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En principio podemos definirlo como una criatura fantástica nacida en el seno de la religión Vudú. El Zombie es un muerto resucitado, alguien que ha vuelto de la la tumba, pero no por voluntad propia o afán de venganza. Su retorno es patrocinado por las artes siniestras de un nigromante, cuyo propósito es convertirlo en su esclavo.

Este nigromante, llamado Houngan o Bokor, se jacta de conocer ciertos rituales secretos capaces de resucitar a los muertos y al mismo tiempo reducirlos a criaturas intelectualmente indefensas, es decir, incapaces de librarse de su estado de esclavitud.

La etimología de la palabra Zombie aún no ha sido satisfactoriamente resuelta. Inicialmente debemos admitir que partimos de una base errónea. La forma correcta de escribir Zombie es sencillamente Zombi. El primero es una deformación propia del oído inglés y no tiene relación directa con la morfología del original.

Casi todos los estudiosos coinciden en atribuirle a la palabra Zombie un origen africano, aunque no logran ponerse de acuerdo sobre la raíz específica que la conforma. Entre las posibilidades más firmes cabe mencionar las palabras: Ndzumbi, "cadáver", en la lengua de Gabón; Nvumbi, "muerto", en Angola; Fúmbi, "espíritu", entre los Yoruba; y Zumbi, "el que regresa", en la región del Congo.

La etnología, en cambio, propone que el concepto de Zombie está íntimamente ligado con la esclavitud y la opresión de los pueblos africanos arrancados de su tierra y llevados hacia las Américas con el objetivo de explotarlos. En este sentido, los Zombies son una representación del pueblo que les teme y rehuye. Aquellos cadáveres sin alma, pero capaces de andar y trabajar como esclavos, no son otros que los propios esclavos.

Más aún, la relación entre el Zombie y el nigromante es idéntica a la dinámica entre el esclavo y su esclavizador. En ambos casos, los hábitos de alimentación son rudimentarios, ambos visten harapos, se abandona el nombre original y se recibe uno asignado por el amo o el mago, se pierde toda relación con la vida que hasta entonces llevaban, es decir, se ejecuta una suerte de muerte social; ausencia de ritos funerarios apropiados luego de la muerte, y finalmente el status social del individuo es reducido a una nada cuyo único propósito es trabajar hasta morir.

Con estos datos aportados por la etnología es justo preguntarnos si la figura del nigromante, del Houngan o Bokor, tal como se los llama en Haití, no sería una parodia del amo arquetípico. En este sentido, los esclavos eran arrancados por la fuerza de su tierra natal, África; mientras que los zombies, en definitiva, muertos; también son arrancados de su hábitat natural: la tumba.

Ahora bien, el Zombie representa el miedo a la esclavitud, pero también el deseo de obtener el poder ejercido por los amos. No obstante, la expansión del mito de los Zombies es menos inocente y casual de lo que conviene admitir. La leyenda proliferó sobre todo a principios del siglo XX, especialmente en los Estados Unidos, de la mano de obras como: La isla mágica (The Magic Island), de William Seabrook; y El zombie blanco (The White Zombie), del guionista Victor Halperin. En ambos casos se presenta un contexto de fuerte explotación social en Haití, por cierto, sobredimensionado; un mensaje que colaboró para atenuar la intervención militar de Norteamérica en aquella isla.

Ya instalados en la tradición popular de Haití, los Zombies se adaptaron también a la interrelación de cultos y creencias de la isla. El Zombie pasó a integrar el concepto vudú del alma dual. Según esta creencia, el hombre está atravesado simultáneamente por dos almas: el gran buen ángel, o Gros Bon Ange; y el pequeño buen ángel, o Ti Bon Ange.

El Gros Bon Ange gobierna sobre los sentimientos, la memoria, y en general sobre la personalidad; características que en el Vudú están atadas al cuerpo físico del sujeto. El segundo tipo de alma, el Ti Bon Ange, está vinculado a la sangre y la conciencia del individuo.

Esta bipolaridad de almas también nos ofrece una dualidad en el universo Zombie. De hecho, para la religión Vudú existen dos tipos muy diferenciados de Zombies. El Zombie Incorpóreo, es decir, el sujeto que ha perdido su Gros Bon Ange; y el Zombie Corpóreo, aquel que ha sido privado del Ti Bon Ange.

Aquellos Zombies que normalmente vemos en el cine pertenecen a esta segunda estirpe. En cierta forma podemos pensarlos respectivamente como "cuerpos sin alma" y "almas sin cuerpo".

El Zombie Incorpóreo se halla presente en la tradición oral de Haití desde hace al menos quinientos años. Este tipo de Zombie se genera a partir de los oficios del Bokor, es decir, del hechicero, que logra capturar el Ti Bon Ange de alguien, ya sea antes o después de la muerte, utilizándolo luego para efectuar diversas tareas; incluso venderlo o alquilarlo temporalmente.

En este sentido la tradición es implacable. Una vez que el Bokor se apropia del alma es prácticamente imposible recuperarla, salvo que el Zombie tome la precaución de ingerir un puñado de sal, en cuyo caso puede retornar a un estado de existencia más benévolo. Normalmente el Zombie Incorpóreo ejecuta labores innobles, y no es raro que oficie de sicario para vengar alguna ofensa, real o imaginaria, recibida por el Bokor.

El Zombie Corpóreo responde al arquetipo del cadáver que retorna de la muerte, cuyo gran paradigma literario puede hallarse en la novela gótica de Mary Shelley: Frankenstein o el moderno Prometeo (Frankenstein or The Modern Prometheus). En este caso es el hechicero quien literalmente exhuma el cadáver y lo obliga a ponerse bajo sus órdenes. Para ello utiliza ciertas pociones y polvos mágicos, llamados wangas.

Paulatinamente la leyenda de los Zombies fue adoptando nuevas características. Ya no se habló estrictamente de muertos vivos, sino de vivos que fueron enterrados sin haber muerto.

Si le damos crédito a la leyenda, estos Zombies son inducidos a una especie de letargo a través de venenos y pociones. Posteriormente son desenterrados por el hechicero y sometidos a gestionar toda clase de oficios, desde la servidumbre doméstica al duro trabajo de campo.

La sugestión juega un papel determinante en estos casos de zombificación. La idea de que cualquiera que no sea un hechicero puede convertirse en Zombie subyace en la psíquis de los creyentes como una certeza incuestionable. Naturalmente, el hechicero hace todo lo posible para que el "aletargado" jamás cuestiones su condición de Zombie. Para ello realiza rituales cotidianos en donde aspira el alma del sujeto y la mantiene cautiva en una botella.

La vida del Zombie, o mejor dicho, la no-vida, se asemeja peligrosamente a la realidad cotidiana del esclavo. Realiza trabajos forzados, ya sea en las plantaciones o como esclavo doméstico, carece de libertad física; pero sobre todo de libertad mental. El Zombie es, en definitiva, un macabro ideal de comportamiento impuesto por el amo: una criatura que no solo opera bajo sus órdenes, sino que carece de la voluntad necesaria para cuestionar mentalmente las órdenes que ejecuta.

Siguiendo esta línea de razonamiento conviene preguntarnos si después de todo también nosotros respondemos a una dinámica similar. Es decir, si nuestros deseos responden a mecanismos propios o bien responden a estímulos externos que en nada nos benefician.

En este sentido, los Zombies están privados de la única gimnasia efectiva para garantizar la libertad: la posibilidad de decir No.

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