Sentado en lo que para él era su trono, el joven Andrés les contaba unas anécdotas a sus compañeros del manicomio, que hipnotizados escuchaban (aunque probablemente, enfrascados en su locura, ninguno de ellos entendía ni una sola palabra de lo que decía). Ya llevaba diez años allí, y desde que llegó fue el “macho alfa”. Podría decirse que él era el más cuerdo de todos. Elevó el tono de voz y con delicadeza dijo:
- - Mis queridos amigos, ahora les contaré a todos ustedes una de mis anécdotas, que, para resumir, fue la causa por la que terminé en este maravilloso lugar:
En ese momento, tenía tan solo 15 años. Era una lúgubre y fría mañana de invierno y me preparaba para ir al colegio. Primero me levanté, aún tenía sueño. Luego desayuné y por ultimo me lavé mis amarillentos dientes (claro, haber sido un compulsivo consumidor de dulces no es bueno) –Le muestra los dientes a sus compañeros-. Como siempre, mi madre perdía sus numerosas llaves y debía quedarme esperando el milagro que siempre ocurría, aunque esperarlo era sumamente irritante. En ese intervalo de tiempo, tomé una bolsa de papel que tenía en mi habitación.
Tomé el mismo rumbo que siempre usaba para llegar al instituto que(claro, siempre caminando), de por sí, no estaba muy lejos del lugar.
Llegué a la entrada y vi a mis compañeros de curso y colegas (algunos de otros cursos), me dirigí a ellos y los saludé, con nuestra moderna forma de hacerlo en ese entonces. Sonaron las aturdidoras campanillas que indicaban la entrada al infierno, y ese día más que nunca lo era, esa mañana tendríamos clases de Química y eso significaba volver a ver al desagradable profesor Gonzales.
¿Por qué era desagradable? Se estarán preguntando a sí mismos en este instante. Bueno, yo les contestaré esa duda que está escondida en lo más profundo de su razonamiento. Era un viejo mañoso, paranoico, nos maltrataba verbalmente y lo hacía con mucha inteligencia y frialdad. Yo no era un chico problemático en ese entonces, era inteligente y me gustaba la química, pero el profesor no tenía siquiera la más mínima consideración conmigo. Es más, una vez me dijo que yo era la persona que más odiaba en su vida por el simple hecho de ser el más inteligente de la clase y que según él, algún día yo lo traicionaría.
Los coleguillas que mencioné anteriormente no solo eran amigos míos, sino que también había otras personas en ese grupo. Formamos el grupo luego de que nos hartamos del profesor, no quedaba otra alternativa que hacer justicia por nuestros propios medios, ya que muchos se quejaron con sus padres y estos últimos, con los directivos, pero nada de esto resultó lamentablemente. ¡Ja! Maldito sindicato de profesores.
Ese día yo era el encargado de ejecutar el plan, y lo haría con mis conocimientos de química. Unos días antes, tres para ser específico, había leído un artículo en Internet que trataba sobre el Fulminato de mercurio, una sal explosiva, que se presenta en forma de cristales blancos. Es muy inestable y de descomposición exotérmica poco calórica, por lo que se utiliza como explosivo de iniciación. Su preparación no era difícil por lo que leí, simplemente se preparaba disolviendo mercurio en ácido nítrico y luego agregando etanol.
Ese día que ya mencioné, aproveché que mis padres no estaban y me dirigí a un lugar en específico, a una gran farmacia que se encontraba en el centro de la ciudad y logré adquirir el ácido nítrico y el etanol/Alcohol etílico. Volví a mi casa, fui hasta el galpón que hay en el fondo del terreno y me pusé a rebuscar en los cajones de la vieja construcción para encontrar un antiguo termómetro, ya que los picos de estos estaban hechos de mercurio. Rompí el pico con facilidad y dejé el mercurio en un recipiente. Con mucho cuidado saqué todas las cosas inflamables que se hallaban en el lugar y agarré una mascarilla que un amigo mío me había prestado. Donde se encontraba el mercurio agregué el ácido y lo disolví. Por último, agregué el etanol y esperé un rato.
Vi cómo se había hecho un tipo de sal formada por cristales blancos y con mucho cuidado la almacené en unos sobres de plástico que a su vez, los puse en una bolsa de papel.
Volvemos al día donde ejecutaríamos el plan –que, por cierto, no les dije en qué consistía-.
