Toda mi vida fui a colegios católicos de mujeres. Estuve por lo menos en tres durante la mayoría de mi vida académica, cada uno generando una impresión en mí, pero ninguno tanto como el primero.
Fui a este colegio privado desde el jardín de infantes y estudié ahí hasta los primeros años de secundaria. Desde el comienzo estaba muy entusiasmada con ir, y por suerte desde el primer día hice amistades que conservaría durante muchos años. Me adapté muy bien a la vida escolar.
Lo cierto es que las monjas, pese al estereotipo que todo el mundo conoce, eran mujeres muy jóvenes y agradables, más del tipo hermana María de The Sound of Music, siempre jugando con nosotras, enseñándonos canciones y por lo general manteniendo una muy buena relación con el alumnado. Yo no solía meterme en problemas, me encantaba hacer mi tarea a tiempo y jugar en orden, creo que lo único que no me gustaba era la rutina a la que sí o sí te ves obligado a obedecer en éste tipo de establecimiento.
Todas las mañana antes de ingresar a clases las monjas comenzaban el día con algún tipo de anuncio mientras todas estábamos formadas en el patio, quizás sobre alguna actividad escolar especial, un acto o la ausencia de alguna maestra (algo bastante común en cualquier escuela), y luego seguía la típica canción/oración que se le rezaba al Santo Patrono de nuestra congregación. No recuerdo bien todo lo que decía, porque era larga, pero hablaba algo así de cómo desde nuestra humildad nos consagrábamos esclavas de la voluntad del Señor y prometíamos solo obrar de acuerdo a sus enseñanzas. A los cinco años en verdad todo eso era una sarta de palabras sin mucho sentido que aprendí a memorizar y repetir sin pensar mucho; ahora me doy cuenta de que en verdad es algo bastante perturbador obligar a decir algo por el estilo a niñas tan pequeñas. Pero después de todo, es algo que se hace en cualquier colegio católico del mundo.
Después de eso, se venía lo más aburrido, el llamado “Momento de Oración”, en el que todo el alumnado pasaba a la capilla y se escuchaba alguna reflexión (quizás un párrafo de la biblia) y se procedía a orar a la estatua del Angel Gabriel que se exhibía en el centro de la capilla, por detrás del altar. Yo odiaba ese momento del día, porque todavía era muy temprano y en invierno todavía el cielo estaba oscuro, me aburría mortalmente y pasaba gran parte del tiempo en mi mente divagando sobre alguna caricatura o lo que jugaría más tarde.
Esta rutina matinal se repitió absolutamente todos los días de mi vida desde los cinco hasta los trece años, nunca haciéndose más fácil de aguantar.
Más allá de eso, puedo decir que la vida en esa institución era bastante corriente, haciendo todo lo mismo que se hacen en otras escuelas pero siempre con el ingrediente religioso incorporado. Todo era bastante regular, salvo algunos incidentes que entonces no parecían más que eventos aislados, y no fue hasta varios años de haberme ido de ahí, y hablado con otra gente, que comprendí no era tan común.
Algo que sucedía frecuentemente era la muerte inesperada de alguna alumna. No recuerdo qué pensaba en ese entonces, los niños mueren, eso suele suceder. Pero el volumen de decesos y las causas que envolvieron las mismas, hoy en retrospectiva parece mucho más de lo esperado.
Por ejemplo, me acuerdo que cuando estaba yo en primer grado, un trágico accidente cobró la vida de cinco niñas de jardín de infante, y dejó unas cuantas más con lesiones. Un tipo borracho manejando, se subió a la vereda y estrelló contra el acceso del Jardín de Infantes, justo a la hora de salida de las alumnas. Fue un evento muy popular en las noticias, una tragedia de la que se habló hasta en la televisión nacional. Recuerdo ver en la tv las fotos de aquellas niñas fallecidas, rostros que me resultaban ligeramente familiar de las formaciones y los actos escolares. Después de lo sucedido volvimos a clases e inmediatamente nos congregaron en la capilla donde se rezó por las almas de nuestras compañeras, que ahora estaban junto al Santo Patrono descansando en paz.
A final de ese mismo año una chica de la secundaria cometió suicidio. Yo no la conocía, pero había sido compañera de una de mis primas y recuerdo que ellas comentaban como había estado teniendo algunos problemas y ya no era la misma. Aparentemente una de las monjas, cuyo nombre ya no me acuerdo pero que era una de las más jóvenes y amigueras, había estado teniendo charlas con ella, quizás tratando de ayudarla a sobrellevar sus problemas. Pero al final el resultado había sido el mismo.
