Hace un par de días publiqué una historia llamada "Pisadas". Hubo varios comentarios que me hicieron reflexionar sobre ciertos hechos suscitados a lo largo de mi infancia, y por eso decidí hablar con mi madre al respecto, pues nadie mejor que ella para sacar a flote recuerdos que mi memoria se encargó de enterrar por mucho tiempo. Se me había olvidado que a mi madre no le gusta en lo absoluto recordar mi niñez, y al momento de escribir esto, no entiendo el por qué.
Ella se fastidió por mis preguntas, y en un intento por acabar rápido con el tema y saciar mi curiosidad de una buena vez, me dijo: «¿Por qué no les cuentas la historia de esos malditos globos, si están tan interesados?». Tan pronto como dijo eso, un sinnúmero de memorias de mi infancia invadió mi mente sin control, y de la nada, se hicieron tan claras que parece que hubiesen sucedido hacía solo una semana.
La siguiente anécdota puede proporcionarte un contexto más amplio para la historia anterior, que creo deberías leer antes de esta. Aunque el orden no es de vital importancia, leer ese texto primero te pondrá en mi lugar de forma más efectiva, pues recordé los eventos de "Pisadas" antes que los de lo que estoy a punto de relatar. Si tienes dudas al respecto, no dudes en preguntar, y con mucho gusto te daré la mejor respuesta que me sea posible. Además, ambas historias son algo extensas, y hay algunos detalles sueltos que seguro podrían servir más adelante. Simplemente estoy dudando si omitir ciertos aspectos, pues creo que podrían tener alguna relevancia futura.
Cuando tenía cinco años asistí a una escuela primaria que, según he llegado a comprender, era muy inflexible en cuanto a educar a través de la actividad, y en su lugar, preferían la práctica. La escuela era parte de un nuevo programa diseñado para permitir que los niños progresaran a su propio ritmo y, para facilitarlo, la administración alentó a los maestros a idear planes de lecciones ingeniosos y atractivos. Creo que parte del razonamiento subyacente era que si los profesores pudieran engañar a los estudiantes para que olvidaran que estaban en la escuela o que estaban haciendo los deberes, los niños estarían más entusiasmados con su trabajo.
Además, si los niños cultivaran el entusiasmo por la escuela desde el principio, entonces se podría evitar la apatía general que tiene su manera de invadir a la mayoría de los estudiantes a medida que pasan los años. Con este fin, a cada maestro se le dio la libertad de crear sus propios temas, los cuales durarían todo el ciclo escolar, y todas las materias obligatorias como literatura, matemáticas, biología y demás, serían diseñadas para ir de acuerdo a dichos temas. Estos temas recibían el nombre de «Grupos». Había un total de cuatro grupos: "Espacio", "Mar", "Tierra", y "Comunidad". Yo pertenecía a este último.
En los grados preescolares de mi país no aprendes mucho además de lo básico: atarte los zapatos y compartir tus juguetes, así que la gran mayoría de ese periodo no es muy memorable para la mayoría, incluyéndome. Solo puedo recordar dos cosas con claridad: que era el mejor escribiendo correctamente su nombre, y algo que en mi grupo fue conocido como "El proyecto globo", que se consideraba el sello distintivo del grupo Comunidad, ya que era una forma bastante inteligente de mostrar cómo funcionaba una comunidad a un nivel muy sencillo.
Probablemente hayas oído hablar de esta actividad alguna vez. Esto sucedió un viernes, y lo recuerdo claramente, pues estaba muy emocionado por el proyecto, y era fin de semana: a principios de año entramos a clases temprano por la mañana y vimos globos inflados con helio, atados a cada uno de nuestros asientos con un cordón y cinta adhesiva. Sobre los pupitres se encontraban marcadores, plumas, una hoja de papel y un sobre. El proyecto consistía en escribir una carta, ponerla dentro del sobre y asegurarlo al globo, al cual le podíamos hacer un pequeño dibujo si queríamos. La mayoría de mis compañeros comenzaron a pelearse por los globos porque querían colores diferentes, pero yo fui directo a mi escritorio para redactar mi carta, pues había pensado en ella con mucha anticipación.
