En el siglo XVII, en el aislado pueblo de Valdelobos, el amor era un privilegio solo si seguía las reglas de la Iglesia y los hombres. Todo lo que escapara a lo "correcto" era considerado perversión. En ese entorno oscuro y controlador, vivían Siria y Nirea, dos jóvenes que crecieron entre el silencio de los árboles y los cuchicheos del pueblo.
Desde pequeñas fueron inseparables, pero a medida que crecieron, su conexión se volvió algo que ni ellas mismas sabían cómo explicar… solo sabían que se amaban. En secreto, se enviaban cartas ocultas entre las costuras de la ropa que Nirea remendaba para Siria. En los días de feria, cuando todos iban a la plaza, ellas se escapaban al bosque, donde podían tocarse las manos sin miedo, donde los besos no eran pecado.
Ambas sabían lo que ocurría a quienes desafiaban las normas. A escondidas, habían escuchado historias de jóvenes colgados en la plaza, mujeres lapidadas por “brujería” que en realidad eran culpables solo de amar a otras mujeres. Siria una vez vio cómo arrastraban a un hombre, Tomás, por haber sido sorprendido con su mejor amigo en la parte trasera de una granja. Lo colgaron al día siguiente. Su rostro quedó como advertencia frente a la iglesia durante semanas.
Ellas supieron que, si querían sobrevivir, debían ocultarse.
Así crearon un sistema secreto: tenían un punto de encuentro en el bosque, marcado por un símbolo que solo ellas entendían —una mariposa con alas rotas, tallada en un árbol. Bajo ese árbol enterraban cartas, pequeños objetos, y juramentos de amor. Se comunicaban en público como si solo fueran amigas de la infancia, aunque el fuego que llevaban dentro a veces las traicionaba en una mirada prolongada, en una sonrisa temblorosa.
Pero todo cambió cuando el hermano de Siria las vio besándose en el lago, creyendo que nadie las observaba.
La noticia se esparció como fuego seco. El pueblo no necesitaba pruebas. Bastaba una acusación. La Iglesia las marcó como herejes y servidoras del demonio, asegurando que su "pecado" era una enfermedad que podía contagiar a otras mujeres. A los tres días, las arrestaron.
Sus madres intentaron defenderlas, pero fueron silenciadas. Las ataron una frente a la otra, obligándolas a confesar. Las golpearon, las humillaron. Pero ni una ni la otra negó su amor. "Si amar es pecado", dijo Nirea, "entonces arderé feliz."
Fueron condenadas a morir en el Bosque del Silencio, donde se ejecutaba a los “pecadores” para que ni sus gritos mancillaran los oídos de los santos. Allí, bajo un cielo cubierto de nubes, las ataron a un mismo poste, espalda con espalda. Siria susurró antes de morir: "Si nuestras almas se encuentran del otro lado… que nunca más se separen."
Pero no llegaron a morir.
Cuando el sacerdote levantó la antorcha, una criatura emergió de entre los árboles. Era alta, retorcida,Tenía dos cuellos largos que se bifurcaban en dos cabezas femeninas unidas por la mandíbula, con ojos que lloraban sangre y bocas que aullaban en lenguas antiguas.
Devoró primero al sacerdote, luego a los hombres que sujetaban la hoguera. El pueblo, aterrorizado, huyó en todas direcciones por el bosque, dejando caer antorchas y cruces. Nadie pudo frenarla. La criatura liberó a Siria y Nirea con delicadeza, mirándolas con ojos que, pese a su monstruosidad, transmitían comprensión.
Las chicas, heridas pero vivas, corrieron de vuelta al pueblo, buscaron a sus madres y huyeron de Valdelobos para siempre. Se refugiaron lejos, en una aldea donde nadie conocía su historia. Sin embargo, por las noches, Siria y Nirea aún soñaban con aquel ser. No con miedo… sino con gratitud.
Desde entonces, nadie volvió a entrar al Bosque del Silencio.
¿Quién es Dosnira?
Dosnira es una criatura de origen desconocido. Algunos creen que es el alma fusionada de cientos de personas ejecutadas injustamente; otros dicen que el propio bosque la engendró, alimentado por siglos de dolor. Tiene dos cabezas femeninas unidas por la boca, como si dos almas no pudieran dejar de besarse incluso después de la muerte. Una llora, la otra grita. Una susurra amor, la otra maldice.
Se alimenta de la crueldad humana. No ataca a los inocentes ni a los que aman sin dañar. Solo a quienes juzgan, a quienes castigan, a quienes imponen dolor en nombre de la fe o la pureza. Cada vez que alguien es condenado por amar diferente, el susurro de Dosnira recorre los árboles.