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Esa noche en particular lucía más tenebrosa que de costumbre. No había indicio alguno de la aparición de la luna. A esa hora, el bosque parecía encerrar misteriosos horrores, los árboles retorcidos y sin hojas parecían tener la perfecta silueta de hombres o de demonios que vigilaban el camino en busca de alguna desafortunada alma a la que atormentar. Era una noche de pesadilla, sin duda. Aunque a todo esto Robert Berestfort no le prestara mucha atención. Seguía caminando por el sendero, guiándose con una linterna.

Un búho pudo verlo, y atónito abrió sus grandes ojos amarillos. Nadie conocía a Robert, por lo menos ningún humano, pero muchos de los animales nocturnos ya se habían acostumbrado a su presencia, pues no era la primera vez que aquel extraño salía a vagar en la oscuridad del bosque. No era normal ver humanos por ahí, especialmente a esas altas horas de la noche.  

Robert se había acostumbrado a pasear en la oscuridad porque había descubierto algo raro. Era, tal vez, la lamentable atracción que sentía por la oscuridad del bosque. Un tiempo atrás, en los primeros días de su estancia en la naturaleza, tuvo la desventura de perderse alrededor de 17 horas. Pero para cuando pudo guiarse por algunas piedras y musgos de la tierra ya era muy entrada la noche. Pudo oír el extraño ruido de pasos que venían tras él.

Tomó su escopeta y se preparó para lo que viniese a su encuentro. Detrás de algunos arbustos algo caminaba en cuatro patas. No pudo divisarlo muy bien, pero por el grito que daba la criatura supuso que se trataría de algún jabalí. No se oía el singular ruido de pezuñas que estos animales hacen al correr a gran velocidad, parecía más como el ruidos de palmas golpeando sobre el suelo de tierra. Armado con una pequeña linterna de bolsillo y con su escopeta de calibre 12/70 vio cómo la criatura se mostraba de cuerpo entero, justo delante de Robert.   

Tenía la forma de un niño. Sus ojos eran muchos más grandes que los de un hombre, y parecía mirar a Robert con curiosidad. Sus manos eran iguales a las de los mandriles actuales, e incluso las delgadas piernas de la criatura terminaban en manos. El color de su piel era de un gris pálido y contrastaba con el color marrón del poco pelo que cubría parte de su cuerpo.    

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Robert no sabía si disparar o correr. Ese escena era de lo más aterradora. La extraña criatura hizo un sonido agudo, al cual Robert entendió como muestra de sumisión. Se acercó lentamente para tocarlo; la criatura no parecía reaccionar. cuando estuvo cerca de tocarle la frente casi sintió que su corazón salía de su pecho por el susto. Había recibido una fuerte mordida en la mano izquierda. La criatura no lo soltaba y el pobre hombre sentía con pavor el ruido de un hueso rompiéndose. Ante tanto miedo, Robert apretó el gatillo de su escopeta y el ruido fue tal que hizo saltar al monstruo para atrás. Robert cayo de espaldas y pudo contemplar como sangraba su mano. Al levantar la mirada descubrió que aquella cosa había desaparecido.  

La curiosidad de Robert lo había mandado noche tras noche a internarse en la oscuridad. Quería volver a verlo una ultima vez, quizá así quedaría satisfecho. Quizá así no se sentiría tan solo. Lo busco por tres noches siguiendo el mismo camino por el cual lo había encontrado por primera vez, pero luego busco por otros caminos. Solía volver por la mañana a su cabaña con un sentimiento de total decepción. Pero esta vez era distinto, Robert cambió su camino al descubrir sobre la tierra seca un par de pequeñas huellas de manos que iban de cuatro en cuatro en dirección a las cuevas.  

Robert seguía caminando, otra vez. Se metía por entre un par de arbustos sucios, cruzaba de vez en cuando alguna raíz que lo hacía tropezar. Ya estaba acostumbrado. No miró hacia el cielo, pero este comenzaba a cubrirse de nubes negras. Las huellas se hacían cada vez más borrosas dado que el camino que seguía era constantemente transitado por todo tipo de animales, tanto de día como de noche. Robert no sabía hace cuanto estaban esas huellas en la tierra y pensó que quizá al final de su búsqueda no encontraría nada, ni huellas que seguir. Aun así continuo. Entró a lo más hondo de lo que alguna vez se imaginó que pudo llegar a ir el solo. Se encontró con una gran pared de roca y en el centro una gran abertura. El camino de huellas entraba en aquella cueva. Fue la segunda vez que Robert tuvo miedo de noche.   

Una cueva siempre es el refugio de algún animal. Especialmente es el refugio temporal preferido por osos y otros depredadores. Robert nunca volvió a llevar su escopeta por miedo a asustar a la criatura. Y esa noche no era la acepción. Tenía que entrar o irse y olvidar todo aquello. Pero entró. Dentro de aquel gran agujero de piedra no había más que oscuridad y mal olor. Robert levantó la linterna para ver a unos pocos murciélagos. Su camino se hizo cada vez más oloroso, en cada paso debía esquivar los pequeños excrementos de los animales.

