Siempre hemos pensado que nada nos es inaccesible, algo que a veces pienso que puede ser un fatídico error..., bajar la guardia contra lo que desconocemos. Es cierto que ahora la calidad de vida y la tecnología han mejorado desde los últimos años, llegando incluso a la luna, algo que hace unos siglos anteriores era algo utópico, un sueño irrealizable.
Esta ambición nos ciega. Son muchas las preguntas existenciales que cada uno nos hacemos y que por ahora están fuera de nuestro entendimiento... Si les soy sincero, prefiero no pensarlo. No existen palabras para definir lo que pasa mas allá de lo que el razonamiento humano nos permite comprender, y si alguien lo ha intentado..., tuvo que haber muerto en el proceso.
Ahora, os relato desde mi carnal prisión del tormento lo que me sucedió hace unos días anteriores. Me llamo Luis Alberto Rubio, un guardia civil toledano..., o eso era antes de estar como estoy ahora. Ya llevaba 7 años en el oficio con una aparente normalidad. Puede que a veces hubiera ciertos altercados delictivos, pero gracias a Dios nunca llegaron a haber muertos, menos en una ocasión que por culpa mía y de mis compañeros matamos a un ciudadano por equivocación, pero eso carece de importancia. En realidad deseaba tener algo que me pusiera a prueba, algo oscuro y peligroso... Aunque posiblemente esa idea la saqué de alguna serie policíaca.
Mi vida era muy rutinaria y aburrida, prácticamente me daba paseos a mí mismo para ver alguna posible amenaza, pero la ciudad de Toledo era muy tranquila. Un noche de abril, a las doce de la noche, mientras patrullaba con tranquilidad, mis superiores me alertaron por la radio de la Guardia Civil con un mensaje bastante grotesco:
"Atención, hemos recibido una llamada de un ciudadano de que varias personas han aparecido muertas en la Iglesia de Santo Tomé."
Acaté la orden y me dirigí a esa posición bien conocida en Toledo. Pensé: "Puede que esta sea la prueba", y con cierta ilusión bajé del coche y me fui a investigar lo sucedido. Cuando entré en la iglesia me llevé la mano al corazón mientras observaba los cadáveres.
Era horrendo, abominable, cruel... No me quería parar a pensar de qué manera habían torturado sus cuerpos. Estaban todos tirados al suelo, abiertos de canal y con las caras perfectamente despellejadas. Sus ojos sin párpados me observaban, estaban perfectamente colocados para mirar hacia la entrada. Me acerqué a los cadáveres y también aprecié millares de agujeros y perforaciones, no muy limpias y hechas de tal manera que no me quería imaginar estar en esa situación.
No los podía reconocer, sus pelos arrancados, sus caras despellejadas, sangrando aún, abiertos de canal... Deduje que eran tres hombres y dos mujeres por sus ropas, era la única manera de reconocer su género. Más agentes entraron y se quedaron atónitos ante tal escena dantesca. ¿Quién pudo haber hecho esto?
Otra noche, pasadas unas semanas y un poco más calmado respecto a lo sucedido, recibimos una noticia similar pero con una diferencia: "Hemos contactado con llamadas anónimas, al parecer, en la Calle de San Marcos están cayendo cuerpos, desconozco que quiere decir pero id a comprobarlo, puede que sea el asesino de Santo Tomé".
Cuando entendí que esa orden era en general, el corazón me latió brutalmente, no quería observar otra carnicería y de por sí la descripción recibida no era agradable. Me armé de valor tras meditarlo en silencio y acudí a la zona. Otros agentes se adelantaron, posiblemente por el tiempo que estuve meditando el venir aquí, y empezaron a entrar en las casas para ir hacia un tejado donde parecía verse caer por las cañerías sangre.
Los agentes empezaron a entrar y yo, a posta, me coloqué el último, intentando evitar entrar o por lo menos entrar el último. Para mi sorpresa, uno de los agentes que subió cayó de cabeza contra el suelo desde el tejado. El impacto fue brutal, su columna vertebral no pudo sostenerse tras esa caída tan limpia.
