Wiki Creepypasta
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La vida se mueve y fluye como el agua en los riachuelos; se alza en contra de aquello que la apaga y se aleja de tu ser cuando tu tiempo ha llegado. Una cosa es ser un humano... ¿pero un ángel? Esas son palabras mayores. Tiempo atrás, en una isla cercana a las tierras hispanas, un hombre residía en ella junto al resto de su pueblo quienes disfrutaban de un amplio abanico musical que abarcaba todos los géneros y épocas de la tierra misma. Aunque todos los que se encontraban dentro de tal terreno en medio del agua eran bastante buenos en el mundo del quinto arte, en la rama del cante, este señor era un “dios”, banalmente hablando, entre los hombres.

Era capaz de cambiar su timbre de voz de tenor a falsete cuando le apetecía y tenía unos pulmones de hierro que le permitían cantar fuerte y durante largos periodos de tiempo sin tomar una bocanada de aire. Estas características dadas por la madre naturaleza, además del repertorio de canciones que escogía, que se movían entre el flamenco, un poco de pop con mensajes críticos entre sus líneas y las fiestas típicas gaditanas, hicieron que él se volviera popular no solo en su pueblo sino más allá de sus fronteras, como alguien que cantaba con fuerza en contra de aquellos con poder que no lo utilizaban para un objetivo sin buenos fines. También era bueno tocando la guitarra y la percusión, pero en ese apartado era igual de bueno que muchos otros, a diferencia de su voz. Había ocasiones en las que usaba todos los dedos de su mano izquierda para tocar las cuerdas con sus uñas largas en canciones flamencas y otros apartados musicales, y usaba solo la uña del dedo corazón para el punteado o canciones del género rock and roll y heavy metal, que lo elevaban a una nube de adrenalina que lo hacía mover su cabeza de un lado a otro, permitiendo que su larga melena se meciera en el aire.

Una de las bajadas y desventajas de la mortalidad humana es la capacidad de vivir de forma limitada por una cuestión biológica. Esto hizo que, por desgracia, aquellos que eran cercanos a él, este muriera por causas naturales, aunque gracias al señor, fue a una edad bastante avanzada. Cuando este murió y su cuerpo fue enterrado en la arena de la playa delante de su casa, su alma ascendió al juicio del dios padre que lo sentenció a la condena temporal del purgatorio al estar manchada de manera parcial por el pecado.

El isleño aceptó con agrado la condena impuesta debido a que sería purificado del todo y porque le agradaba pensar que no fue tan malo como él pensaba en su día al estar vivo. Así que de un momento a otro, fue subido a un carro de oro y plata conducido por un ángel que le iba explicando con paciencia y delicadeza cómo funcionaba el lugar a donde se dirigían y cómo debía proceder en él.

Al cabo de unos pocos minutos, se encontró ante una montaña en forma de cono cuya falda estaba clavada a un suelo de piedra ennegrecida y su punta mostraba un pequeño bosque del que por intervalos inexactos de tiempo ascendían personas agarradas por otros ángeles. El ángel lo bajó hacia el “portal” del purgatorio y con sus dedos marcó la frente, el dorso de sus manos y su pecho con unas cruces tan negras como una noche sin estrellas y le explicó que estas representaban los pecados que cometió en vida: “Soberbia, Ira, Pereza y la Rebeldía, aunque esta última no se consideraba como tal”.

Fue ahí que, cuando su cuerpo fue marcado por el fuego de los dedos del siervo de Dios, atravesó la casapuerta de la montaña y procedió a sufrir los castigos que le correspondían, aunque para la sorpresa de todos los que estaban presentes, quienes delgados y sin muchas fuerzas se mantenían callados y pronunciando pequeños murmullos por el dolor. «El cantador de la penitencia», como lo llamaron con el paso del tiempo, se ponía a cantar todo lo que él sabía de canciones y melodías para distraerse de sus dolores y para, así, como daño colateral, entretener a las almas que le acompañaban en el dolor. Hasta que, con el paso del tiempo, sus marcas se fueron volviendo cicatrices y su ser fue llamado para poder ascender con otros muchos a las puertas del cielo.

San Pedro, el hombre y apóstol que se ocupaba de atar lo que sea a la tierra y al cielo a la vez que de cuidar las puertas de oro, se sintió curioso al ver en la lista un tipo que no tenía un nombre “propio” y que era nombrado como «el cantador de la penitencia». Cuando lo tuvo al frente, le permitió la entrada con amabilidad, pero se lo quedó mirando mientras este pasaba delante de él por la curiosidad.

