Vio que no era una amenaza y me pidió que lo acompañara con esa sonrisa infinita y esos ojos que no pestañeaban.
Él me hizo adentrarme en un bosque, donde encontré a un hombre alto, sin cara y con tentáculos. Era Slenderman, y dijo: "Despierta, despierta tu verdadero ser".