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Existe en las afueras de la preciosa ciudad mexicana de Durango una hacienda conocida como Navacoyán, muy cerca del río de Tunal. Cuentan que hace muchos años, el gobernador municipal vio necesario levantar un puente justo por encima, pues en la época de lluvias, el cauce del río crecía de un modo tan alarmante que las personas que se arriesgaban a cruzar casi siempre encontraban la muerte. Además, esta circunstancia también imposibilitaba el comercio entre los habitantes a ambos lados del arroyo.

Así pues, mandó llamar al mejor ingeniero de la ciudad, un hombre habilidoso que ya había llevado a cabo varias obras de construcción con excelentes resultados.

El gobernador le dio un plazo para terminar el puente antes de la siguiente temporada de lluvias. La paga por supuesto, sería cuantiosa y el prestigio que ganaría por dirigir semejante proyecto, incomparable. Sin embargo, le advirtió que de no terminar el encargo a tiempo, no solo perdería la mitad del dinero prometido, sino que su reputación quedaría arruinada en la urbe.

El ingeniero se puso en marcha al instante, contratando a los mejores albañiles y asistentes para que el puente fuera hermoso y seguro.

Pero sucedió que solo tres días antes de que el período establecido llegara a su fin, hubo una tormenta imprevista y el río creció tanto que la corriente arrasó con lo que se había construido, quedando en su lugar no más que escombros y lodo.

Viendo tal desastre, el ingeniero cayó en la desesperación y se sentó a lamentarse a un lado de las aguas.

Pasó entonces un hombre de baja estatura, tapado con un sombrero que ocultaba su mirada y únicamente mostraba una sonrisa desconcertante.

—¿Cuál es tu pena, amigo mío? —le preguntó al ingeniero.

—¡Estoy perdido! Todos mis esfuerzos al construir el puente no han valido de nada. Perderé mucho dinero y también mi reputación como el mejor en mi profesión.

El hombrecillo extraño ensanchó su sonrisa y se presentó a si mismo como el diablo.

—Hagamos un trato —le propuso—, terminaré el puente por ti. Será el más resistente que se hayas visto en estos lares y el gobernador se quedará mudo del asombro. Pero a cambio de esto, tendrás que entregarme tu alma.

Preso de la angustia, el ingeniero aceptó y sellaron el pacto.

Al día siguiente, un puente reluciente apareció encima del caudal, dejando impresionados a los habitantes de la hacienda y sus alrededores. No obstante, casi enseguida se aterrorizaron al descubrir el cuerpo inerte del ingeniero en el centro de la construcción. El pobre hombre estaba muerto y su alma perdida para siempre.

Cuando intentaron recogerlo para entregarlo a su familia y que tuviera la debida sepultura, una violenta corriente de aire lo arrebató de sus manos y lo hundió en las profundidades del río, de donde nunca más se le pudo sacar. Desde entonces, cada vez que llega la época de lluvias, se dice que un hombre aparece a penar encima del puente.

Quienes se acercan a hablarle, terminan ahogados bajo el torrente.

Hombre Misterioso
Puente
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