El año siguiente hubo un accidente que hasta el día de hoy no he podido borrar de mi memoria. Una alumna de quinto grado cayó por la ventana del laboratorio de biología, sobre la reja de la huerta del jardín que quedaba justo por debajo. Fue especialmente desagradable porque la verja tenía puntas terminadas en picos y el cuerpo de la niña quedó empalado. Lo encontraron alumnas de un curso inferior y recuerdo como todo el mundo corrió a ver lo que pasaba, saliendo de sus salones de clases. Yo debí salir como ellas, porque sé que llegué al jardín y vi el cuerpo colgando sin vida. No sé muy bien lo que pasó después, solo que nuestras maestras nos regañaron por quedarnos mirando y muchas de las chicas mayores llorabandesconsoladas.Mi segundo día de clases en tercer grado durante los anuncios de la mañana, nos avisaron que una alumna de cuarto grado había fallecido la noche anterior debido a un disparo en la cabeza. Hoy me doy cuenta de lo oscuro en la idea de que una niña de solo 9 años haya tomado la determinación de robarse el arma de su padre y dispararse a sí misma.
Eventos por el estilo después de unos años se hicieron, no menos graves, pero si menos shockeantes para mí. Como la ves que una chica de sexto grado tuvo un colapso nervioso y atacó a una de sus compañeras, una alumna con capacidades especiales que tenía algún tipo de retraso mental y estaba en silla de ruedas. Nunca supe bien qué causó tal incidente, pero al parecer fue tan brusco (o desafortunado) que ésta chica se calló de su silla y golpeó con la cabeza de manera que terminó en el hospital y falleció pocos días después.
Hay un par de cosas más que tengo que aclarar. El colegio tenía un anexo que funcionaba como orfanato y que también dependía de las monjas. El edificio estaba pegado a uno de los patios y como teníamos prohibido interactuar con los huérfanos, recuerdo que mis compañeras y yo jugábamos a treparnos y mirar al otro lado de la pared, para intentar ver a alguno. No sé por qué era tan emocionante, probablemente porque nunca había conocido a un huérfano y porque estaba prohibido.
El Hogar de Huérfanos se incendió un verano, yo me enteré por la televisión desde mi casa durante las vacaciones. No sé bien que fue lo que sucedió, quizás un accidente del algún tipo, pero sé que varios de los niños fallecieron por las quemaduras e inhalaciones. Y los demás tuvieron que ser llevados temporalmente a otro lado hasta que restauraran todo. Incluso años después recuerdo pasar por ese muro que dividía los dos edificios y aunque ya no me trepaba, pensaba en los niños sin rostro que habían fallecido sin que nadie los extrañara, y me generaba una sensación de tristeza.
En los últimos años de mi primaria, siempre volvía a casa con mi madre y una de sus amigas, cuya hija también iba a mi escuela pero a un año mayor. No es que fuésemos cercanas, en los recreos cada quien andaba con sus amigas, pero a la salida cuando caminábamos de regreso siempre charlábamos y ella era super agradable. También a veces iba a jugar a su casa, cuando nuestras mamás se juntaban. No comprendí que fue lo que sucedió cuando meses antes de terminar las clases, mi madre me contó, blanca como papel, que se había suicidado.
Otro evento que quedó grabado en mi memoria fue la vez que pedí permiso para ir al baño durante clases, y al entrar encontré que todo el piso el espejo estaba lleno de sangre. Esa vez me asusté, porque era durante una mañana muy clara y de clima agradable, el baño que era perfectamente nuevo y hermoso parecía un escenario de película de terror. Y cuando entré a uno de los cubículos encontré que el inodoro estaba cubierto de sangre, y en el centro había algo que entonces pensé que era un animalito pelado. Tenía doce años, ya estaba familiarizada con la regla y todos esos asuntos femeninos. Seguramente pensé que alguna chica había tenido una visita inesperada y había hecho un desastre.
Años después, durante mi época de estudiante de medicina me di cuenta de que era imposible perder esa cantidad de sangre sin caer al piso por la lipotimia, y que en realidad ese animalito había sido un resto fetal. Me tomó diez años comprender de que seguramente alguna alumna había tenido un aborto muy aparatoso, y nadie había comentado nada.
El último evento extraño que recuerdo fue el de mi último año como alumna. Había cinco hermanas asistiendo al colegio, una de ellas, la menor, era mi compañera de clases. Las hermanas M resaltaban no solo por ser todas las presidentas de sus clases (y la mayor incluso la presidenta del consejo escolar), sino también porque eran hermosas y muy amigables, eran del tipo de chica popular que es adorada porque incluso es buena gente con las chicas no tan populares de la clase.
