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Al final… el resultado es el mismo.

Ruthie Sinclair no se sorprendió cuando la Muerte llamó a su puerta una preciosa tarde de abril.

Después de todo, ella tenía ahora 85 años y una pésima salud. Su visión no era nada buena y apenas tenía apetito, lo cual no estaba mal del todo, ya que no siempre llegaba a tiempo al servicio…

Así que cuando la gigantesca figura ataviada de negro apareció delante de su puerta y le hizo señas con su huesuda mano, Ruthie tan solo suspiró y lanzó una última mirada a su casa.

Era una casa bonita. Ruthie y su marido, que en paz descanse, se habían preocupado durante una vida entera para que así fuera. Plata y porcelana descansaban por aquí y por allí, incluso ella misma llevaba parte de su joyería encima. Le recordaba a su marido. Cosas terrenales… Poco importa lo que se tenga en vida, el resultado es el mismo.

Se paró tras cruzar la puerta y tomó la mano de la Muerte.

Se sorprendió al sentir como de suave y caliente era en realidad la mano de la Muerte. Y qué nerviosa parecía… mirando de un lado para otro. ¿No debería ser más sombría?

Y sorprendida como estaba… espera. Qué era eso, ¿un Dodge Caravan? ¿Pero cómo…?

La Muerte debía de conducir algún tipo de vehículo, una furgoneta o algo… La empujaba hacia ella.

“¿Do… dolerá?” Ruthie preguntó tímidamente, mirando a la calavera de la Muerte… Solo que no era una calavera ahora, sino una cara llena de granos, la de un chico con los ojos desorbitados, quien asintió con su cabeza sonriendo.

Y sí que hizo daño, muchísimo… Horrible, agonizante, pero Ruthie apenas podía gritar, ya que el muchacho, quien había pensado que era la Muerte, se lo impedía mientras la desgarraba por dentro.

Y realmente, poco importaba que su mala visión le hubiera hecho creer que él era la Muerte.

Al final… el resultado fue el mismo.

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