Todas las cartas tenían que seguir una estructura flexible, pero se nos permitía ser creativos dentro de estos límites. Mi nota decía algo como esto:
"¡Hola! mi nombre es [Nombre] y asisto a la escuela primaria ______________. Puedes quedarte con el globo, ¡pero espero que puedas escribirme de vuelta pronto! Me gusta Mighty Max, explorar bosques, construir fuertes, nadar y estar con mis amigos. ¿Qué te gusta a ti? ¡Escríbeme cuando te sea posible! ¡Aquí tienes un dólar para el correo!". Y sobre el dólar escribí con marcador "PARA LAS ESTAMPILLAS". Mi mamá dijo que eso era innecesario, pero yo creí que era una decisión inteligente, así que lo hice sin pensarlo dos veces.
La profesora nos tomó una foto Polaroid a todos por separado, cada uno con nuestros respectivos globos y nos hizo adjuntarla al sobre. También anexó una carta más junto con las nuestras; supongo yo que era para explicar a quién encontrara el globo la naturaleza del proyecto y agradeciendo la participación a quien sea que decidiera contestarnos, ya sea escribiendo de vuelta o enviando fotos del lugar donde vivían, sus vecindarios, por ejemplo. Esa era la idea: crear un sentimiento de comunidad sin salir de la escuela, para así establecer un contacto seguro con otras personas.
Parecía una idea muy divertida e inocente.
Las cartas comenzaron a llegar en el transcurso de las siguientes dos semanas. La mayoría venían acompañadas de fotografías de estatuas o puntos de referencia locales, y cada vez que llegaba una carta nueva, la maestra las adhería con una tachuela a un gran mapa colgado en una pared del salón de clases. De esa forma podíamos saber de dónde había llegado y que tan lejos había viajado nuestro globo. Era una idea muy genial, pues eso nos motivaba a asistir a la escuela todos los días para ver si alguien nos había contestado. A lo largo del año, un día a la semana, podíamos escribirle a nuestro amigo por correspondencia o a los de otros compañeros de clases en caso de que el nuestro todavía no nos hubiera enviado su respuesta. Mi respuesta fue justamente una de las últimas en llegar.
Cierto día, cuando llegué al aula de clases, ansiosamente miré hacia mi pupitre como de costumbre, pero una vez más no había nada para mí. Sin embargo, justo cuando estaba tomando asiento, la maestra se acercó a mi para entregarme un sobre. Seguro que, en ese momento, la emoción que se reflejaba en mi rostro era tanta, que la maestra supo que no era buena idea dejarme ver el contenido del sobre sin antes advertirme de algo. Cuando estaba a punto de abrirlo, ella puso su mano sobre la mía, y dijo: «Por favor, no te vayas a sentir mal». No entendía a que se refería. ¿Por qué me sentiría mal ahora que finalmente había llegado mi carta?
Al principio, me sentí un tanto desorientado por el hecho de que ella conociera el contenido de aquel sobre, pero ahora me doy cuenta de que, obviamente, los maestros tenían que revisar qué nos había llegado, para asegurarse de que no fuera algo obsceno o inadecuado. Aun así, ¿por qué habría de desilusionarme? Cuando finalmente abrí el sobre, entendí el por qué: no había ninguna carta.
Lo único que había dentro era una foto, de esas que se imprimen de forma instantánea al momento de tomarlas. No obstante, no pude distinguir que había retratado en esta. Lucía como el pedazo de algún desierto, pero la imagen se veía demasiado borrosa, así que no pude tener esa certeza. Era como si la cámara se hubiese movido al momento de sacar la captura. No tenía remitente, así que, aunque quisiera, nunca hubiera podido escribir de regreso. Me sentí devastado.
El año escolar continúo con total normalidad, y las cartas dejaron de llegar para casi todos los chicos del salón; después de todo, no es como si pudieras mantener largas conversaciones por correo con un niño de kínder. Eventualmente, todos perdimos el interés en la correspondencia casi por completo.
Entonces, llegó otro sobre para mí.
Mi emoción revivió al instante; me sentí deleitado por el hecho de haber recibido otra carta, cuando la mayoría de amigos por correspondencia ya habían dejado de lado las cartas hacia mis compañeros. Tenía sentido que me hubiera llegado una nueva carta, pues la primera no era más que una foto borrosa, así que seguro este mensaje era para compensarlo... pero, nuevamente, no había más que otra fotografía. Esta se veía un poco mejor que la primera, pero, aun así, apenas y se podía vislumbrar algo. La imagen tenía un ángulo en contra picada muy exagerado, se podía ver la esquina del techo de algún edificio; el resto se perdía por culpa del resplandor del sol.
