1/6/2012[]
Tenía miedo. Únicamente pensaba en guerra y muerte. Mis pesadillas me perseguían y acechaban en donde soy más vulnerable, en mi conciencia. Solamente era cuestión de tiempo antes de que sucediese. No podía hacer más que esperar los horrores que sabía que pasarían. La culpa me carcomía.
1/1/1900[]
Estaba allí, en medio de la guerra, la lucha entre los dioses y la última amenaza para la humanidad, Lucifer, la bestia oscura, cuyo corazón sin misericordia nunca disculparía a nadie y rompería el tiempo y el espacio en búsqueda de venganza.
Di mi primer paso en medio del caos junto a los otros ocho guerreros más grandes de todos los tiempos. Cada uno representaba a un noveno del universo y llevaba consigo un cristal. Aunque todos éramos responsables de detener el apocalipsis, no estábamos seguros de cómo pararlo. No obstante, teníamos que hacerlo.
Descendíamos sobre la atemorizante muerte. A nuestro alrededor, cuerpos en descomposición, cabezas de ángeles empaladas, gritos de agonía de ángeles. No tenía palabras para describir el dolor que sentía por dentro. Me compadecía, pero no podía hacer nada. No tenía coraje para continuar.
«Es mi destino», pensaba para mis adentros, asegurándome que, si moría, volvería al cielo.
Bajamos al suelo oscuro. Sabía nos encontrarían. Impaciente, corrí hacia el mar de líquido oscuro. Cuando di mi primer paso en la lava negra, me percaté de que no iría al cielo, sino que me atraparían.
09/02/1980[]
Había dormido casi un siglo encerrado en la oscuridad. Una luz brillante me despertó. No estaba en el cielo, sino en la Tierra. Era una estatua en una exhibición de artefactos de piedra en lo que hoy se conoce como museo. Deseaba salir de esa tumba oscura, pero no podía hacer nada.
Después de dos semanas de leve visión, los seres humanos me cambiaron por una exposición diferente, uno de los objetos que se encontraron en la misma zona que estaba. Lo que pasaría sería meramente suerte.
Cerca de la hora de cierre, un ser humano que colocó junto a mí algo nuevo, una esmeralda, la misma que tenía hace ochenta años, y salió del edificio.
Emanó de la esmeralda una cegadora luz blanca que cerró mis ojos. Los abrí para ver que mi tumba había sido destruida, ahora era libre. Lo que había sucedido me alegró tanto que intenté de volar a través de la ventana únicamente para caer.
Tenía miedo, mis alas se habían convertido en polvo y había perdido la capacidad de elevarme a los cielos. Recordé que los dioses siempre me decían que, si un ángel aterrizaba en territorio humano, se convertiría en un ser humano.
Me escondí hasta el amanecer para escapar. Únicamente esa esmeralda podría liberar a los otros ángeles, y, por eso, emprendí un largo viaje en su búsqueda.
6/6/2006[]
Se trata de un año oscuro, todo estará lleno de mierda y solo eso, nada más, mierda, mierda y más mierda. Todos sabíamos que los dioses no tenían a nadie que luchara por ellos, ya que, en 6 años, el mundo, tal como lo conocíamos, se acabaría.
Había entrenado durante muchos años a pesar de mi creciente miedo, pues, junto con mis hermanos celestiales, habíamos prometido estar allí y luchar por el universo. Por supuesto, en sus momentos, tenía mis temores.
Después de muchos años, miles de mis compañeros ángeles habían fallecidos, solamente por el pecado. Pasarían el resto de la eternidad en el infierno, sufriendo el dolor y la miseria. La última y única esperanza era que los dioses me enviasen un mensaje para avisar de lo que estaba por suceder.
Eso me recordaba una lección que me enseñó un "legendario" músico y vocalista. Ya que desconocía su fama, había hablado con él de una manera normal, y se percató de que yo no era un ser humano ordinario. Me explicó que era la forma mortal de un dios, que el mundo terminaría el doce de diciembre del dos mil doce y que, debido a mis acciones intempestivas, los dioses tuvieron que encarcelar a Lucifer durante 112 años.
En ese momento, lo único que podíamos hacer era esperar al levantamiento de Lucifer.
31/6/2012[]
Era casi la hora, la guerra comenzaría a la medianoche. Estaba asustado, ¿qué haría?. Siempre había tenido miedo ante la idea de la guerra. Eran las 12:50; ese sentimiento de odio y miedo me invadió de nuevo. Estaba a punto de poner fin a mi sufrimiento. Sin embargo, temblaba ante la idea de hacerlo.
Miré a la mesa a mi lado y vi una cuchilla enorme. La sostuve. Mis lágrimas dolían y picaban como sal en una herida. Sería el final de mis pensamientos y de todo lo que estaba en mi mente, pero ya no podía sufrir más. Tenía que hacerlo.
Levanté el cuchillo en el aire y, sin dejar de llorar, lo clavé el pecho. Sentía una quemadura consumirme, mi sangre gotear. El dolor era tan intenso que se sentía como horas, lo único que podía hacer ahora era morir.
Me desperté. Estaba en un extraño y vacuo lugar. Me levanté y corrí en dirección al azar, con la esperanza de escapar. Fingía perseguir un objetivo que no estaba allí. Solamente esperaba poder salir. Respiraba de manera agitada. Mi cuerpo temblaba. Me senté en el suelo. Había despertado en un purgatorio infinito. La única cosa que podía hacer era quedarme y llorar para siempre.