Yo, en un estado de shock, observé su cuerpo y me sujeté el pecho mientras caía despavorido hacia atrás, para nuevamente observar a otros guardias caer. Uno cayó ardiendo, otro cayó de pie (destrozándose los huesos de sus piernas), otro cayó sin ojos... Evidentemente caían ahora cuerpos, cuerpos de mis compañeros. La gente empezó a rezar y a huir, dejándome a mí solo con mis compañeros agonizando. Me acerqué arrastrándome al compañero que cayó rompiéndose las piernas en el golpe, aún vivo, y le pregunté que había arriba.
Tragué saliva y le apreté su temblorosa mano con dolor para conseguir de una maldita vez una respuesta. Él me miró a los ojos y en silencio. No entendía qué quería decirme, hasta que comprendí que me advertía de algo. Me giré con lentitud adonde él miraba y observé una figura.
Una persona encapuchada y con unas cadenas en la mano me miraba desde el tejado, lleno de sangre y con la cabeza de un compañero. No podía distinguir muy bien qué era, además del miedo que me paralizaba. Me giré hacia mi agonizante compañero y descubrí que su cabeza no estaba, la cabeza que tenía el encapuchado era la suya.
El encapuchado giró hacia atrás y desapareció de mi vista. Yo, pálido y casi tan callado como mis compañeros muertos, empecé a pensar en las millares de posibilidades de quién o qué era. Quien se conocía como el Asesino de Santo Tomé no era algo humano.
Las aberraciones que hizo sin motivo aparente a sus compañeros y a las víctimas en la iglesia eran realmente inhumanas, algo que deduje que no pudo haberlo hecho alguien con una mentalidad humana. Mis superiores entendieron mi mensaje, pero en el sentido de los asesinatos y no en el de la identidad del Asesino de Santo Tomé. Me fue usual recibir comentarios de que "dejará de ver series policíacas" o "de miedo" que según ellos afectarían de modo negativo en mi trabajo, pero yo sabía perfectamente lo que había visto.
El miedo, unido a mi humana necesidad de entender quién era y por qué hacía esto, me levantaron las fuerzas para ir independientemente a la búsqueda del Asesino de Santo Tomé. Conseguí camuflar mi presencia en el cuerpo policial y en el de la Guardia Civil para poder recibir alguna noticia sobre el Asesino, y adelantarme. No fue tras cinco semanas hasta que recibí otra noticia y nuevamente misteriosa:
"Ese maldito perro ha hecho otra vez de las suyas, parece que se ha cometido un asesinato en la Avenida de Europa. ¡Maldita sea, id para allá cagando leches!".
Al ser una Avenida, era una zona más pública y posiblemente tenía la esperanza de encontrarlo nuevamente y a la luz artificial de las farolas. Llegué y esta vez si no pude evitar vomitar. Un hombre totalmente despellejado y con una sonrisa siniestra. Pero no una sonrisa facial, le habían rajado la boca hacía los pómulos. Miré alrededor espontáneamente, intentando interceptar al Asesino antes de que la policía llegara.
En una mirada fugaz lo alcancé, me miraba desde una esquina poco iluminada que nuevamente no me permitía identificarlo. El Asesino hizo un gesto con su mano, quería que lo siguiera. Tragué saliva y salí corriendo hacía él. Mis fuerzas mermaban cuanto más me acercaba a esa esquina, como si el miedo lentamente se apoderase de mí al ver esa oscura y desconocida esquina. El Asesino, como cabía esperar, no estaba justo en esa zona, sino más adentro. Lo sabía sencillamente por unos estruendosos ruidos de cadenas arrastrándose por el suelo a cada paso que él daba.
Me adentré a la penumbra del callejón oscuro hasta el momento en que no podía saber dónde pisaba ni caminaba. Con todos mis sentidos apagados me sentía desorientado. Me daba la sensación de que caminaba en la nada. Parecía que entraba al abismo. Ni se podía ver el cielo estrellado, estaba todo oscuro hasta que en un momento de confusión avisté una luz, a la lejanía.
