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Fue liberado en 1921 y se mudó a Altenburg. A sus nuevos vecinos les contaba unas supuestas aventuras como prisionero de guerra en Rusia, cosa que era falsa por completo. En Altenburg conoció a su futura esposa, una ex prostituta recién liberada de la cárcel, donde había ingresado por dispararle a su novio. La joven rechazó su propuesta de matrimonio, pero accedió a la boda cuando Kürten la amenazó con matarla. La mujer hizo la vista gorda ante las infidelidades de Kürten y su afición por el delito. Kürten no la maltrataba; se limitaba a ignorarla y utilizarla como sirvienta. Ni siquiera sostenía relaciones sexuales con ella.

En 1925, Kürten regresó a Düsseldorf; años después contaría que la tarde de su llegada, se había deleitado con una puesta de sol rojiza como la sangre. En palabras del escritor Rafael Aviña: “Ha llegado el momento acariciado largo tiempo: la hora del vampiro. Un verdadero vampiro humano que asolará las calles de Düsseldorf”. Se instaló y de inmediato recomenzó su frenesí asesino. Asaltaba mujeres en la calle, las golpeaba y las violaba en callejones oscuros; incendió más granjas y graneros e incluso dos casas de la ciudad; e intentó estrangular a cinco jovencítas, a quienes dejó inconscientes y heridas.

El 3 de febrero atacó con unas tijeras a una obesa mujer apellidada Kuhn; le causó veinticuatro heridas, muchas de ellas en la cabeza, y la dejó moribunda en la calle, no sin antes beber su sangre. La víctima sobrevivió de milagro a ese ataque brutal y describió a su atacante como “un vampiro”. La gente bautizó entonces a Kürten con el apelativo que pasaría a la historia: “El Vampiro de Düsseldorf”.

El 13 de febrero, Kürten acuchilló a Rudolf Scheer, un mecánico ebrio: veinte puñaladas en la cabeza y el cuello le ocasionaron la muerte y Kürten también bebió la sangre de su víctima.

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