Todo comenzó cuando una pequeña ciudad en Kansas fue puesta en cuarentena. Al principio, el gobierno que era un brote de una nueva enfermedad viral, algo similar a la Gripe pero más agresiva. Nadie prestó demasiada atención, ya que cosas así habían ocurrido antes. Pero semanas después, las noticias dejaron de cubrirlo la información desapareció.
Me enteré de lo que estaba pasando por que un amigo mío, Mark, trabajaba para una compañía subcontratada por el gobierno, encargada de construir zonas de contención. Su última misión había sido cerca de Manhattan, en una base subterránea en desuso.
Mark me llamó en pánico una noche.
—No es un virus—me dijo, con voz temblorosa—. Es algo… vivo. Algo que trajeron del océano después de ese ataque en Nueva York.
No entendía a que se refería, pero me explicó que su equipo había estado construyendo un laboratorio subterráneo cuando descubrió un contenedor sellado. Dentro había lo que el describió cómo un “fragmento biológico” del monstruo Cloverfield. Parecía, pero el calor de la excavación había reactivado algo en su interior.
—Se propagó —me explicó—. Y ahora está mutando a las personas.
Antes de que pudiera pedirle más detalles, la línea se cortó. Intente devolver la llamada pero no respondió.
Unos días después, comenzaron a aparecer rumores en redes sociales. Videos filtrados mostraban personas en cuarentena con síntomas extraños: piel translucida, ojos que brillaban en la oscuridad, y cuerpos que se movían como si algo los controlara desde dentro.
Los infectados no se comportan como humanos. En uno los videos, una mujer se tambaleaba por un pasillo oscuro, sus movimientos eran espasmódicos. Cuando alguien trato de ayudarla, su mandíbula se dislocó y emitió un grito desgarrador que hizo caer las luces del lugar. En la oscuridad, solo se escuchaban sonidos húmedos, como algo desgarrándose, y luego un silencio absoluto.
Otra grabación mostró a un grupo de soldados enfrentándose a lo que parecía una masa enorme informe de carne, adherida a las paredes de una instalación subterránea. Era como si el fragmento del monstruo se hubiera se hubiera convertido en una colmena orgánica, una entidad viva que se expandía y absorbía todo a su paso. Podía oírse un zumbido bajo y constante, como si la cosa estuviera respirando,
Mark volvió a contactarme días después, pero su voz era diferente. Mas roca, más lenta.
—Es demasiado tarde —susurró—. Esta en el aire, en el agua… dentro de nosotros
Intenté preguntarle dónde estaba, pero solo dijo algo que heló la sangre:
—No somos inmunes. Solo somos estamos incubando algo.
Luego colgó.
Esa misma noche, mientras intentaba dormir, note un zumbido en mis oídos, un sonido bajo y persistente, como el que se escuchaba en los videos. Pensé que era mi imaginación, hasta que vi algo moviéndose bajo mi piel.
Me levante de golpe y corrí al baño. Encendí la luz y mire mi reflejo. Bajo mi brazo, algo se agitaba, como si estuviera vivo. Sentí un dolor punzante, y antes de que pudiera reaccionar, una pequeña protuberancia se abrió, dejando salir un líquido negro espesó.
Intente buscar ayuda, pero las líneas telefónicas ya no funcionaban. Las noticias habían dejado de emitirse la ciudad estaba desierta. Por las noches podía escuchar gritos lejanos y un eco constante, como un rugido profundo que vibraba en el aire.
No sé cuanto tiempo me queda, pero se que esto no es un simple brote. Es una infestación. Y lo peor de todo es que no es algo nuevo. Es algo antiguo, algo que siempre estuvo aquí, dormido bajo nuestra ciudades, esperando el momento adecuado para despertar.
El monstruo de Cloverfield fue solo el comienzo. La verdadera amenaza siempre estuvo dentro de nosotros.