Fui hacia ella corriendo, tropezando con algunas cosas que ignoré durante ese momento hasta que a medio caminó hubo un destello luminoso que me cegó. Abrí lentamente los ojos y observé dónde me hallaba, esto no era un callejón. Me encontraba en un espacio cerrado, un pasillo larguísimo que parecía no tener principio, pero sí un aparente fin luminoso.
Este pasillo estaba compuesto por losas cuadradas negras y blancas, desde el techo hasta las paredes y al suelo. En un arrebato de locura al no comprender nuevamente que pasaba a mi alrededor, corrí hacia delante con mayor fuerza, hasta que me tropecé con algo que parecía del mismo peso de los objetos que me encontré antes, pero descubrí que no eran unos objetos... Eran cadáveres despellejados.
Sentía la necesidad de no mirar hacia atrás, pero al mismo tiempo de salvar mis espaldas de lo que pudiera sucederse, una ola de cuerpos descompuestos y sangre empezaba a rellenar todo el pasillo. El miedo y la adrenalina se dispararon como un petardo al explotar, corrí con muchísima fuerza para impedir ser alcanzado por aquella masa e incluso me atrevería decir que sacaba fuerzas de flaqueza. La luz parecía más cercana y a la vez más cegadora, pero poco me importaba quemarme los ojos con tal aberración tras mis pies. Al entrar en aquella luz accedí a una especie de edificio, muy similar a los usados en los manicomios con reforzadas puertas y largas prisiones acorazadas y acolchonadas. Estaba débilmente iluminada, únicamente recibía los rayos solares a través de las ventanas, dejando algunas zonas oscuras y inundadas por el viento que entraba por las ventanas con varios golpes.
Llegué a un punto en el cual todo el suelo estaba lleno de sangre, pudiendo oír mis pisadas chapoteando sobre el charco. Mis manos temblorosas se agarraron a la pared cuando vi caminar hacia mi posición unos personas con chaquetas llenas con cinturones. Estas personas de pesadillas estaba despellejadas de la misma manera que los cadáveres que me encontré en el camino y en la iglesia, pero con una diferencia: estaban vivos. Pasé desapercibido, pero estaba claro que en el caso de tener conciencia me habrían visto... Pasaron como si nada, solo lloraban.
Bajo el sonido del viento y el llanto, algo comenzó a sonar, una especie de risa en intervalos raros que provenían de algo que claramente parecía artificial. Seguí escuchando esa sonrisa hasta un despacho. En la puerta de dicho despacho, que me impedía pasar, había un marco y escrito en sangre se podía leer:
"Todos somos iguales ante la ley, pero no ante los que se encargan de ejercerla".
Antes de adentrarme, analicé la situación y intenté encajar algunos datos: la frase en la puerta del despacho, los cadáveres atados vivientes y la manera desconocida y dantesca de haber llegado hasta aquí... No pude encajar nada, pero sí analizar, posiblemente la respuesta estaba detrás de esa puerta. Agarré el pomo y antes de hacerlo girar escuché la risa con mayor potencia, haciéndome retirar la mano del susto y percatarme de que el marco cambió de mensaje:
"La Justicia y los Jueces son actos y seres divinos; mas para quien recibe su Juicio no son más que atrocidades y monstruos".
La sangre se corría hacia abajo y el marco estaba intacto. En un acto reflejo y por puro miedo lancé una patada a la puerta, derribándola y adentrándome en el despacho. Todo estaba oscuro y la sangre que encharcaba el pasillo también lo hacía aquí, menos lo que parecía ser una televisión de los años 50 o cercana a esa fecha. En la pantalla del monitor había una cara en blanco y negro que me miraba con una amplia sonrisa.