Dado a que los globos no viajaban muy lejos (y por el hecho de que los lanzamos todos el mismo día), el mapa comenzó a aglutinarse de correspondencia, por lo que a los niños que seguían mandando o recibiendo cartas se les permitió llevarse las fotos a casa. Para el final del año escolar, el segundo niño que más fotos se llevó a su hogar fue mi mejor amigo, un chico llamado Josh. Su amigo por correspondencia era bastante cooperativo, y le enviaba fotos de su entorno local muy seguido. Creo que Josh se debió llevar unas 4 fotos.
Yo me llevé casi 50.
Todos los sobres eran inspeccionados por la maestra; después de un tiempo, tras haber recibido tal cantidad de correspondencia, dejé de revisar las fotografías. Sin embargo, las fui guardando en un cajón de mi habitación, junto a mi colección de rocas, cartas de béisbol, tarjetas de superhéroes (normalmente de Marvel) y mini cascos de beisbol que conseguía en la máquina expendedora de un Winn-Dixie después de cada entrenamiento de béisbol infantil. Al final del año escolar mi atención se centró en otras cosas.
Ese año, en navidad, mi mamá me regaló una pequeña máquina para hacer raspados. A Josh le encantó apenas se la mostré, tanto que sus padres también le compraron una, ligeramente mejor y más bonita, para su cumpleaños, que era hacia el final del año escolar. A los pocos meses, durante el verano, se nos ocurrió montar nuestro propio puesto de raspados para ganar dinero. Creímos que íbamos a amasar una fortuna considerable vendiendo los raspados a solo un dólar.
Josh vivía en otro vecindario, sin embargo, acordamos poner el negocio en el que yo vivía, pues ahí había más gente que se preocupaba por sus jardines. En mi vecindario los patios frontales eran más grandes, y así la gente notaría nuestra presencia con mucha más facilidad, pues muchos de ellos pasaban su tiempo podando el pasto; lo regaban, arreglaban sus arbustos y cosas así.
Hicimos por 5 fines de semana seguidos, hasta que mi madre nos forzó a parar, e incluso terminó quitándome la máquina. Es justo ahora cuando entiendo por qué hizo eso.
En nuestro quinto fin de semana, luego de terminar de vender los raspados, Josh y yo nos encontrábamos contando las ganancias. Como ambos teníamos nuestras propias máquinas para hacer la mercancía íbamos recolectando el dinero en montos separados, los cuales juntábamos al final de la jornada y los dividíamos 50/50. Aquel día juntamos un total de 16 dólares, y mientras Josh me entregaba mi quinto billete, un sentimiento de profunda sorpresa me consumió: el dólar tenía escrita la frase "PARA LAS ESTAMPILLAS".
Josh se dio cuenta de mi asombro y preguntó si se había equivocado al contar. Le conté la historia del dólar, y pareció asombrarse.
—¡Eso es genial, amigo! —respondió él. Mientras más lo pensaba, terminé concordando con él: la idea de que aquel dólar hubiese pasado por tantas manos para por fin regresas conmigo sonaba como algo grandioso. Entré rápidamente a la casa para contarle a mi madre, pero mi emoción se diluyó un poco cuando, al estar distraída por una llamada telefónica, no escuchó bien mi historia y simplemente dijo: "Oh, Wow, que bien". Frustrado, regresé a la calle con Josh.
Luego de guardar todo, le dije a mi amigo que quería mostrarle algo. Lo guíe hasta mi habitación; allí abrí el cajón donde guardaba mi pila de sobres y le enseñé las fotografías que estuve recibiendo. Comencé por la primera de todas, aunque, cuando llegamos a la décima, Josh perdió el interés y me preguntó si quería ir a jugar con él a La zanja (un lugar del que hablé en mi anterior historia) antes de que su mamá llegara a recogerlo, y así lo hicimos.
