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La cama N° 23

Aun con el miedo que Raúl le tenía a los hospitales, se vio en la necesidad de ser internado tras una intervención quirúrgica. Sin volver a sus cinco sentidos, vio en la cama del lado a un hombre, delgado y pálido, con bata del hospital, que sentado con la piernas encogidas, se ponía las manos en la cabeza y se mecía de atrás hacia delante. Cada vez que despertaba veía lo mismo, hasta que por fin recuperó la conciencia en su totalidad, se dio cuenta que no había nadie en la cama junto a él.

Por la noche mientras dormía, fue despertado por un brusco jalón en su línea del suero, que por la violencia con que fue retirado le abrió una herida con la aguja. Volteó hacia los lados en busca de alguna causa, pero no había nada aparente que le hubiera provocado tal daño, cuando la enfermera vino a atenderle, fue acusado de haberse hecho daño el mismo y reprendido mientras le colocaba el suero en la otra mano.

Después trato de dormir de nuevo, pero con cierta desconfianza, sentía un escalofrió que le recorría el cuerpo cada vez que le daba la espalda a la cama de al lado, se sentía observado e incómodo. Volteaba de reojo cada vez que tenía oportunidad y cualquier ruido lo alteraba.

Al siguiente día le dieron la noticia de que podría retirarse en 48 horas como máximo, así que trató de pasar el mayor tiempo posible dormido, para que la espera le pareciera menos. Pero igual que antes, se sentía muy incómodo, como si alguien lo observara desde la otra cama, prefirió no darle más la espalda, y cuando volteaba, vio de nuevo a aquel hombre, esta vez parado junto a su cama, mirando bien se dio cuenta que sus pies no tocaban el suelo, solo colgaban como si pesaran mucho mientras flotaba en el aire muy tranquilamente.

Con el susto ya en la garganta impidiéndole gritar, Raúl intentó levantarse, pero el hombre reaccionó también, sus ojos se volvieron blancos, con un brillo extraño ante la poca luz que entraba por la ventana, Raúl no podía moverse porque lo tenía sujetado fuerte del brazo, con una mano fría y gris, entre forcejeos lo tiró de la cama, y cuando la enfermera hizo la ronda, se ganó otro regaño y un sedante por decir lo que había sucedido.

Cuando la enfermera platicaba con las demás en su turno, dijo lo que el señor le había contado, de inmediato las otras dos enfermeras se levantaron, corrieron hasta la cama de Raúl y lo movieron de lugar, mientras le contaban a su compañera de reciente ingreso, que en la cama No. 23 había muerto un hombre que tiempo después empezó a aparecerse, molestando a los enfermos, hasta el punto de haberles arrebatado la vida a algunos.

Aquella sala solo se usaba en casos de emergencia, cuando no había más lugar pero el resto del tiempo permanecía cerrado.

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