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El matrimonio Velarde salió en la madrugada de casa de unas amistades, donde habían celebrado una reunión con abundancia de licores.

Emma no bebió tanto como Heberto, de modo que, desoyendo protestas de éste, se dispuso a conducir el auto de vuelta a casa. Aquello ocurrió en el Estado de México, de modo que tendrían que desandar el camino rumbo al Distrito Federal.

El problema fue que Heberto se quedó dormido poco después de empezado el trayecto. "Problema" porque no pudo hablarle a su mujer del encontronazo. Se llamó "el encontronazo" a una leyenda urbana según la cual, cuando los conductores enfilan cierta carretera estrecha y encajonada entre cerros, de la nada aparece un fulano ataviado sólo con pantalones cortos de mezclilla y con evidentes heridas en el cuerpo, que corre en sentido contrario a los autos con clara intención de no detenerse. Supuestamente, muchos accidentes se han producido por tal causa, pues los conductores, con tal de no atropellar al corredor, dan volantazos, logrando solamente impactarse contra el pie de los cerros y, casi siempre, volcar. Así, presuntamente, han muerto quién sabe cuántos desdichados.

A Heberto le había sucedido el fenómeno, pero como había oído tantas veces de él, lo consideró producto de su imaginación, así que no movió el volante en ningún momento, alegrándose de que no se produjera colisión alguna. El corredor en sentido contrario no era más que un producto de la autosugestión. Lástima que, dado el carácter impresionable de Emma, su esposo jamás le contó ni la leyenda urbana ni las veces que a él le había tocado afrontar al descamisado. Así, en cuanto la mujer tomó la carretera estrecha y encendió las luces altas para diluir la tremenda oscuridad, de pronto vio que un fulano de pantalón corto, claramente herido y sin intención de detenerse salía de ninguna parte, corriendo hacia el auto. Emma alcanzó a ver que el tipo carecía de globos oculares.

Al ritmo de un grito dio un volantazo que produjo consecuencias funestas. Volcaron; como Heberto, por imprudente, no se había colocado el cinturón de seguridad, fue proyectado por algún lado y la mitad superior de su cuerpo acabó aplastada bajo el auto, en tanto que su mujer, semiconsciente, intentó quitarse dicho cinturón para salir del vehículo destrozado, antes de que viniera otro y se estrellara contra él.

Dicho y hecho. Un tráiler de doble semi-remolque hizo acto de presencia y acabó de matar a aquellos infelices, que fueron reconocidos gracias a los dientes.

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