Ahí estaba Max, un hombre joven viendo a través de la ventana, presenciando algo que lo tenía ya bastante confundido, bastante asustado de hecho, desde hace horas y horas.
Así, todos los días, viendo a través de la ventana hacia otra ventana de otro edificio, encontrándose cara a cara con una mujer muy extraña. Ella también se asomaba todos los días por su ventana, y lo veía.
Max la ve, y cada vez que la detalla mejor, se da cuenta cada vez de lo mórbida que esta chica es, comenzando porque no tiene cara. Su rostro está completamente vacío, sin señal de ojos, nariz o boca. Además, esta tiene los brazos torcidos horriblemente, con el torso muy delgado y moretones por todas partes.
Otra cosa de la que Max se da cuenta, es que aquella chica siempre aparece ya entrada la noche e ida la luz del sol, haciendo que el escenario sea más tétrico.
Ya en varias ocasiones el hombre le ha lanzado charlas a la chica, pero esta solo se mantiene inmóvil, o, si no está quieta, se mueve, pero imitando al milímetro cada movimiento de Max. Si el hombre mueve el brazo derecho, la chica mueve el brazo derecho, si el hombre se aleja de la ventana un poco y se vuelve a acercar, ella lo hace al mismo tiempo.
Esto solo desconcierta más al hombre, que ya está tras varios días después de recién llegar a su nuevo departamento, afectado y visiblemente perturbado. No puede seguir esto por siempre, piensa él.
Otro detalle que Max después nota, es que el edificio en el que esta chica se encuentra es exactamente idéntico al de él. Pero el detalle que pronto vuelve loco a Max, es que en aquel cuarto de la chica desfigurada, él puede alcanzar a ver una cama muy parecida a suya, prácticamente la misma, con las mismas cobijas, la misma forma en que están acomodadas. También ve la misma lámpara que él tiene, sobre la mesita. La misma pared; las mismas puertas; y al fin y al cabo, esa chica, lleva la misma ropa que él lleva.