Wiki Creepypasta
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No sé cómo es que mi vida se tornó tan distorsionada, como una imagen entre neblina siendo títere de mi propia mente. ¿Quién necesita enemigos? ¿Quién necesita dolor y engaño? ¿Quién lo necesita, cuando tú mismo te encargas de ocasionarte el dolor más grande que pueda imaginar el hombre? Estoy en mi habitación bañado en oscuridad y silencio. ¡pobre hombre! ¿Quién ha golpeado tu alma? ¿Quién perturba tus más íntimos e impuros pensamientos humanos? Permanecía en mi cama, única amiga y usurera de mi propia vida y muerte. ¿Cómo puedes aprisionar mi cuerpo? Nunca lo entendí, siempre pensé que este mundo de ensueño era mi única salvación, mi único lugar fuera de mi cruel realidad. Pero no bastó para mis demonios. Ellos se encargaron de distorsionar mis sueños en pesadillas y torturas.

Soy un hombre sin defensa ante la violencia, nunca pude ocasionar dolor en otro ser, siempre fui hombre hecho de raíces de paz y tranquilidad. Pero a veces, aunque el mismo cielo permanezca en la infinita tranquilidad, siempre nacerá de ella una horrible, enferma y devastadora tormenta (lo oscurecía todo, lo destruía todo). Y aquí estoy, entre mis sábanas, observando como (Él…) me mira desde el rincón de mi cama. ¡Oh, Dios! ¿Qué me has hecho? ¿He perdido la cabeza tan joven o es que mi bondad no ha alcanzado tu reino? La criatura con ojos enormes me devoraba lenta y cuidadosamente, como todo un ser bañado de serenidad y paciencia. La oscuridad y la mezcla de luz desde mi ventana pintaba su silueta en marcas horrendas y precisas.

Nunca entenderé cómo mi propia mente pudiera ser tan clara al momento de torturarme. Su sonrisa era la más enferma representación de lo macabro. Nacida del vientre de la locura, más intensa de lo que un mortal pueda siquiera imaginar. Nunca podré borrar sus dientes y ojos putrefactos. Y yo, oh… Yo solo no podía dejar de observarlo. Desde mi diminuto lugar, imaginaba en agonía que si parpadeaba tan solo un segundo, este se trataría del error más grande ocasionado por un hombre. No quería saber de lo que (Él…) pudiera siquiera ser capaz de hacer, entre sus manos deformes cayendo en lo penoso.

El silencio era la peor parte de la escena, mis oídos casi me explotaban en carne y hueso. El ruido era tan aturdidor y asfixiante, no sabía qué era peor. El tiempo parecía inexistente, tan insignificante que podría estar seguro de que el reloj de pared enfrente de mí perdía razón de ser. ¡Sálvame! ¡Oh, Dios, sálvame!… Mi voz se estancaba en mi quijada, no podía pronunciar tan siquiera una plegaria. ¿Cuánto temor siento en mis venas? ¿Cuánto horror podrá cargar mi cordura? Permanezco inmóvil ante mi verdugo. Oh, sí…, no podía ser más que eso: mi verdugo. El ser reclamando mi momento de partida y muerte. La criatura inmóvil ante mí aún permanecía estática, sin movimientos, sin latidos, quizás como si (Él…) soñara. ¿Qué sueños reclamaban sus pensamientos? Ante el inminente miedo de mi realidad, mi mente no dejaba de cuestionarse. ¿Qué será lo que sus pensamientos razonaban?

Ante un momento de locura o valentía en movimiento, mi mano se acercó ante lo que podría ser mi final. Y, a pesar del terror en mis huesos, no me detuve. Un zumbido aturdiendo la realidad con violencia, la criatura despertó de su mundo de ensueño y, en un movimiento, su mano deforme me tocó la mía. Retrocedo aterrado al grado de un paro cardíaco en mi pecho. Al sentir su piel áspera y fría como el cadáver de un animal muerto en un mar de inverno, no podría imaginar cosa más espantosa. Mi corazón, como locomotora, latía con ferocidad. Pero mi lamentable situación aún era la misma.