Parte de su rostro no se veía, solo los pómulos, sus dientes, sus ojos y algunas partes de la cara que brillaban hacia un foco. Estaba justo delante de mí y yo no me atreví a entrar. La cara pálida, posiblemente por la mala calidad de la televisión, empezó a hablar en un idioma que desconocía. Hablaba muy rápido y con los mismos intervalos fuertes y agudos cada cinco segundos hasta que paró de golpe y sonrió, diciéndome en castellano:
"Las vistas del infierno traen de vuelta a sus espectadores".
Esas frases sin sentidos me colocaron los vellos de punta, echándome hacia atrás para correr hasta que desde la habitación algo se me abalanzó desde esa penumbra inquietante. ¡Era el Asesino de Santo Tomé! Pero no me alegré al verle. Me tiró al suelo y me presionó con su pierna al suelo mientras colocaba lo que parecía un arpón encadenado a su brazo, oxidado y ensangrentado en mi cuello, en ese momento me estaba manchando completamente de sangre. A la poca luz de las ventanas podía observar cómo era, y nuevamente me arrepentí de ello.
Su estatura se calculaba por los 2'20 metros, era realmente gigantesco, encapuchado como vi vagamente en la Avenida de Europa, pero no con una capucha normal y corriente; era una sudadera grisácea con capucha y con cremallera, que, de igual manera que el arpón, presentaba oxidación y manchas de sangre, pantalones vaqueros negros y desgarrados, guantes de cuero negro y manchados de sangre y estaba completamente descalzo. Su abdomen presentaba gran musculatura ya que estaba tapada vagamente por su sudadera, viendo su piel grisácea.
Su rostro fue lo peor, además de su piel grisácea con gran parte de su cara tapada hasta el cuello por una manta roja, negra y gris, solo dejándose ver la parte izquierda facial donde observé su coloración. Pero lo más irritante era que tenía su único ojo visible, ya que el derecho estaba tapado, de color completamente blanco. Este alzó su brazo apuntándome con el arpón mientras pronunciaba: "La justicia es ciega".
Lo que pareció una escena de terror aparentemente fue una pesadilla, pues me desperté en mi cama. No sabía qué pasó e incluso pensé que todo fue una pesadilla totalmente, hasta que encontré una foto colocada bajo mi almohada. Una foto que no estaba hecha con las grandes cámaras digitales y modernas, era una de calidad baja donde podía apreciar el rostro de quien salió en el monitor de los años 50 que descubrí en ese tenebroso despacho.
Arrojé la foto al ver la imagen y empecé a respirar hondamente. Me lavé la cara, me vestí (pues estaba en pijama, de allí deduje que había sido una pesadilla) y me dirigí hacia mi cuarto nuevamente para abrir las ventanas y observar que era de día, exactamente las 12:20... Lo que quería decir que llegaba tarde a mi trabajo. Me vestí torpemente y casi me caí en más de una ocasión por la prisas.
Llegué a la oficina, posiblemente algo menos arreglado, pero no era consciente de ello, y me presenté ante mis compañeros de trabajo, aún impactados por la muerte de nuestros compañeros durante la noche pasada. Sus caras pálidas, mirando el inmóvil papel y con sus miradas tristes. Me senté en mi oficina y empecé a oir cómo algunos de mis compañeros decían que estas noches no pudieron dormir por una serie de "pesadillas" o "malos sueños".
Me levanté de golpe para escucharles mejor e implorar que repitieran lo que les había sucedido y todos coincidieron, pesadillas con los rostros del Asesino de San Tomé. Todos mi compañeros y yo empezamos a aislarnos de la oficina en general y a simular una alerta, para poder salir de la oficina y pensar. Un asilo, o manicomio, eso es donde todos coincidíamos. Solo había una realmente cercana y únicamente exclusiva en Toledo: La Quijotíz.
Decidimos ir hacia allí, más seguros al estar en grupo e ignorando las reclamaciones de nuestros superiores. No queríamos ir muchos de entre nosotros, pero fuimos todos. Cuando llegamos, entramos a un gran vestíbulo y aparentemente vacío, pero no abandonado. Estaba todo demasiado limpio y arreglado para estar abandonado a las 2:30 de la mañana con una gran cúpula de cristal que dejaba pasar la luz, teniendo en cuenta también lo costoso y continuo que es manejar un manicomio.