Tuvimos una guerra de barro durante algún rato, misma que fue interrumpida continuamente por sonidos extraños provenientes del bosque a nuestro alrededor. Animales como gatos callejeros o mapaches abundaban en aquella zona, pero esto hacía mucho más ruido que cualquiera de esos animales. En un intento por asustarnos mutuamente, mi amigo y yo estuvimos intentando adivinar qué clase de criatura de ultratumba podría estar emitiendo esos sonidos. En mi último intento, dije que probablemente era una momia, pero al final Josh insistió en que se trataba de un robot por los sonidos que escuchábamos. Momentos después, mientras caminábamos hacia mi casa, Josh se puso serio, me miró directo a los ojos y dijo: «Escuchaste eso, ¿no? ¡Sonó como un robot! Si lo oíste, ¿verdad?». Así fue, y como sonaba algo mecánico, admití que, tal vez, si fue un robot.
Solo ahora, después de tanto tiempo, entiendo que fue lo que escuchamos en realidad.
Cuando llegamos a casa mi madre se encontraba platicando con la de Josh en la cocina mientras esta última estaba esperando a su hijo. Mi amigo le contó a su madre acerca del robot; ellas rieron y Josh se fue a su casa. Mi mamá y yo cenamos y yo me fui a acostar. No obstante, no pude quedarme en la cama mucho tiempo, ya que, debido a los eventos de ese día mi interés por los sobres revivió. Abrí el cajón y coloqué el primer sobre en el suelo, y la foto del desierto borroso encima de este; luego puse el segundo sobre justo a su lado, con la imagen de la esquina del edificio como cereza del pastel, y así sucesivamente hasta que formé una cuadrícula de 5x10. Se me enseñó a ser cuidadoso con las cosas que coleccionaba, aún si no estaba seguro de si eran importantes o valiosas en primer lugar.
Acomodadas de esa forma, me di cuenta de que las fotos se iban haciendo más nítidas de manera gradual: un árbol con un pájaro sobre él, una señalización de velocidad, un transformador, un grupo de personas entrando a un edificio... Y entonces vi algo que me perturbó tanto que, incluso ahora al contarles esto casi 2 décadas después de haber sucedido, tengo el mismo sentimiento de vértigo y mareo que sentí en ese instante, mientras mi mente solo era capaz de pensar en una cosa, una y otra vez: "¿Por qué aparezco yo en esta foto?"
En aquella fotografía del grupo de personas entrando al edificio me vi a mi mismo, tomado de la mano de mi madre, en la parte trasera de la pequeña multitud. Nos encontrábamos casi en la orilla de la imagen, apenas y nos veíamos, pero indudablemente se trataban de mí y de mi mamá; y mientras mis ojos infantiles escaneaban con pavor cada una de las fotos comencé a sentirme cada vez más ansioso. A esa edad, ese era un sentimiento muy raro. No era miedo, sino aquello que sientes cuando te metes en problemas. No estoy seguro de por qué me sentía así, pero algo dentro de mi cabeza me decía que había hecho algo malo.
Me senté en el suelo, desconcertado, mientras esa sensación de haber cometido una falta grave persistía en todo momento. Esta no hizo más que intensificarse mientras veía el resto de las fotos después de haber visto aquella que detonó todo. Finalmente, me di cuenta: yo, de alguna forma u otra, aparecía en todas y cada una de las fotografías.
Ninguna de las tomas era de cerca. Ninguna se enfocaba solo en mí. Pero ahí estaba: a un lado, en la parte de atrás, al fondo; algunas de ellas solo enseñaban una minúscula parte de mi rostro, justo al filo de la captura. Sin embargo, siempre aparecía yo, sin falta. No sabía que hacer. Tu mente trabaja de formas raras cuando eres un niño pequeño. Una gran parte de mí sentía miedo de ser castigado por el simple hecho de aun estar despierto, y dado a que ya tenía el temor de haber hecho algo malo, decidí que lo mejor sería irme a dormir cuanto antes.
Al día siguiente, mi mamá pudo tomarse el día libre del trabajo, y pasó casi toda la mañana limpiando la casa. Por mi parte, estaba en la sala viendo dibujos animados, esperando a que fuese el momento idóneo para contarle a mi mamá acerca de mi descubrimiento. Cuando ella salió para recoger el correo del buzón, tomé un par de mis fotos, las puse en la mesa frente a mí y me senté a esperarla. Cuando regresó, ya se encontraba abriendo los sobres, y desechó algunas promociones, boletines y demás correo basura. Tomé las fotos, y me dirigí hacia ella.
