“Tócalo y conviértete en Él.” El sacerdote ordenó y el niño pequeño así lo hizo.
Colocó su palma de la mano en el libro encuadernado en cuero, sus actos marcados por los murmullos y los susurros de la congregación. Los hombres, las mujeres y los otros niños observaban con gesto torcido mientras sus dedos rozaban el hongo rojo que brotaba de la Biblia.
Esperaban ansiosamente que su Dios se diera cuenta. Y su hambre de una presencia divina fue saciada.
Su cuerpo percibió la carne pura del muchacho y se abalanzó hacia su mano. Los sollozos surgieron de la congregación y el chico siguió su ejemplo. Su Misa Gloriosa se arrastró por su piel, su vello erizado siendo consumido y convertido. El chico lloró lágrimas de agónica felicidad cuando su cuerpo fue mutado de orgánico a fúngico multiversal.
Los huesos engendraron raíces. Los órganos engendraron hongos. La sangre engendró Su saliva. Divina infección.
La congregación esperó hasta que el muchacho colapso en el suelo y estalló en miles de millones de Sus semillas, las cuales esperaban su turno.