Desde que era muy pequeño me gustaron las lechuzas, son animales que a mi parecer son majestuosos, su forma de vuelo tiene tal elegancia como el de la más hermosa bailarina; sin ruido, en calma y cuando menos te lo esperas, atrapa a su presa.
El fin de semana anterior fui de visita con mis padres a visitar a mis abuelos, vivían en un área que si bien, no puedo llamar rural, podría decirse que era pintoresca, con áreas muy espaciosas de campo donde correr y un clima más bien fresco, ideal para el chocolate artesanal de la abuela. Todo habría salido perfecto, de no ser por un pequeño detallito; el día entero lo dediqué a jugar con mis primos y mi hermana, quien por cierto tiene una manía extraña de guardarse objetos que encuentra por el camino en sus bolsillos, no es una cleptómana ni mucho menos una ladrona, sólo era curiosa y tomaba lo que le gustaba, normalmente cosas como rocas, una que otra canica de mi pertenencia, en ocasiones pequeños animales como insectos, arañas, pequeños reptiles y anfibios.
Caída la noche estábamos sentados alrededor de la mesa, mis padres y mis tíos hablaban con mis abuelos prestando un poco o nula atención a los niños que comíamos en una mesa cercana a la de los mayores, saciados ya y cansados por perseguir un pequeño sapo que mi hermana Estefany introdujo a la casa en uno de sus bolsillos. Los niños nos fuimos a dormir, todos dormíamos en un mismo cuarto a excepción de mi primo Mike, que ya tenía edad para estar con los adultos y hablar de quién sabe qué cosas con ellos; bah, estoy seguro que las conversaciones de los adultos no son tan divertidas como para escucharlas, lo único que logré escuchar fue algo sobre la universidad y que nada de noviazgos, bueno, quién quiere entender a los adultos.
Me fui con mi hermana y mis primos a la habitación que los abuelos prepararon para nosotros, éramos cuatro niños, pero la habitación era espaciosa y llena de cosas divertidas que por la mañana veríamos, como un enorme tocadiscos del abuelo.
Me desperté y escuché algo muy raro, pero a la vez, muy interesante: El ulular de una lechuza. Me asomé por la ventana y sí, tenía razón, era una hermosa lechuza blanca con partes grises cerca de la cola, mi curiosidad me obligó a seguirla y sin darme cuenta, no sólo salí de la casa, sino que también... ¡No sabía cómo regresar!
Logré divisar a lo lejos una pequeña casa y con el miedo que traía conmigo caminé rumbo a ella. Al llegar toqué la puerta tres veces y segundos después un hombre muy alto abrió la puerta, recuerdo que llevaba un polo negro y corto, con una espesa barba, daba la impresión de ser un cazador, con un tono serio me saludó y preguntó sobre si me había perdido, con algo de miedo le respondí afirmando que sí me había perdido y que si me podía ayudar para regresar a mi casa, él me dijo que entrara en su casa, que me ayudaría a encontrar el camino de vuelta a mi hogar, como iluso acepté entrar sin pensármelo dos veces.
Al entrar me di cuenta que lo había pillado cenando, él me invitó a acompañarle en la cena ofreciéndole un poco de la carne que tenía. Rechacé la invitación alejando la comida, intenté mentirle sobre que tenía dolor de estómago, pero éste no se lo creyó y seguía insistiendo, no sé si era por educación o por ignorancia, pero tomé asiento. En ese momento escuché de nuevo un aleteo ulular familiar, así que me asomé corriendo a la ventana más cercana que tenía y pude ver a aquella lechuza que me condujo a este lugar entrar, volando muy cerca de mí. Entró por otra ventana que se encontraba abierta y se posó en el hombro de aquel hombre, acto seguido éste le dio un trozo de carne cruda y comenzó a conversar conmigo.
—Te gusta mi mascota, ¿eh?
— Sí... —Respondí tímidamente
— Si te gustan estos animales puedes bajar conmigo al sótano, ¿te apetece?
Una parte de mí me decía que no debía acompañarlo, pero la otra parte decía que sí, no sé si por curiosidad o por cualquier otra razón accedí a bajar, pero me arrepiento de haber tomado esa decisión.
Era una habitación oscura, se accedía a través de unas escaleras metálicas una apariencia de estar oxidadas, al presionar el interruptor que se "suponía" que encendía la luz de la habitación, un pequeño foco de 90 watts se iluminó como un rayo de color amarillo intenso, que colgaba, de forma vacilante, de un cable que daba la sensación de que de un momento a otro caería al piso haciéndose polvo, pero con aquella luz tenue pude divisar una gran cantidad de estas aves; unas descansando, otras perturbadas por la luz, y otras más comiendo pequeños trozos de carne cruda.
Tenía alrededor de 20 a 25 de estos animales, pero lo más inquietante que encontré en aquella habitación era lo que parecía ser un cuarto frigorífico al final de ésta en la que destellaba una brillante luz. Cuando me acerqué logré identificar que afirmativamente se trataba de un cuarto frigorífico, que al abrir un frió que era anormal recorrió todo mi cuerpo, pues en aquella sala se hallaba algo que, para un niño de mi edad, era lo más traumante y perturbador que hubiera visto: El cuerpo inerte de una pareja. Éstos parecían estar desmembrados, ¡esa era la fuente de esa extraña carne que comían los animales! El cazador me intentó atrapar, pero, sin saber cómo, logré escapar a coste de un zapato.
Después de haber dejado a ese bruto encerrado, me dispuse a huir de esta casa, pero antes de que me pudiera dar cuenta las lechuzas que se encontraban conmigo alzaron su vuelo y en un instante para otro comenzaron a atacarme en bandada, sobre todo la lechuza que acompañaba a aquel hombre, quien fue la única que me siguió fuera de la casa. Entre cortadas, hematomas y heridas menores, esa lechuza sí dejó marca en mí: Un arañazo en el rostro que me cegó un instante.
No paré de correr, y cuando recobré mis sentidos esa ave ya no estaba, agotado y asustado, desfallecí.
Sin saber cómo desperté a la mañana siguiente en la casa de mis abuelos con todos mis familiares alrededor mía, el rostro me ardía por el arañazo de aquella lechuza, y después de un largo sermón por parte de mis padres sobre salir al bosque, recibí un largo abrazo de mi mamá, nunca hablé sobre lo que me pasó nada con nadie, volvimos a casa dejando a mis abuelos, mis tíos y primos de igual manera.
Pensé que ese recuerdo no me seguiría atormentando más, pero todas las noches desde la ventana escuchó unos golpes, rasguños, y ese ulular peculiar sumado con un aleteo silencioso, como una sombra, como si fuera un fantasma.