El círculo en el que se encontraba era una gran plaza con un suelo de mármol blanco y unas columnas como las de los templos griegos, que se alzaban hasta unos cuantos metros y sus puntas estaban despejadas ante una falta de tejado. Las nubes plateadas como el hierro se movían como esponjas en el fuego lento, meciéndose con el viento de las alturas, y el cielo estaba oscurecido por la noche con una gran luna llena encima de todos los ahí presentes, mientras las estrellas brillaban con potencia en sus respectivos puestos de trabajo. Los puros de alma que estaban presentes en aquel lugar estaban vestidos con una vestidura blanca como la suya y dependían mucho de su forma debido a la época en la que ellos vivían en su día, siendo las del cantador en su caso una camisa de mangas cortas con unos pantalones largos y unos calcetines, yendo descalzo por ahí por donde iba.

Un dato del que se dio cuenta es que algunos ángeles que estaban por ahí revoloteando se les quedaba mirando y cuchicheaban entre ellos o con otros espíritus. En un momento dado, un joven se le acercó a él para preguntarle si era cierto eso que se decía de que en respuesta a los castigos que recibía en el purgatorio, él cantaba canciones para apaciguar un poco los dolores que experimentaba. La idea de que en el cielo la música tuviera un peso bastante importante como el quinto arte que es, lo motivó a explorar las cosas que el cielo podría proveer y observar cómo podía incluirse en las canciones que el cielo tocaba, y en cierto modo tocó todo lo alto y lo bajo.

Al tercer día de encontrarse en ese círculo y en otros en los que podía viajar a través de las nubes de plata, empezó a hacerse notar por sus cánticos y las canciones que escogía a la hora de cantar, junto a algunos músicos frente a las almas de los fieles creyentes. Tocó lo alto al hacerse un nombre y no dejar caer ese apodo que se le brindó por su fuerza de voluntad y su pasión por el sonido. Pero a la vez, tocó lo más bajo cuando se negó a dejar de cantar, cuando algunos ángeles superiores se presentaron ante él para que se detuviera, debido a que algunas canciones que cantaba contenían un mensaje muy fuerte de rebeldía e individualidad.

Debido a la negativa suya de dejar de cantar al alegar que si bien era cierto que su cántico era fuerte en esos temas, él solo quería cantar ante la gente para que disfrutara y a la vez deseaba “enseñar” a la gente que se debían de rebelar cuando los superiores a ellos se comportaban como capullos y abusaban de su poder. Debido a esta acción tomada por el cantador de la penitencia, algunos de los que estaban presentes se fueron directamente hacia el dios padre de todos los humanos y les contaron que ese tal «cantador de la penitencia» no desistía en su, algo rebelde, movimiento.

Jehová, al observar y notar las acciones de este, a la vez que entendía lo que quería hacer, aunque era inconsciente de lo que podía pasar si su mensaje se fuese de las manos, llamó a este cantador ante su presencia para “regañarle” por las cosas que hacía, pero a la vez encontró en él un hombre cuyo instinto era bueno e intenciones puras, un ahora ser celestial que podía cumplir un rol beneficioso para el humano y para el padre.

Fue así que lo bendijo con la divinidad de un ángel, pero se le brindó la apariencia de un ángel traidor de su voluntad que fue arrojado al infierno, haciendo que este tuviera una vestimenta oscura como la piedra de los volcanes y sus cuatro marcas se dibujaran de nuevo en su piel haciendo que estas fueran tan visibles como la pintura negra en sus ojos y boca, que resaltaban con la tez pálida de su ahora nuevo ser. Su pelo largo que antes era negro, ahora era en su totalidad oro puro y su barba igualmente obtuvo tal apariencia.

Obteniendo ya las características necesarias de lo que sería su nueva dedicación en lo que resta de eternidad, fue informado por el mismísimo Dios ante algunos ángeles y otros seres celestiales sobre lo que tenía que hacer ahora. Sin más preámbulos ni distracciones, fue lanzado del cielo con la bendición del padre supremo.

Aquel que antes no era más que un ser vivo corriente, ahora era un nuevo ser angelical sin nombre que fue temido debido a la poca comprensión de estos ante el objetivo que este tenía. Algunos decían que cuando cantaba, la gente se infectaba con una locura que los obsesionaba a muerte con algo que variaba dependiendo de la persona a la que se le cantara. Otros decían que incluso la muerte les arrebataba el alma debido a él.

Al final, por la estupidez humana, se le empezó a hacer cultos y oraciones a un supuesto ángel caído que les cantaba y los arrancaba del plano físico para mandarlos hacia el lugar que nadie observó para después regresar y hablar. Y aquellos que dicen haberlo hecho, muy poco se les podía creer debido a la decadencia de sus mentes.

Es así que mi relato terminará con un aviso para el oyente o lector que encontró estas hojas escritas con un ángel mirando con su gracia todas las palabras que son dichas por un servidor: si escuchas alguna vez que en medio de la noche, alguien te canta con su poder sobrenatural y notas que tu cuerpo empieza a encenderse por las llamas de la divinidad y el calor de la pasión, es probable que estés ante la presencia de aquel que llaman "Ángel caído de la penitencia" o… tal vez...no.

Los angeles caidos[]
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