Soy una de esas personas que prefiere a su propia soledad antes que la compañía de cualquier otra persona, y hoy fue la muestra perfecta de ello.
Esta tarde fui con mi familia al cementerio y francamente me enfadé, no me gusta que me avisen a último minuto que vamos a salir, pero por suerte mi celular estaba cargado y así podría escuchar música durante el trayecto y desconectarme del mundo.
En cuanto llegamos empecé a explorar tratando de ignorar a las demás personas del lugar... bueno, hasta que mi tío me regañó por no prestarle atención y me quitó los audífonos.
Habían unos cuantos espacios listos, pero vacíos y sin ataúdes, mis primos se acercaban a los espacios y bromeaban diciendo que un ebrio podría caer ahí y lastimarse o que alguien se agachara para mirar y otra persona lo pateara para que cayera y se lastimara —no es necesario estar ebrio para hacer una tontería— eso era lo que yo pensaba mientras ellos reían.
Caminé unos 10 minutos junto a ellos, luego de eso pude recuperar mis audífonos y me alejé.
Estuve unos 15 minutos caminando a paso apresurado para perderlos de vista, en cuanto ya no los vi continué caminando a paso normal con los brazos cruzados tras la cabeza y los ojos cerrados.
Por alguna razón aunque conocía poco ese cementerio —de hecho era la primera vez que iba allí— y estaba con los ojos cerrados, me ubicaba perfectamente y no me perdía ni me confundía de camino, sentía que algo me guiaba.
Mientras tarareaba la canción que iba escuchando, sentí que algo me jalaba del brazo —Maldición, seguro es el Agustín molestando para que vuelva —pensé, así que abrí levemente los ojos para mirarlo y decirle que me dejara en paz, pero lo que vi me impresionó.
Lo que allí estaba no era mi primo, ni siquiera era una persona normal, se veía como un niño pequeño pero sin ojos, el cabello chamuscado, la piel extremadamente blanca.
Aunque no tenía expresión alguna en el rostro, por algún motivo sentí que él estaba triste.
No me dijo nada pero comenzó a caminar hacia una tumba en específico, no sé por qué pero lo seguí.
Luego de caminar un rato llegamos, miré la foto que había ahí y supuse que era él, también me fijé en la tumba que estaba a su lado, la fotografía era de una bella mujer junto a él y otro hombre, en el suelo frente a sus fotos habían unos floreros volcados y las flores estaban marchitas, él las señalo y trató de tocarlas pero no pudo porque las atravesó.
En ese momento comprendí lo que él quería, me estaba pidiendo que le cambiara las flores a él y a su madre y que las pusiera en agua limpia.
Gasté todo el dinero que traía en comprar las flores para ellos, después de que las cambié el niño me sonrió y desapareció.
Me sentí bien al hacer algo por él, a pesar de ser atea me arrodillé frente a sus tumbas y pedí por que descansaran en paz.
Luego de eso fui a el auto y pensé todo el camino en ese niño y en cómo me sentiría si alguien de mi familia falleciera, llegué a la conclusión de que no importa cuánto lo pensara, nunca nadie está listo para una pérdida.