Hace algunos años solía ir a caminar nocturnamente, cosa que me era de sumo agrado. El doctor me lo había recomendado ya que entonces era una persona obesa y mis problemas de salud solían ser graves.
Una noche como todas, me encaminé hacia la ruta, lugar por donde siempre transitaba. Ese día hacia bastante frío y lloviznaba de a ratos, yo llevaba entonces un piloto que mi mujer me había regalado.
Seguí caminando y en la mitad del trayecto sentí unos llantos… Deduje que sería de algún bebé abandonado por lo que me acerqué hacia el sonido. Busqué y busqué hasta que al fin lo encontré, su cara era tierna, no parecía ser recién nacido.
Lo miré y él me sonrió, luego recorrí con un vistazo el alrededor.
Volví a mirarlo, él me sonrió nuevamente, salvo que esta vez su sonrisa era diabólica y sus ojos abrillantados… Me miró un tiempo y lanzó algunas carcajadas espectrales, como si se burlara de mí.
Yo quedé impactado, lo volví a dejar en el suelo y empecé a correr. Sólo me iluminaba la luna, corrí y corrí, pero aunque me alejara las risas seguían taladrando mis oídos. Crucé la estación del pueblo y cuando volteé para mirar, estaba parado detrás de mí.
No se imaginan el terror que sentí en ese momento…
Como les decía, seguí corriendo hasta llegar a casa, cuando entré todo cesó.
Esa noche nunca la olvidaré… Ya que ese niño perturba mi sueño cada vez que voy a dormir.
Hay veces que hasta siento cómo llora… Él espera que alguien más lo vuelva a recoger.