La criatura aún permanecía estática ante mí, en la misma posición, y eso me hacía sentir más perdido, cayendo en un abismo de locura. «¡Oh, Dios de la muerte, ¿por qué no reclamas mi alma y me dejas en paz?!», grité en mis adentros porque mis vocales se rehusaban a hablar ante la criatura que aún me miraba sin parpadear. Ya cansado del miedo y la locura de la noche eterna, decidí poner un punto y final. Aunque significara el fin de mis miserables días mortales. Hoy enfrentaría lo que se presentaba ante mí, y devorando mis miedos como el bocado más amargo y putrefacto que os podrías imaginar, me lo tragué de un bocado al igual que mi fiel amiga, la cobardía. Saqué mis sábanas de mi frágil y tembloroso cuerpo. Y en movimientos rápidos pero precisos, me levanté de mi cama para enfrentar lo que podría pasar en la mente impredecible de (Él…), pero, para mi sorpresa y temor, la criatura se levantó con agilidad extraña frente a mí; no medía ni la mitad de mi ser, pero sin duda era atemorizarte hasta lo más alto.

—Si os piensas llevar mi alma, primero os enfrentaré. —Mi voz bañada en tropiezos y horror. Salieron de mi garganta rota y seca, pero lo que escucharía después de mi reto de duelo me paralizaría por completo.

eraten erfene osorem irpamla im ravell sasnieposis... —Su voz naciente en su adentro pecho jamás serían escuchados por otro oído humano, eso sería lo más que anhelaba mi alma; cualquiera que presenciara esa voz caería en las garras de la muerte. Eso era lo que mi razón dictaba, esa voz que me traspasó como espada ardiente recién nacida de un herrero. Pero, en un estado de frenesí, tomé mi fuerza humana y con puño en mano decidí dar el primer golpe, situación que la criatura no esperó en responder. Con la misma intensidad golpeamos nuestros puños, y la fuerza ocasionó un gran dolor en mi mano, que sangraba como si hubiera golpeado algo duro y frágil a la vez. Al retroceder, observé con atención que (Él…) sangraba, con la diferencia de que su sangre era del color de la más oscura brea.

—Usted, criatura de la noche… ¿puede usted sangrar como mortal?

Y, de nuevo, mis oídos presenciaron esa voz espectral y aterradora. Mi razón no sabía qué dictar ante la inimaginable situación. En realidad, ¿qué era la criatura enfrente de mí, que su sangre caía como cascada de aguas oscurecidas? O debería preguntar, ¿quién?

Al moverme de nuevo, fui hacia mi cama para detener el sangrado con mi sábana. (Él…) solo me miró atento ante mis movimientos. No sabía qué pensar, cómo reaccionar ante esta inexplicable situación. Pero tenía que saber lo que realmente me esperaba a continuación. La criatura aún pendiente de mí, su sonrisa permanecía quizás como el de una máscara ocultando la verdad. Así que decidí enfrentarlo como solo yo sabía hacerlo. Con razonamiento humano. Al vendar mi mano con un trozo de sabana, me senté en mi cama como todas las noches antes de dormir. (Él…) me siguió, posicionándose donde al principio permaneció.

Tomé valor en un suspiro, y hablé.

—No sé quién sea o qué quiera de mí, pero no os golpearé de nuevo si usted me informa de su visita.

De nuevo, esa voz me causó escalofríos al escucharlo; pero, tras escucharlo de nuevo, algo llamó mi atención. Su voz, áspera y gruesa, sonaba estancada, como si su propia garganta fuera prisión de ella. Situación penosa, no evité razonar cómo es que sentí pena por algo tan asqueroso y ruin. Entre más pasaba la noche frente a nosotros, más mi miedo ahogaba mi pecho. La espera es, sin duda, la tortura más amarga y tortuosa nacida del mismo Infierno, en esta noche fría de diciembre. Aunque a mi pesar desde hace tiempo mis noches siempre han sido frías. Mi soledad ya me había parecido amena; ¿cómo había terminado de esta manera? No podía recordar cómo mis noches se convirtieron en inviernos más y más profundos y difíciles de manejar.