Nuestra impresión y curiosidad nos apartó de la vigilancia, que nos salió cara... Uno de mis compañeros fue atravesado por un arpón, justamente el arpón que todos recordamos haber visto. Mi compañero cayó confuso mientras miraba su pecho agujereado.
Todos miramos a nuestro alrededor, ¿de dónde salió el arpón? ¿El asesino está aquí? ¿Cómo lo hizo eso? Eso era lo que yo me preguntaba inútilmente. Repentinamente un buitre aterrizó en el cuerpo arrodillado de mi compañero agonizante y le arrancó con su pico el corazón, matándolo.
La ira de uno de mis compañeros se desató e intentó darle al buitre con su pistola, pero fue víctima de otro arpón. Miramos al buitre volar por el techo, haciendo que durante un instante la luz solar del día se volviera negra y que todo el vestíbulo estuviera polvoriento, caótico, deformado, ensangrentado, con miles de ojos mirándonos y Él... Él estaba allí, no lo veíamos, pero nos sentíamos observados.
El buitre voló hacia arriba, atravesando la ahora agrietada cúpula de cristal y se acomodó en el hombro del Asesino de San Tomé, manchándolo de la sangre de sus recientes víctimas. Estaba en la cúpula de cristal, encima del cristal agrietado.
Esa gran imagen de la mujer vendada sujetando una espada y una balanza ahora era un hombre cruel y monstruoso, con un ojo ciego, un arpón y un buitre... Él lanzó otro arpón a la superficie de la cúpula rompiéndola en miles de cachos que cayeron como cuchillas afiladas a todos mis compañeros e inclusive a mí.
Un mar de sangre y cristales, y yo aún vivo y sufriendo por los cortes. Él asesino se colocó ante mí, con su buitre y su arpón. Sin aliento en el alma, le dije tembloroso:
"¿Qué hemos hecho para sufrir de esta manera?"
Y él contestó de manera imperativa:
"Pecáis de arrogancia, Diego. Vuestra arrogancia mató a un inocente", su fría voz se clavó en mi mente, recordándome el incidente que en el principio resté importancia.
"¿Qué derecho tienes tú juzgándonos? ¡No eres nadie!"
Su risa fría y los crujidos de sus articulaciones colocándose de cuclillas ante mi rostro: "No solo los jueces, juzgan".
Es lo que recuerdo, ahora dejadme mientras soy sedado por la sangre del inocente que maté, dejadme retorcerme en mares de tripas, degolladas por el buitre inquisidor que remata para un vulgar juez, que más que juez es verdugo. Lo maldigo, maldigo su osadía enfrentándose a la moral humana y a su tablón de ajedrez destructivo.
No solo los jueces juzgan, no solo los jueces juzgan, no solo los jueces juzgan...
Mensaje[]
Según se ha comprobado, este mensaje data del año 1997 (según la primera fuente) y fue un mensaje en cadena que se mandó de manera aleatoria a varias personas sin razón alguna, pudiendo haber descubierto vagamente que quien pudo haber enviado este mensaje fue el usuario del Hotmail Kronos1994@hotmail.com.
Yo personalmente lo recibí de otro compañero mío de pueblo y se extendió por nuestras redes como una plaga (puesto uno lo recibió y se extendió como un efecto cadena). Sobre si nos ha pasado algo o una muerte, no.
Solo el pequeño susto de la imagen de abajo y la escritura caótica y sin sentido de los hechos escritos. El mensaje se llamaba en realidad (por lo menos en el año 2006) "El Demonio de Toledo", pero posiblemente se haya cambiado por el tiempo (incluso el contexto) y acabado (que así nos ha llegado) en "El Asesino de San Tomé". Varias calles nombradas y la propia iglesia han existido, pero desconocemos al policía y la existencia del manicomio.