Cuando empezamos las clases nos separaron por grupo. El grupo 1, al que yo pertenecía, tenía física en la primera hora y química en la segunda y el grupo 2, viceversa. Los de nuestro grupo acordamos que luego de física, irían rápidamente a los baños a esperar a que yo junto a un compañero entráramos con la bolsa de papel que contenía pequeños envoltorios de plástico que cubrían el Fulminato de mercurio. Cuando entráramos le diríamos un par de palabras al profesor y tan solo tiraríamos un cristal como si fuera un accidente para que haga una pequeña explosión y asustarlo, así de seguro reaccionaría violentamente con nosotros y le diríamos que no fue nuestra intención, que encontramos el material en su gabinete, lo tomé y se me resbaló de las manos. Para tener testigos, nuestros otros compañeros saldrían con cámaras de sus celulares a grabar lo que sucedía.
Más tarde, ejecutamos el plan. Entramos un poco asustados al aula, sabíamos que no había vuelta atrás.
Me acerqué al profesor y le dije:
- - ¡Hola Sr. Gonzales!. Encontré esto en su gabinete, ¿para qué sirve? - Luego de esto, dejé que el cristal se resbalara de mis sudorosas manos y cayera sobre el escritorio del profesor.
Perdí el conocimiento a causa de un fuerte golpe, ya que la onda expansiva hizo efecto en mí y en mi compañero, arrojándonos lejos del escritorio, haciendo que nos estrellemos contra la pared. Subestimé el efecto del explosivo y eso trajo graves consecuencias.
Me reincorporé rápido, afortunadamente no tenía ningún rasguño, estaba totalmente desorientado. Observé todo a mi alrededor, mi colega estaba estampado contra el muro, con los dientes rotos y con una abundante cantidad de sangre que le brotaba de la boca. Todo estaba destruido. Mis compañeros que estaban fuera salieron corriendo en busca de ayuda y ninguno se quedó a observar lo que pasaba. Recordé que en la sala estaba el profesor, me acerqué a lo que quedaba de su escritorio y miré hacía el otro lado.
Me llevé una desagradable sorpresa cuando tan solo encontré la piel del maestro, que yacía seca en el suelo junto a un extraño anillo de color azul. Por mera curiosidad toqué esa asquerosa piel y sentí nauseas.
Estaba listo para intentar sacar de la pared el moribundo cuerpo de mi amigo, cuando de pronto se escuchó un chirrido en el lugar, que según calculé provenía del techo. Y fue ahí cuando me llevé el mayor susto de mi vida. Traté de correr, pero mis piernas no me respondían, por lo que me arrastré hacia la puerta. Detrás de mí, había nada más y nada menos que una bestia, una cosa que tenía dientes afilados, uñas largas, piel roja y parecía extremadamente ágil ya que logró con facilidad bajar de la pared rápidamente.
Me tomó de las piernas y me inyectó una sustancia con una larga jeringa, luego de eso, todo se volvió oscuro para mí. Nunca supe lo que sucedió después. Todavía me pregunto si realmente el profesor era esa criatura, pero lo único que sé, es que me metí en un lió. Jamás supe qué es lo que me habrá hecho.
Solo sé que desperté en la camilla de un manicomio, con un anillo azul en mi dedo. Dicen que estuve más de un año fuera de mi casa y finalmente aparecí en un basural y que me transportaron a la camilla de un hospital.
Mis padres me visitaron al hospital, felices de haber encontrado a su retoño luego del accidente, quedaron horrorizados al ver su actitud, totalmente fuera de lo normal. Un chico que decía estupideces acerca de los astros y hablaba acerca de un inexistente profesor de química suyo que se había convertido en un extraterrestre luego de que hiciera explotar Fulminato de mercurio y destruyera toda el aula. También me dijeron que me había visitado uno de mis ex-compañeros.
Extrañamente ninguno de mis ex-compañeros reconoció que yo hubiera estado en el “accidente”, sino, solo dijeron que el autor material del hecho fue el difunto Carlos y que fue un suicidio, solo lo vieron a él. Según ellos, la última vez que me vieron fue cuando salí de la escuela, caminando hacia mi casa.
Cuando supuestamente le pregunté en mi camilla del hospital a uno de mis ex-compañeros sobre el profesor de química, Gonzales, extrañado me dijo “¿Quién es ese profesor?” y por alguna extraña razón ya no le pude hablar, algo me lo impedía.
-¡Vaya!, tú sí que estás loco de remate para inventarte ese pedazo de historia, no me extraña que estés aquí.- Dijo uno de los pacientes.
-¿Realmente crees que es una simple historia? Mira esto.- Andrés le mostró con seriedad al loco, un anillo azul que se sacó del interior de una herida.
NOTA: Este creepypasta fue hecho para la extinta Academia de escritores. Majin Tinieblas Las tinieblas nos consumirán...