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Infierno-en-tierra

"Los logros de tu trabajo son justo merecimiento a tu esfuerzo diario."

¡Muchas felicitaciones a su autor! Esta es una de las creepypastas ganadoras del concurso del mes, se les invita a todos los usuarios a participar.

Extraño un poco la navidad como era antes, cuando todo era mágico y hacía ilusión dentro de mi imaginación. Las velas encendidas, armónicas en conjunto a las coloridas luces del fresco y adornado pino, que yacía en el centro de la cabaña. La sensación de calor acogedor a la que sucumbía mi cuerpo desde la cabeza a los pies, aún sin utilizar algún tipo de abrigo. El mirar por la ventana y visualizar la blanquecina nieve, la ventisca fría que movía la copa de los árboles en total sincronización. El exuberante olor a galletas navideñas recién salidas del horno.

La dulce inocencia, tan dulce como lo eran los bastoncillos de caramelo que tomaba sin pedir permiso, en un acto sutil de travesuras y risas infantiles. Esperar con ansias la hora de abrir los regalos, estar en compartir con la familia y amigos. Todo era perfecto.

Pero poco a poco me di cuenta que todos estos sentimientos iban siendo más y más perfectos con el pasar de los años, que cada vez las fiestas no hacían ilusión en mi, eso se quedaba corto. Las noches comenzaban a tornarse en una sinfonía de frialdad y una conmensurada dicha de satisfacción. Ya no sentía lo mismo por la Navidad. Ahora es muchísimo mejor que antes, ¿Qué pasó para que todo esto sea así?

La penúltima Navidad que celebré junto a mi familia.

Recuerdo que estábamos todos reunidos, hablando de nuestras experiencias y noticias positivas, además de compartir carcajadas con uno que otro chiste de algún pariente. Nada fuera de lo común. En un momento entre la charla de mi madre junto con mis primos sobre sus bodas, decidí dirigirme a la cocina y buscar algo de tomar. Un sonido logró captar mi atención, era como una uña tocando suavemente el vidrio. Volteé y logré ver entre la densa nieve que abarcaba casi la mitad de la ventana a un señor bastante mayor, cubierto hasta la nariz con una bufanda negra. Me sobresalté por dicha presencia, pero luego reí a mis adentros: sólo era un señor mayor, debe estar muerto del frío; así que sin más, acomodé las cosas, tomé mi abrigo y procedí a salir de la cabaña en busca de dicho señor, aunque salir fue difícil por la inmensa cantidad de nieve. El viento soplaba con fuerza, mis torpes pies se hundían, pero ese señor estaba muriéndose del frío allí, y fue mi motivación para continuar por la dificultosa ruta.

Al llegar, pude notar que sí, efectivamente, el hombre de unos 84 años estaba temblando, mirándome desde sus anteojos algo rayados. Tomé su mano y le invité a entrar a mi morada para calentarse un poco, a lo que el dichoso señor asintió. Entramos nuevamente en la cabaña, el hombre sacudió su gran chaleco de lana y acomodó su bufanda, acomodándose en el sillón en vista al árbol decorado.

-¿Quiere una taza de chocolate caliente, o café para calentarse? –Pregunté, sonriente.

-No hace falta joven, muchas gracias. –Respondió el anciano, mientras visualizaba la casa con curiosidad.

Me senté a su lado, y mirando mis guantes color verde, decidí seguir realizando preguntas.

-¿Y por qué rondar en medio de la oscuridad con tal tormenta de nieve?

-Realmente vine porque me di cuenta durante muchos años algo interesante en ésta cabaña. Verás, soy un viejo leñador, ¿sabes la cabaña con arbustos adornados y techado azul? –Asentí– Bueno, allí es donde realizo mis obras de carpintería con los viejos pinos que corto cada tarde. Y pude darme cuenta durante las fiestas, que aquí hay un ambiente bastante feliz y regocijante.

Sonreí y miré la decoración del árbol.

-Y sí, sí que lo es. ¿No es hermoso? –Dije, sin dejar de mantener dicha sonrisa.

-Pues sí, la soledad puede ser hermosa. Pero de aquí viene mi pregunta: ¿No tienes familiares con quien celebrar dichas festividades?

Mi sonrisa desapareció en un acto repentino, y miré al anciano, quien arqueaba una ceja.

-¿S-soledad? –Dije entre tartamudeos, y mis ojos no dejaban de posarse en él.

–Asintió con la cabeza, y puso una de sus manos en mi hombro–Todas las veces que pasaba por este sendero a cortar leña, me daba cuenta que reías y hablabas sola. No sabía si era que estabas cantando o cualquier tipo de cos-

-¿Usted me está tomando por loca? –Reproché interrumpiéndolo, sin dejar de mirarlo fijamente.

-No le he dicho en ningún momento eso, joven. Pero para que usted reconozca que lo que digo es verdad…

El viejo señor se levantó del sillón, y caminó alrededor de la sala, y en una esquina, mirándome y abriendo ambos brazos, dijo:

-¿Acaso ves a alguien aquí aparte de nosotros dos?

Él tenía razón. No había nadie, pero… No entiendo, ¿Y mis familiares, mis primos, mis amigos?

Me levanté anonadada, mirando con total sorpresa la veracidad de las palabras del viejo. ¿Entonces pasé todos estos años en soledad y no me di cuenta?, pero si ellos venían todos los días a visitarme, incluso hoy lo hicieron. Capaz cuando salí de la cabaña ellos se marcharon a sus hogares, pero no sé. No sé que está pasando.

Luego de todo este extraño suceso, que me dejó pensando durante mucho tiempo. Al sol de hoy, sigo esperando a que ellos vuelvan, ya van dos navidades que no hay señales de ninguno de ellos…

De todas formas, qué más da. La gente del pueblo allegado me mira con total miedo cuando me ve. Me han tomado por loca. Incluso he escuchado hablar dichos pueblerinos que mis parientes sólo estuvieron 3 años en dicha cabaña y luego marcharon. Pero sé que eso es mentira, mis parientes siempre estarán conmigo, aunque sea en mi corazón, en mis recuerdos y en el cobertizo debajo de mi cabaña, dentro del congelador. Es sólo cuestión de tiempo para seguir celebrando cada día, juntos, como toda una familia.

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