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Ana María Lenormand nació en Alençon, ciudad francesa de Normandía, en 1772. Se la conoció como la sibila de la calle del faubourg de Saint Germain.

Algunas crónicas sostienen que era una mujer pintoresca que nunca pasaba desapercibida. Se ocupó personalmente de su fama, publicando artículos y panfletos en los periódicos parisinos, e incluso difundiéndolos ella misma cuando el dinero escaseaba. Pronto entendió que para captar potenciales clientes lo mejor no era utilizar un lenguaje académico, sino una suerte de fragmentarias autobiografías sobre los sucesos misteriosos que vivió desde que descubrió su "don".

Cuando obtuvo una clientela selecta, estos fragmentos fueron retirados del mercado editorial y eran entregados en persona a las personas que conformaban su grupo íntimo.

Su nombre adquirió notoriedad cuando se convirtió en la bruja de cabecera de la emperatriz Josefina, esposa de Napoleón Bonaparte.

Lo cierto es que hasta 1796 Ana María Lenormand era una muchacha prácticamente analfabeta. Se obsesionó con las cartas del tarot, y creyó que solo a través de ellas podía alcanzar la fama que tanto deseaba. Se dedicó día y noche a leer las cartas por encargo. Su obsesión la llevó a estudiar todo el material disponible sobre aquellas artes adivinatorias, y pronto adquirió conocimientos muy respetables, e incluso intimidantes.

El sitio en donde desarrollaba sus dotes proféticas era una sala de mala muerte, donde conoció a la viuda de Beauharnais, una muchacha criolla a la que una negra de las Antillas le había profetizado el trono del mundo. Esta muchacha acababa de casarse nuevamente, esta vez con un joven oficial de apellido Bonaparte.

Ana María Lenormand se convirtió en la tarotista oficial de la pareja, que por entonces no preveía un futuro venturoso. La única aspiración del joven Bonaparte era servir en Córcega y ganarse la vida honradamente dentro del ejército. Pronto la sibila se informó de aquella profecía sobre un reinado mundial, y elaboró sus "visiones" tratando de confirmarlas.

Con el tiempo el joven Bonaparte se convirtió en cónsul, y la viudez de su clienta fue sepultada oficialmente. Desde entonces se la conoció como Josefina.

Ya en su cargo de emperatriz, Josefina nunca abandonó a Ana María Lenormand, sino que la adoptó bajo comisiones abultadas, haciéndole ganar una notoriedad asombrosa. Pronto se tejieron extravagantes conjeturas sobre su persona. Todos la consideraban un fraude, incluso ella misma se veía a sí misma como una estafadora, hasta que una investigación casual dio cuenta de que su talento poseía matices tan genuinos como aterradores.

Es muy posible que Josefina de Beauharnais conociera a la vidente en la cárcel durante el período revolucionario del Terror. Sin embargo, no existe ningún documento que permita afirmarlo. En cambio, sí es sabido que la futura emperatriz de Francia era una mujer muy supersticiosa, como correspondía a alguien que había nacido en las Antillas y estaba familiarizada con asuntos de hechicería. Por ello no hay que descartar que el renombre de Lenormand condujera a Josefina a su casa, sobre todo en el momento de su divorcio con Napoleón.

En cuanto a este, no resulta fácil creer que consultara a la pitonisa, dado su temperamento racionalista. Un testimonio fidedigno de su rechazo a los videntes lo encontramos en la obra de la Duquesa de Abrantès titulada Mémoires ou Souvenirs Historiques sur Napoleón (1831): “Era sabido el gusto, más bien pasión insensata, de Josefina por los echadores de cartas. A Napoleón le divertía al principio esa afición, pero luego se burlaba de ella. Entendía que no había nada más opuesto a la majestad que esas pequeñeces de espíritu”.

Napoleón llegó incluso a impedir que Lenormand entrara en su salón pero, sobre todo, promulgó una ley con fecha 12 de febrero de 1810 relativa a adivinos y hechiceros que habían florecido como nunca durante la Revolución Francesa y ya eran legión en su época. Así, en el artículo 479 y los tres siguientes se precisa que "la gente que practique el oficio de la adivinación o que pronostiquen o expliquen los sueños serán castigadas… Según las circunstancias se dictará una pena de prisión de cinco días… Y además serán confiscados los instrumentos, utensilios y ropajes destinados al ejercicio de este oficio".

Con anterioridad a la promulgación de esta ley, la vidente ya había sido multada y encarcelada en relación con diversas denuncias de clientes por su actividad como cartomántica. Por otro lado, sabemos por fuentes como la citada de la duquesa de Abrantès y por los archivos policiales que las sospechas que pesaban sobre ella no se referían sólo a sus predicciones, sino a actividades anti-bonapartistas. Estas últimas terminaron por inquietar a la policía imperial y el 16 de diciembre de 1803 fue detenida y recluida en la prisión de Madelonettes durante un mes. Al parecer, estaba implicada en una conspiración que había sido descubierta.

Se descubrió que cierta vez Ana María Lenormand recibió a tres muchachos que fueron a consultarle sobre el futuro que les aguardaba. Para salir del paso, la sibila les predijo que los tres sufrirían una muerte violenta, que uno de ellos tendría funerales fastuosos y que los otros dos serían condenados por la opinión pública.

Esta imprudencia profética cayó en el olvido hasta que los apellidos de aquellos tres muchachos cobraron notoriedad unos meses después. Sus nombres eran Jean-Paul Marat, periodista y activista durante la Revolución francesa que ayudó a consolidar el Reinado del Terror elaborando "listas negras" hasta que fue apuñalado en la bañera por Charlotte Corday; Maximilien François Marie Isidore de Robespierre, apodado el incorruptible, abogado y líder autócrata de la Revolución que fue guillotinado en 1794; y Louis de Saint-Just, llamado el Arcángel del Terror, cuya vida fue cortada bajo la misma guillotina en la que cayó su camarada Robespierre.

Ana maria lenormand
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