Ese año cuatro de las hermanas iban viajando en un jeep de un amigo, que al parecer iba ebrio, y sufrieron un accidente. Dos de ellas murieron en el acto, otra estuvo internada mucho tiempo hasta que finalmente falleció, pese a todas las horas que pasábamos en la capilla rezándoles al Angel Gabriel y al Santo Patrono. La que era mi compañera había sufrido solo heridas leves, y al poco tiempo se reintegró a clases. Pero cuando volvió era prácticamente la sombra de lo que solía ser, pálida y ojerosa, ya era delgada antes pero ahora estaba prácticamente un esqueleto. No hablaba casi con nadie, y cuando lo hacía rompía a llantos. Un día le confesó a una de sus más cercanas amigas del salón que no podía dormir porque veía a una de sus hermanas que había fallecido, la veía en su casa y a veces hasta en la habitación que compartían. Y que esas visiones no eran agradables, que la veía sufriendo o llorando de dolor.
Las monjas acudieron a su ayuda, siempre le tenían paciencia cuando en la mitad de la clase ella se largaba a llorar o empezaba a gritar de la nada. En varias ocasiones recuerdo haber visto que se iba a mitad de la clase a charlar con una de las monjas.
No sé exactamente que pasó en ese momento, si sus padres le consiguieron el apoyo psicológico que ella obviamente necesitaba después de tremendo shock, o si eran del tipo religioso que creían que rezando sus traumas se irían. Pero poco después ella también se suicidó, arrojándose del segundo piso hacia el patio de la capilla. Ésta vez, por obvias razones, preferí no verlo y solo puedo imaginar la escena de lo que vívidamente mis compañeras describieron antes de que llegara la policía y los padres de la chica.
Al año siguiente me mudé de casa y cambié de escuela.
Enlistados de esta manera todos estos eventos trágicos le dan un matiz distinto a mis años de niñez, sobre todo porque aparte de eso recuerdo que yo la pasaba muy bien. Sentía que la gente ahí se preocupaba por mí. Más de una vez una monja me había visto con mala cara y se acercó a preguntarme, genuinamente interesada, que era lo que me pasaba. Yo le respondería alguna tontería, una vez estaba muy triste porque todas las chicas de mi salón de clases tenían patines de línea y como mi papá había perdido el trabajo yo no podía tenerlos. Ella me sonrió y me dijo que tenía que tener fe e ir a la capilla a rezar, que si demostraba fe y compromiso, el Santo Patrono me daría lo que yo tanto deseaba. Hoy me siento un poco estúpida por haber ido cada recreo durante semanas a rezarle al Angel Gabriel por unos tontos patines.
Iba y me sentaba en la primera fila, la capilla casi siempre estaba vacía en los recreos, entonces yo aprovechaba para mirar fijo a la estatua del Angel y pedirle con todo mi corazón que me concediera solo ese deseo, que yo iba a consagrarle mi corazón y a ser una buena niña. Repetía primero la oración de la escuela, la de cada mañana y después solo mantenía monólogos con el Ángel sobre cómo iba a ser agradecida por los tontos patines, etc. Por ratos me quedaba mirando solo la estatua, porque era magnífica. Un tallado en piedra de mármol blanco y precioso, el ángel era inmenso y se paraba con una postura orgullosa, mirando hacia el cielo. Estaba desnudo pero recuerdo que tenía como unas telas que cubrían lo suficiente como para que la obra conservara su pudor. Y lo que más me impresionaba eran esas alas enormes en su espalda.
Al poco tiempo mi papá consiguió un trabajo mucho mejor que el anterior, y no solo tuve un par de patines, sino que varias cosas más.
En mi nuevo colegio (otra vez religioso) no había nada así de impresionante. La capilla era muy parecida a cualquiera, con el cristo crucificado en el medio y la virgen maría, cuadros de querubines y demás imágenes más típicas de una iglesia.
No volví a pensar mucho en ese colegio los años siguientes, no hasta que entre a la universidad y en algún momento, compartiendo historias escolares con mis compañeros durante alguna fiesta, les conté estas anécdotas y la mayoría lo sintió extraño. Varios me acusaron de estar mintiendo para darles un buen susto, pero para mí no tenía nada especial hasta que me hicieron caer en cuenta que no es común tantos accidentes de ese tipo durante la primaria.