—Mamá, ¿puedes venir un segundo, por favor? Tengo estas fotos y...
—Un momento, cielo. Necesito marcar estos recibos en el calendario.
Después de un par de minutos, vino hasta donde yo estaba y se puso de pie a mi espalda, preguntando distraídamente que necesitaba. Podía escuchar como barajeaba las cartas del correo, pero yo solo me quedé observando los Polaroids y le conté sobre ellas. A medida que avanzaba en mi explicación y le mostraba más fotografías, sus frecuentes «ajá», «sí», y «ok» fueron disminuyendo. De repente, se quedó completamente callada. Solo podía escuchar el débil sonido que hacía con la correspondencia. El siguiente ruido que se hizo presente fue ella tomando aliento, como si estuviera en una habitación sin oxígeno. Cuando volteé a verla, la noté pálida, con los ojos abiertos como platos. Finalmente, pudo dominar sus jadeos, y culminó con un largo suspiro. Aventó el resto del correo sobre la mesa y corrió hacia la cocina para tomar el teléfono. La posibilidad de un regaño inminente se estaba volviendo a hacer presente en mi mente, y noté como las palmas de mis manos estaban empapadas en sudor de un momento para el otro.
—¡Perdón, mamá! ¡Te juro que no sabía nada de esto! ¡Lo siento! ¡No te enojes conmigo, por favor!
Pude ver a mi mamá caminando de un lado al otro dentro de la cocina mientras le gritaba al teléfono. Yo comencé a jugar nerviosamente con la correspondencia que había caído junto a mis Polaroids. En eso, noté que el sobre que se encontraba por encima del resto tenía algo sobresaliendo de él. Consumido por la ansiedad, lo saqué por completo: era otra foto Polaroid. Confundido, creí que se trataba de alguna de las fotos que tenía puestas sobre la mesa, y que se había mezclado con alguna de las cartas que mi mamá lanzó... Pero, al examinarla, me percaté de que esta era una foto completamente nueva. Para mi desgracia, en esta imagen aparecía yo en una toma mucho más cercana: me encontraba rodeado por árboles, y esbozaba una gran sonrisa en mi rostro. No obstante, no solo aparecía yo... Josh estaba conmigo. Esa foto fue tomada la tarde anterior, mientras él y yo estuvimos jugando en el bosque.
Sentí una mezcla extraña entre el terror y la consternación. Sin perder más tiempo, corrí hacia la cocina y comencé a llamar a mi mamá, mientras ella continuaba hablando al teléfono con una ira evidente. Seguí gritándole hasta que me respondió con un: «¡¿Qué quieres?!».
Todo lo que pude preguntarle fue: «¿A quién estás llamando?».
—Estoy hablando con la policía, hijo —dijo un poco más tranquila.
—Pero, ¡¿Por qué?! No quise hacer nada malo, mamá. ¡Te lo juro! ¡Perdón!
Ella me respondió con algo que nunca entendí hasta el día de hoy, cuando me vi forzado a recordar aquellos eventos de los primeros años de mi vida: fue hasta la mesa, tomó el sobre que yo había abierto y la foto en la que aparecíamos Josh y yo. Sostuvo el sobre frente a mí, pero yo solo puse atención a como la fotografía caía y aterrizaba sobre las demás, mientras el rostro de mi madre perdía su color. Con lágrimas al borde de sus párpados, dijo que tenía que llamar a la policía porque el sobre que llegó ese día a nuestro buzón carecía del sello de la oficina postal.
Nota: esta historia, al igual que sus partes posteriores fueron escritas por el autor "Dathan Auerbach”, bajo el nombre de usuario 1000Vultures, siendo publicada por primera vez en r/nosleep. Al ganar una considerable base de fans, el escritor las adaptó a una novela completa titulada "Penpal". Lo visto aquí y lo que seguirá a continuación es una traducción, en su mayor parte, basada en las publicaciones originales de Reddit.
Autor: https://www.reddit.com/user/1000Vultures/
Fuente: https://www.reddit.com/r/nosleep/comments/kcl8q/balloons/