Todo mi sufrimiento, mi rencor, mi odio, mi envidia, todo lo que tenía en las entrañas.
Todo eso me impulsaba, me estimulaba y me inspiraba.
Y le daría un escarmiento a los dos. Durante años soporté sus patrañas.
Ya no les creo nada, sus mentiras ya no me importaban.
Dicen que nunca me negaron nada, que todo me lo dieron, pero es mentira.
Nunca obtuve lo que en realidad anhelaba tanto. Eso que arropa más que el más cálido manto.
Eso que todo niño necesita cada día, eso que todo niño a tener aspira.
Tiempo, dedicación paternal. No la fría servidumbre, con su blanco delantal.
¡Ellos no son mi familia, son ustedes! Pero aun así me abandonaron desde bebé, en cuatro paredes.
Me sepultaron vivo en esta maldita habitación. No tuvieron de mí la más mínima compasión.
Y me he podrido aquí, por 17 años, en esta silla de ruedas.
“Porque tu condición no te permite exponerte fuera”. Han dicho.
Y me he tenido que quedar todo este tiempo recluido, por su maldito capricho.
He visto pasar días, años, desde el tercer piso.
Viendo florecer el jardín de la terraza y deshojarse en cada estación.
Y me he preguntado si existe el invierno en el paraíso.
Y la amargura se ha apoderado de mi corazón.
Pero no seré más un recluso. Ya he tomado las riendas de este juego.
Tengo todas las de ganar, e incluso, me daré el lujo de burlarme luego.
Mañana será el día apropiado. Mañana, cuando lleguen a otra de sus fastuosas fiestas todos sus invitados.
Mañana alcanzaré por fin mi libertad. Me alejaré para siempre de esta triste realidad.
Sí, mañana por fin les castigaré dolorosamente.
La caída será breve y lo lamentarán para siempre.
Pues mi ventana está ubicada sobre la mesa principal, convenientemente.
