Wiki Creepypasta
Registrarse
Advertisement

Di punto final al relato que escribía, lo guardé y apagué la computadora. Estiré con agrado todo mi cuerpo, dejando el asiento. Una oscuridad total me dio la bienvenida. La noche se hizo presente sin que yo lo advirtiera. Trastabillé un poco hasta salir de mi estudio. Frank seguía fuera y lo agradecía.

Acostumbrados mis ojos a la oscuridad, me dirigí a la recámara. Un ruido a mis espaldas me obligó a mirar con sobresalto por encima del hombro. No vi nada. El pasillo de cinco metros de largo, sin muebles pero con algunos cuadros, estaba vacío. Jugué la mirada de un lado a otro, ligeramente agitada. Entré a la habitación. Me acostaría temprano. Saqué mi pijama y me cambié rápido, escurriéndome entre los cálidos cobertores.

Todo quedó en profundo silencio. Ni siquiera afuera se oían los habituales ladridos de perros, los grillos en el jardín; algún vehículo en el camino. Nada. Mis párpados cayeron y no pude resistir entregarme al sueño. Me oído me devolvió a la vigilia. Ese ruido me parecía bastante lejano; un ligero rasguño contra no sé qué objeto. Me sentía tan cansada y tan a gusto en mi cama, que no tuve ganas de levantarme y saber qué era. Cerré los ojos. Algunas imágenes surgieron. Efluvios inconscientes de mi día pesado. Muebles inservibles, cartones llenos de ropa, papeles, periódicos; trastos que nunca utilicé porque los olvidé en el desván, que parecía no ser aseado en siglos.

Frank comenzó a trepar por mi cuerpo, como si de una enredadera se tratara. Tensé el cuerpo, apreté las piernas y aquel olor desagradable que hería mi nariz me despertó. Casi encima de mi rostro, limpiando sus negras manos, vi la rata más grande del mundo. Grité con horror y el animalejo, espantado también, saltó dentro de mi boca. Clavé los dedos en el colchón, atada a la cama por el pavor, mientras el roedor, de grueso pelambre, se abría paso a través de mi garganta.

Su estructura cartilaginosa se amoldó al esófago, recorriéndolo atemorizada, supongo: con sus garras raspaba las paredes internas, estremeciendo mi cuerpo de dolor. Ya no me rodeaba el silencio: mis angustiados estertores, rebotaban contra las paredes. Tenía la clara sensación de que mis ojos escaparían en cualquier momento de sus cóncavas para terminar en el piso.

La rata llegó al fin a mi estómago, batiéndose con soberana desesperación entre los líquidos, jugos gástricos, restos de comida y enzimas que en él convivían. Arqueé el cuerpo, gritando horrorizada. Ella debía buscar la manera de salir y sólo había una manera: procurársela por sus propios medios. Comenzó a roer mis entrañas, hasta abrirme el vientre y rasgar mis ropas de parte a parte. Sin salir de mi asombro y terror, vi a la rata limpiar su cuerpo. Sus ojillos vivos, resplandecientes me miraron unos segundos y sin más, saltó de nuevo a mi boca abierta.


Autor:Jane Doe

Advertisement