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«La valía de un hombre se mide por la cuantía de soledad que le es posible soportar»

~ Nietzsche


Me desperté a la media noche con una sensación de frío recorriendo mi espalda. Rebusqué con mis pies la cobija azul de mi cama, oyendo un leve chillido bajo mis pies. Me quité de donde estaba y encendí la luz para encontrar a mi cachorro moviéndome la cola. Me fui al armario de afuera para buscar otra cobija.

Pasando por la puerta, encontré el sensor de movimiento activado lo cual me pareció raro. Saqué otra sabana, y tomé un recorrido por la casa, intentando conciliar el sueño, puesto que mañana tenía examen.

Tenía 20 años y decidí irme de casa de mis padres para ir a estudiar a otra ciudad, mis padres estaban menos ilusionados que yo, lo cual es lógico, porque su “pequeño” se va de casa. Al llegar a la nueva casa, sabía que este lugar era el indicado.

Recapitulando mis recuerdos, encontré entre ellos una figura masculina, viéndome desde una de las esquinas. Poniendo de excusa que estaba alucinando por falta de sueño, me devolví a la comodidad de mi cama. Tranquilamente dormido, una luz roja entraba desde mis párpados hacia el iris.

Desperté y vi la luz roja ahí frente a mí. “Demonios. Olvidé apagar la regleta. Otra vez.” Me levanté e introduje mis dedos en el aparato. No era la regleta.

Esa estaba a centímetros de mí. Introduje más mis dedos dentro de ese hueco,  escuchando un chillido de dolor y mi mano quemándose por lo que sea que estuviese sosteniendo. Cuando la extraje, mi di cuenta de que era un ojo. Asustado corrí a la azotea, desde donde sentí que me empujaron al vacío...

Alguien-me-observa
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