Su voz inundó de repente como lluvia el silencio de mi fría habitación, y como si la luz se abriera paso en la gruesa oscuridad, su recuerdo lo llenó todo. Era ella… la mujer que solo mi corazón pudo amar y anhelar en toda mi vida. Su voz me llamaba, sí, era ella. Cómo podía confundir esa melodiosa voz llena de alegría bañada de amor. Mis lágrimas caían en mis mejillas por el recuerdo de mi amada Anna. Pero un llanto como gritos llamó mi atención, la criatura frente a mí lloraba y la expresión de mi cara se plasmó de interrogación y sorpresa. La criatura, como en agonía, chillaba cual cerdo joven en matadero; la voz era la más horrible, penosa y desesperante melodía, que me helaba como hielo salado en plena piel. Pero como si la melodiosa voz chillona no fuera suficiente para el acto infernal que mis sentidos presenciaban, los gritos de mi amada Anna se escuchaban como ecos por toda la habitación, como si cada rincón de mis paredes traspasara su garganta agónica.

—¡Mi amada Anna! ¡¿Dónde estás?! —Traté de encontrarla en cada rincón, pero su voz parecía solo el viento que me acompañaba y mi desesperación aumentó en altos niveles de pánico. La criatura chillaba más y eso me enfurecía, ¿por qué tan asquerosa criatura lloraba mi pena por mi amada? La ira lo inundó todo en mi cabeza, no podía soportar las voces y gritos en ella. Mi amada en alaridos llamándome me volvía loco, y (Él…) solo chillaba, y mi razón de repente desapareció rompiendo los rieles de mi cabeza. Todo lo que podía sentir era odio… infinito odio. Y tomando todo el control de mí, una fuerza sobrehumana me llenó por completo y arremetí contra (Él…), lo golpeé como si no hubiera otra razón de mi existir y sin detenerme; la criatura solo lloraba como un cerdo y eso me daba más aliento de golpearlo, de destrozarlo con mis propias manos. Mis puños, sangrando ante mis fuertes golpes, pintaban la piel asquerosa y fría de (Él…), que a pesar de sus llantos y el dolor reflejado en sus vacíos ojos, no se defendía ante mi ira humana.

Pero, al golpear fuertemente en dirección de su estúpida sonrisa putrefacta, esta fue destrozada, y lo que vi a continuación destrozó mi corazón. Lo que mis ojos contemplaban frente a mí era el castigo más inmenso que jamás un hombre podría soportar. Lo que hacía frente a mí era el rostro de mi amada Anna, con sus hermosos ojos verdes mirando a la nada, oculta en esa piel muerta y fría. Mis gritos ahogados llenos de odio y pena no podían ser callados. Mi alma lloraba lo que a mi horror había ignorado con gran fuerza.

El asesinato de mi amada. Cómo era posible siquiera que mi mismo ser se encargara de ocultar tan lamentable crimen cometido. Cometido por el hombre más temible y horrible jamás conocido. Ahora era todo tan claro. Cómo mi imagen se había distorsionado a tal grado de olvidar mi pecado manchado de su sangre en mis manos.

Una noche de diciembre cometí el pecado más grande que podría cargar en mis hombros, había destruido lo que más había amado en mi vida y ahora lo comprendía. Todo este tiempo había peleado con mi propio reflejo en el espejo. Estaba pagando mi crimen con los demonios de mi razón. ¿Quién más que ti mismo para convertirse en tu verdugo? En esta noche de invierno se cumplía un año desde ese crimen y, cada noche, (Él…) se encargaba de recordarlo con dolor y sangre. Cada golpe, cada grito de su débil pecho eran mi castigo por arrebatar su vida esa terrible noche de locura. Al finalizar e iniciar el amanecer, no recordaré su cuerpo sangrando en mi alfombra.

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