Valeria era una joven de 24 años en busca de trabajo. Había enviado varias solicitudes sin éxito, hasta que una familia llamada Guzmán la contactó para cuidar a su hijo por una noche. Era Halloween, y los padres estarían fuera por una reunión de trabajo. Valeria aceptó sin pensarlo demasiado.
Esa noche, mientras conducía hacia la casa de los Guzmán, escuchó en la radio una noticia escalofriante: "Las autoridades continúan investigando las desapariciones de niños y niñas en la ciudad. Los cuerpos, encontrados desmembrados, han aterrorizado a las familias. Se ha decretado toque de queda hasta nuevo aviso". Valeria estaba tan absorta que casi choca. Su corazón latía fuerte, pero se tranquilizó al llegar a su destino.
Allí la recibieron los padres de Hernán, un niño de nueve años fanático del Halloween. Cada año diseñaba disfraces elaborados y salía a pedir dulces. Pero esa noche tenía prohibido salir por las noticias recientes. Valeria aceptó las condiciones, asegurándoles que se encargaría bien del niño.
Hernán bajó con su disfraz de Batman y le preguntó si podían salir. Valeria le explicó que sus padres no lo permitían. Hernán se decepcionó, pero accedió a jugar juegos de mesa y preparar bocadillos. Pasaron un buen rato, entre risas y dulces. A las 11:58, Valeria lo bañó y lo llevó a la cama.
Después, bajó, se sirvió una copa de vino y puso una película que su amiga Brenda le había recomendado: Terrifier. A la 1:00, a Valeria le estaba ganando el sueño y decidió pegar los ojos, confíaba en que Hernán no se escaparía de la casa.
A las 2:33 fue despertada por los sonidos de mensajes. Brenda le había escrito por WhatsApp: "Vamos a divertirnos" con un emoji de payaso. Valeria respondió molesta, pero otro mensaje llegó: "Vamos a divertirnos". Llamó a Brenda, y al contestar, escuchó una risa tétrica:
—No soy tu amiga. Ella está en un lugar mejor… jaja.
—¿Quién eres? —preguntó Valeria, asustada.
—Mira las noticias, Valeria.
Encendió la televisión. Una joven había sido hallada muerta, sin piel, a pocas calles de allí. Era Brenda.
—¿Te gustó mi obra de arte? —dijo la voz—. Te invito a una gran fiesta en el viejo hospital del pueblo. ¿Por qué no vas a ver a Hernán?
Valeria subió corriendo. La cama estaba vacía. La ventana abierta. Una nota descansaba sobre la almohada: "Valeria, me he ido con Ada a una fiesta especial, donde habrá muchos dulces y juegos".
Salió corriendo y llamó al 911, relatando donde se encontraba la persona causante de las desapareciones, Luego condujo hasta el hospital abandonado. En la entrada, un rastro de dulces llevaba hacia el interior. Encendió la linterna del celular y comenzó a grabar.
—¡Hernán! ¡¿Dónde estás?! —gritaba una y otra vez.
Un grito débil llegó desde el piso superior. Subió corriendo y entró a una habitación repleta de cajas de regalo gigantes. Abrió una. Dentro, los restos desmembrados de un niño. El olor era insoportable, los demás era aún peores, todos eran restos de niños y niñas. era algo inhumano de ver.
luego oyó el grito de Hernán,
Siguió los gritos hasta un pasillo largo y oscuro. Ahí la vio.
Una mujer de cabello negro corto, vestido negro, estaba arrodillada, devorando el cuerpo de Hernán. Su boca chorreaba sangre, tenía un ojo colgando entre los dientes. Al notar la presencia de Valeria, sonrió.
Valeria gritó de horror y, desesperada, tomó un tubo oxidado del suelo. Intentó golpearla, pero la mujer atrapó el tubo con una mano, lo tiró a un lado, y con la otra agarró el brazo de Valeria. Lo torció y lo arrancó con una facilidad inhumana.
La cámara cayó al suelo, grabando la escena mientras Valeria gritaba. La mujer se abalanzó sobre ella y comenzó a devorarle el rostro. Se escuchaban los crujidos de la carne desgarrándose. Luego le abrió el vientre con un cuchillo oxidado y comenzó a comer sus intestinos como si fueran espaguetis.
La cámara capturó los últimos espasmos de vida de Valeria.
Minutos después, la policía llegó al lugar. Había señales de violencia en la entrada. Dentro del hospital, encontraron el celular de Valeria. Revisaron la galería y encontraron el video. Silencio absoluto mientras observaban con horror.
De pronto, las linternas de todos se apagaron. Un susurro resonó en los pasillos
oscuros:
—¿Ustedes también quieren jugar?