El asunto comenzó a pesarme durante un tiempo, sobre todo cuando en otras reuniones me pedían que le cuente a algún recién llegado, de las historias de mi primaria macabra. En una ocasión, alguien que escuchó esta historia me preguntó si se trataba de ese colegio que había sido construido encima del campo de batalla de una de las batallas históricas más importante de mi país. Dónde cayeron miles de indios y unos cuantos soldados. Hasta entonces jamás se me había ocurrido asociar esos dos hechos. Sabía por supuesto, como toda buena alumna, que el colegio era antiguo y que se había construido a base del hospital/convento que colocaron las monjas poco después de aquella batalla, pero en retrospectiva el decir que prácticamente el colegio se erigió encima de todas esas tumbas indígenas, es perturbador.
Después de la universidad me olvidé del asunto por un buen tiempo, hasta hace poco, cuando entré a trabajar en el nuevo hospital que se construyó justo en frente de mi antigua escuela. Uno de esos días durante el almuerzo le comenté a uno de mis colegas sobre el asunto, y se rió diciéndome que probablemente todo era un poco más macabro desde la memoria de una niña. Que seguramente si volviese a ir, me daría cuenta de que no había nada diferente en esa escuela a cualquier otra primaria regular.
La idea me dejó picando por un tiempo, hasta que me decidí a volver al colegio una tarde que me desocupé antes por falta de pacientes. No llego a los treinta años, pero fácilmente hice creer en la recepción que era la mamá de una niña que estaba a punto de entrar al jardín, y quería dar una vuelta, quizás hablar con alguien porque estaba buscando colegios. Me recibieron muy bien, con la misma amabilidad excesiva que recordaba. Esta vez me resultó un poco inquietante lo cordiales que fueron, y cómo enseguida la madre superiora accedió a recibirme y darme un tour por el lugar. Me dijeron que la podía esperar en los bancos afuera de su oficina, pero fingí perderme y me dediqué a recorrer las instalaciones por mi cuenta.
Seguía tal como lo recordaba, pero a la vez no. Todo parecía un poco más opaco, más común, y más pequeño. Pero tal y como mi colega me había augurado, era bastante similar a cualquier escuela promedio. Recorrí los pasillos y recordé esa sensación que solía tener cuando iba ahí, de que siempre alguien estaba mirando. En esa época yo asumía que eran las monjas, siempre controlando que te portaras bien. Ahora me daba cuenta de que la estructura de pasillos largos y abiertos puede generar esa sensación de inquietud, como que te va a aparecer alguien de cualquier costado. Termine mi tour en la capilla, que estaba muy vieja. Los pequeños bancos de madera eran los mismos de mis épocas, y mirando bien el lugar, en realidad poco se parecía a cualquier capilla católica. Para empezar no había crucifijos ni imágenes de la Virgen por ningún lado, lo único que colmaba las paredes eran cuadros de santos, que yo recordaba ya estaban cuando era yo alumna.
Los cuadros eran simples y se notaban que habían sido pintados por un artista sin mucho talento, tal vez una de las hermanas. Pero mirándolos más de cerca, me di cuenta de que cada uno representaba la escena de un santo siendo martirizado. Siendo apedreado, crucificado boca abajo, devorado por un león. No era extraño ver esas representaciones en un establecimiento religioso, pero las expresiones agónicas y de desesperanza se me antojaron muy explícitas para los niños, y me preguntaba cómo es que no había tenido pesadillas antes.
Al final del pasillo principal continuaba la misma imagen gloriosa del Ángel Gabriel que recordaba. El artista aquí si había sido muy talentoso, probablemente una pieza traída desde otro lado, sus rasgos eran andróginos y totalmente bellos. Me acerqué para ver mejor la pieza, y me di cuenta de que a sus pies había algo escrito en latín. Una frase que tipee en mi celular para traducir más tarde. Antes de irme, le di un último vistazo, y cuando iba saliendo pensé que en verdad era una gran obra, pero una representación un poco atípica para el Angel Gabriel, uno de los más cercanos a Dios, quien en la biblia le dio el mensaje a María sobre su estado de embarazo y la llegada del salvador. Siempre lo había visto del tipo de figura que cae del cielo, rayos de luz saliendo de sus manos, una expresión humilde y los ojos mirando hacia abajo, como si mirase a la Virgen, a punto de darle su mensaje.
El de la capilla en cambio se parada orgulloso, y mirando de una forma dura, casi desafiante hacia al cielo. No cai en cuenta de lo que se trataba hasta que esa noche use un traductor para descifrar lo que el mensaje debajo de la estatua realmente decía, “Orgulloso y Bello, Salve Luzbel el Angel Caído. Salve.”
Mi terror fue inmediato, para los que no están familiarizados con la historia de los ángeles, Luzbel era el nombre que Lucifer solía tener antes de volverse un ángel caído. Todavía no puedo recuperarme de la impresión
que me generó descubrir lo que todos esos años estuvo pasando en realidad en ese lugar.