Al llegar al fondo vio otro agujero, pero este estaba mas abajo y en el tan solo cabía una persona. Se agachó para entrar en él y una vez adentro noto que tan húmedo era aquella cavidad rocosa. Cuando salió del corto túnel, al el otro lado no pudo ver absolutamente nada. Alumbro el camino. La luz paso por el suelo de piedra y alumbro lo que parecían ser algunos niños dormitando sobre el suelo.No eran mas de tres criaturas. Eran más pequeños que el que ya había visto Robert. Su tamaño era el de un niño de aproximadamente de 3 a 4 años. La piel de estos seres era gris claro y tenían algunas diminutas manchas rosas. Cuando un levantó la cabeza Robert pudo apreciar que aquellos monstruos eran ciegos, como los perros cuando nacen.

Robert se paro y pudo ver más atrás el esqueleto de alguna liebre. Esto quería decir que aquellas cosas eran carnívoras. Por eso, quizá, lo habría mordido la otra vez. Debía irse de allí antes de despertarlos sin hacer ningún ruido. Cuando se dio vuelta resbaló sobre algo viscoso que había en el suelo. Su cabeza golpeó contra una pared de piedra haciendo que Robert gimiese. Lanzó una pequeña maldición y se metió en el agujero. escucho que detrás de el algo roncaba como un jabalí. Miro para atrás sobre su hombro y vio con horror un par de ojos fosforescentes que se acercaban a él.

Quiso gatear lo más rápido que pudo pero sintió que lo sujetaban del pie. Robert tiró con mucha fuerza de su pierna y logró liberarse. Ahora tenía una bota menos y mucho pánico. Salió del otro lado y tomó su linterna para alumbrar bien su camino. Su sorpresa fue mucha cuando la criatura a la que buscaba apareció de un salto frente a el. Esta vez la criatura sonreía de una manera aterradora. Robert quiso esquivarla pero recibió un golpe del monstruo en su rostro. Pudo ver como se alejaba aquella mano casi humana de su cara después de haberlo rasguñado.

El viejo corrió bastante asustado. Siguió corriendo pero sin alumbrar su camino, había perdido su linterna. Solo podía ver con un ojo, pero lo único que el importaba era salir de allí.El cielo hizo un gran estruendo y de momento comenzó a llover torrencialmente. Robert se encontró, arrodillado en el suelo húmedo, tratando de calmar su pánico. Intento respirar más suavemente pero su corazón no le hacía caso. Cuando logró calmarse un poco se volvió a parar para seguir corriendo.       

Los truenos eran lo único que alumbraba de cuando en cuando el camino del aterrado hombre.        

Robert tropezó un par de veces y en una ocasión piso alguna piedra filosa con su pie derecho que lo hizo gemir.        

Sin detenerse en ningún momento continuó escapando, pues quería salir de aquel oscuro infierno lo más rápido posible.Después de un tiempo llego a encontrar su vieja cabaña. Cuando se instaló, recordó el dolor en su pie. Tenía la media cortada y llena de sangre. Fue al baño y cuando prendió la luz pudo ver su rostro abierto en tres tajos.Se acerco al espejo para verse mejor. Su corazón le latió más fuerte que de costumbre. Su ojo izquierdo estaba partido en dos en una línea horizontal. Las heridas en la piel estaban tan abiertas y tan limpias por el agua de lluvia que Robert pudo llegar a ver el blanco de su hueso.       

El tiempo pasó, sus heridas sanaron y él quedó tuerto. Robert nunca más salió de su cabaña de noche, aunque si debía hacerlo siempre salía armado. Nunca pudo olvidar aquello. Casi siempre despertaba después de alguna larga pesadilla para mirar su rostro.Si bien nunca pudo olvidarlo, tampoco dejo que eso lo traumarse, e incluso una noche estaba lloviendo torrencialmente en el bosque y Robert sacó una silla para sentarse cerca de la puerta y ver el agua caer. Seguía estando solo, claro que nada más estaba solo en la seguridad de su casa.Cuando salía a cazar en las mañanas siempre descubría algún esqueleto animal. No eran los depredadores locales los que habían hecho semejante destrozo. No, claro que no. Fueron esas cosas.       

Cada día la cantidad de nuevos esqueletos animales aumentaba. Eso significaba que la familia de monstruos había crecido: más bocas que alimentar. Él había salido otra vez a cazar su almuerzo. Caminó hasta el centro del bosque. Robert contemplo el cielo despejado de aquel día. Pensó que quizá, si algún día las criaturas se comerían todo el bosque al no estar satisfechos comenzarían a salir de día para saciar su apetito. Robert ya no estaría nunca más a salvo. Algún día el moriría asesinado por esas cosas. Eso le aterraba. Pero, ¿qué rayos podría hacer un cuarentón frente a un ejército de monstruos hambrientos?

Robert lanzó un suspiro y siguió caminando...

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