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Lucy era enfermera. Se encontraba caminando los pasillos del hospital hasta llegar a la sala de parto, y allí era encargada en el equipo de enfermería e instrumentación. Su única labor durante todo el parto era asistir al médico encargado de la extracción del bebé. Por alguna razón el ambiente en la sala era muy denso y muy repugnante, y por alguna razón la madre que estaba dando a luz en ninguna ocasión había dado ni un solo alarido ni siquiera un grito o gemido suave debido al dolor.

Por alguna otra razón cada uno de los presentes y encargados estaban sumamente angustiados y muy cansados, es como si el parto hubiese durado días cuando tan solo llevaban unas horas. Lucy la verdad se sentía muy mal en esa ocasión, y algo en su interior le decía que ella ni nadie debía de estar allí, en el nacimiento de esa nueva vida. En medio de la jornada algo comenzó a cambiar en el ambiente cada vez mucho más. Un olor a azufre sumamente exagerado se apoderaba del lugar y no solo provocaba arcadas a los médicos, también les quemaba las fosas nasales. Un frío estremecedor invadió el lugar, tanto que de las bocas de los presentes salía vapor.

En un punto muy sufrido, cuando finalmente estaban a poco de sacar al bebé, la madre finalmente gritó, pero fue un grito tan descarnado que ella pareció haberse desgarrado las cuerdas vocales, los ojos de la madre en el grito que por cierto era muy largo se blanquearon y después de unos treinta segundos así, la mujer finalmente dejó de gritar, se derrumbó y sus ojos se cerraron. La madre había muerto.

En este punto Lucy ya no estaba dispuesta a participar en el parto, pero justo en ese momento finalmente salió el bebé. Cuando la criatura salió, un olor aún mucho más fuerte de putrefacción total se apoderó del lugar, y los chillidos del bebé pasaban de ser tiernos y suaves, a ser graves, secos y muy fuertes. El bebé ya no estaba llorando, estaba gritando con voz extrañísima.

Lucy quien se encontraba alejada de los demás, comenzó a notar que todos se alejaban del recién nacido con horror, así que decidió acercarse con curiosidad y una mala sensación. Resulta, que el bebé estaba sentado en las piernas de su madre muerta, mirando a todos con una sonrisa horrible llena de colmillos, unos ojos demoniacos, y con dos cuernos que salían de su cabeza. Ahora el bebé estaba dando carcajadas con una voz sumamente profunda, y hasta este punto todos los presentes estaban paralizados del miedo. Lucy soltó lágrimas cuando el bebé comenzó a flotar en el aire riéndose erráticamente mientras su rostro perdía toda facción reconocible y pasaba a ser una mueca asquerosa y grotesca. La carne de la piel de la criatura se inflaba y se enrojecía.

Lucy aterrorizada sin poder caber dentro de sí misma no pudo soportar más y se echó a correr saliendo de la sala de parto atravesando los pasillos mientras escuchaba los gritos de los demás doctores tras de ella, aquellos que se habían quedado con la monstruosidad que había nacido. Llegó a la entrada del hospital e intentó abrir las puertas para salir, pero estas estaban bloqueadas totalmente. En ese momento dirigió su mirada hacia afuera por medio de los ventanales de las puertas y vio como en el exterior el cielo se tornaba de un color rojizo y las nubes se convertían en remolinos de tormentas eléctricas que se acercaban velozmente y destruían todo a su paso. Las personas afuera corrían despavoridas, gritos abundaban por doquier, y sangre caía como lluvia.

Para cuando Lucy sintió que le daba un ataque al corazón, abrió sus ojos como platos, tomo una bocanada de aire inmensa y se sentó sobre la colcha de su cama soltando un grito ahogado. Estaba respirando pesadamente en la oscuridad, sudaba mucho, su corazón latía de forma apresurada, así que ella decidió irse al baño a tomarse una ducha para calmarse y además aprovechando que en unas horas comenzaría su horario laboral.

En el baño, en la sala de estar, en todo lugar y momento, mientras desayunaba, le daba vueltas al asunto, pero con mente fría se dijo a sí misma que debía olvidar totalmente aquella pesadilla, y enfocarse en la realidad. Mientras iba en el tren se mantuvo viendo a través de las ventanas al cielo, notaba que se encontraba de un tono azulado muy suave y confortante.

