Estaba tecleando frente a la computadora cuando se fue la luz. Maldije mentalmente dado que escribía algo importante. Levantándome de la silla, resignada, opto por acostarme en la cama.
Oigo un insólito ruido en la cocina. Asustada, devano ideas: la cocina está a unos cortos pasos de mi cuarto. Pasos secos. Me cubrí con mis sábanas. Debía ser mi imaginación seguramente, pero el miedo me domina.
Los pasos se aproximan más y más, hasta que se silencian junto a mi lecho, reinando una calma absoluta. Cierro los ojos, queriendo sentirme a salvo, deseando que todo sea elucubración mía.
Un resplandor intenso se difumina a través de mis sábanas: la luz ha vuelto. Las voy deslizando despacio. Al lado de mi cama no hay nadie. Suspiro aliviada, acostándome nuevamente; pero al dar la vuelta y acomodarme de costado, allí está él, recostado, traspasándome con su fija mirada, su rostro carcomido, cubierto de sangre, sonriente.