Tiempo después llegó al hospital en donde trabajaba como enfermera. Al principio estuvo preocupada, y esto lo notaron sus compañeros de trabajo, quienes intentaron calmarla de lo que fuera que la atormentaba. Las horas pasaron, Lucy hizo lo que debía de hacer y en general le fue tan bien como le iba normalmente. Cuando el atardecer había llegado y no faltaba mucho para comenzar a anochecer, cuando sus horas habían terminado, y por ello se preparaba para irse a casa, es que mientras caminaba a la salida, vio como un grupo de personas entraban ajetreadamente al hospital, y entre ellas, había una mujer en una silla de ruedas la cual andaba totalmente cayada a pesar de que parecía estar en una situación alarmante.

Sí, aquella mujer que había entrado en silla de ruedas, era tal cual la misma mujer que Lucy había visto en su pesadilla. No era equivocación, la mujer tenía la misma expresión congelada y arrugada. En un momento, cuando Lucy y la mujer se habían visto cara a cara durante la loca andanza, la madre había dado a la enfermera una sonrisa horrible, pero no horrible realmente, más bien una sonrisa dulce y cálida. Esto hizo que Lucy envuelta en un pánico creciente se le abalanzara a la mujer mientras la golpeaba hasta lanzarla al suelo y allí pegarle patadas en la panza hinchada. La madre gritaba de dolor y miedo, y Los demás, familiares de la mujer y más medicos intentaban detener a Lucy, sin resultado alguno pues la enfermera se había vuelto totalmente loca tomando de los cabellos a la mujer embarazada, pegándole patadas a la cara, tratando de meterle las uñas en la carne para despellejarle la piel.

“La voy a matar. Ella debe morir. Es el anticristo personificado en la carne. Hay que matarla!!!” vociferaba Lucy en medio del altercado, de forma deliberada y sin sentido, una y otra vez mientras todos la tomaban de brazos y piernas y se la llevaban lejos de ese escenario ensangrentado.

Lamentablemente la mujer había perdido a su hijo, se había salvado ella pero había perdido a su hijo. Durante los días siguientes Lucy perdió su trabajo y esperó por una condena. Se apersonó a tribunales a testificar y ser acusada, pero siempre mantuvo su inocencia diciendo que había salvado al mundo del fin. Obviamente todos la tomaron como loca y apresuraron el proceso de su encarcelamiento, iba a pasar mucho tiempo en prisión. Unos días después Lucy se dio cuenta que la mujer a la que había atacado se había quitado la vida saltando a las vías del tren, tras no poder soportar la muerte de su hijo no nacido.

Una tarde en casa, cuando ella procesaba detenidamente todo en su cabeza, es que finalmente pensó en que todo lo que había hecho, y por primera vez empezó a cuestionarse sobre lo sucedido. Después de todo, puede que todo hubiese sido una equivocación, y aquí fue cuando el arrepentimiento llegó.

De pronto, Lucy recibió una llamada, la cual era la de su mejor amiga del hospital también médico, la cual con tono cansado le decía que se iba a su casa para finalmente hablar con ella sobre su caso, que ella había estado en medio de un parto muy sufrido que había durado horas y horas que la había dejado totalmente exhausta y que por ello había decidido tomar un descanso del trabajo por el momento e ir con ella. En esto Lucy le dice que le repita lo que había dicho, y que le explique mejor sobre lo del parto. Sin embargo, no obtuvo respuesta, en lugar de eso escuchó en la línea como unos gritos se intensificaban.

Demonio bebé

No pudo ella describir el sentimiento que la invadía, un mareo repentino llegó por unos segundos que casi la hace desmayar, y entonces cuando Lucy se dirigió a paso lento y tambaleante hasta las ventanas de la cocina, es que vio afuera, notando como poco a poco el cielo se transformaba a un tono rojizo, y las nubes se convertían en mantos de tormentas eléctricas que se hacían más grandes y se acercaban destruyendo todo a su paso.

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