Wiki Creepypasta
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La educación es lo más importante. No importa quién seas, si médico, celador, enfermero o el maldito director del hospital. No faltes a la educación.

Anna corre por el pasillo de la planta de neonatos del hospital. Odia que le griten, lo odia. Pero más tarde ya cogerá a esa listilla de la Dra. Zamora.

¿Qué se cree?

Al menos es 20 años más joven que Anna y no tiene ningún derecho a tratarla así. A ella, con una experiencia de casi 25 años asistiendo al nacimiento de más de 5000 niños. No. Nunca le gustó Zamora.

Anna ya lo intuía, que la médica era de esos: Los que llegan directos de la facultad y creen que se van a comer el mundo, a revolucionar la medicina; pero el primer día que se les muere un paciente, no saben como actuar, pierden la templanza y creen que el liderazgo en situaciones extremas está basado en el grito y las malas palabras.

Anna nunca olvidará la primera vez que se le murió un paciente. Fue la pequeña Silvia. De estar viva, ahora tendría 23 años.

El parto fue complicado y tras horas de incertidumbre consiguieron sacarla adelante; pero al día siguiente, sufrió un infarto y no hubo nada que ellos pudieran hacer. Hora de la muerte: 06.32 de la mañana. Causa: anomalía congénita en las arterias coronarias. La pobrecita había nacido condenada.

No fue fácil para Anna, que vio flaquear su vocación de enfermera. La muerte de Silvia le hizo cuestionarse si realmente servía para eso; si podría soportar esa presión.

Qué horrible contraste ver el cuerpo inerte del bebé en una habitación decorada con imágenes de princesas Disney. Anna definitivamente odia a Disney. Pero a pesar de aquella desagradable experiencia, lo consiguió; pudo sobreponerse a la muerte de la pequeña.

Entendió que era una parte más de su trabajo, una parte inevitable, incluso necesaria y que otras muchas muertes sucederían a esa primera. La vida es así. Y desde ese día, para ella, los niños, todos, se llaman “Juan”; y las niñas, todas, “Laura”. Así es mejor. Es más fácil olvidarlos si las cosas van mal.

Anna no entiende que ha podido salir mal en el parto. El bebé estaba vivo cuando la madre ha entrado en el quirófano, se movía dentro de ella. Además todo ha ido bien y ha sido asombrosamente rápido. Pero al nacer no respiraba. Se le ha intentado reanimar, pero no respondía.

Y entonces han empezado los gritos de Zamora.

“¿Dónde está la puta adrenalina?”

“¡Déjame espacio, coño!”, “Anna, mueve el culo y ve a buscar al Dr. Ramiro”.

Y claro, Anna ha de obedecer sin rechistar. Pero ya hablará con ella, ya… 25 años asistiendo en partos y jamás nadie le ha oído decir una mala palabra. Ni en la peor de las situaciones.

Anna encuentra al Dr. Ramiro en el office de los médicos. No hace falta que le diga nada; con su cara paga. Los dos corren hacia el paritorio mientras Anna le detalla lo sucedido.

Y al entrar, el milagro.

La madre llora aliviada con su bebé en brazos. Está vivo. Es niño, es un “Juan”. El pequeño gime desorientado, con los ojos abiertos de par en par. Al lado de la camilla, la Dra.

Zamora tiembla asustada, aliviada. Anna la mira y se desmonta; quizás ha sido dura con ella.

“Pobre chiquilla, si es una novata. Se ha puesto nerviosa, eso es todo”.

Zamora se acerca a Anna y le sonríe.

“Lo siento, Anna”.

Definitivamente Zamora será una gran médico. Sí, le acaba de ganar. Es mejor olvidar todo lo que ha pensado de ella.

“Refréscate un poco, yo me encargo del resto”.

Zamora no discute, asiente y sale del paritorio. Lucía y Begoña, las compañeras de Anna se llevan a la madre. La tranquilizan, todo está en orden. En breve llevarán a su bebé con ella.

El Dr. Ramiro se hace cargo de la situación. Hay que someter al pequeño a algunas pruebas para descartar lesiones cerebrales provocadas por el tiempo que ha pasado sin respirar y mantenerlo en observación unas horas. Anna coge a “Juan”. Está pálido. Pobrecito, con lo que ha sufrido.

Sigue sin llorar y ahora sus gemidos se asemejan a gruñidos.

“Doctor, ¿se ha fijado en sus pupilas?”.

Son de un color extraño, como rojizas.

“Seguramente ha sufrido un pequeño derrame, es normal.”

Anna confía en el médico, si él dice que es normal, es que lo es.

El Dr. Ramiro intenta auscultar a Juan, que no para de moverse.

“Este bebé es un culo inquieto.”

Y entonces el niño se aferra la mano del médico.

“Tiene fuerza, el tío”.

Y empuja su mano hacia la boca. “Y hambre”. El bebé mira al médico profundamente, como si fuera plenamente consciente de su presencia.

El Dr. Ramiro posa el estetoscopio en el pecho del bebé. Escucha. Tras unos instantes, levanta el aparato y lo vuelve a posar en la suave piel del recién nacido. Escucha de nuevo.

“Que extraño…”

Anna mira al médico.

“¿Pasa algo?”

Ramiro no contesta. Vuelve a auscultar al bebé. El médico suspira y coge la muñeca del niño para tomarle el pulso. Anna le observa. No se atreve a volver a preguntar.

“Anna, por favor acérquese…”

Anna obedece y el médico le da su estetoscopio.

“Escuche.”

Anna se pone el aparato en los oídos. No oye nada.

“Y tampoco tiene pulso…”

Pero eso no es posible. El niño se mueve, está vivo, les observa. Y de nuevo intenta aferrarse a la mano del Doctor y llevársela a la boca. Ramiro prueba con otro estetoscopio, pero el resultado es el mismo: Nada. Lo mejor es hacerle una ecografía para salir de dudas.

No, no puede ser… ¿Por qué el corazón del bebé no late? Lo están viendo en la pantalla del ecógrafo. Ese pequeño muñón de carne que debería bombear sangre con fuerza, está inerte dentro del niño. Y sin embargo, está vivo.

Ramiro sale del paritorio. Quiere consultar con un colega la situación. Le pide a Anna discreción. De momento es mejor que nadie sepa nada de lo que sucede. Seguro que hay una explicación médica. No sabe cuál, pero la hay. Es importante no dejar al bebé ni un instante, por lo que pueda pasar, por lo que puedan observar.

Anna observa a “Juan”, que se mueve inquieto.

“Estás jugando con nosotros, ¿eh?”.

El niño gruñe a modo de respuesta. Anna acaricia su rostro. Sus pupilas rojizas brillan con fuerza al contacto de los dedos de Anna con su piel.

“Te gusta, ¿eh?”.

Anna lo coge en sus brazos.

“Claro que estás vivo, lo que pasa es que te quieres hacer notar.”

Anna apoya el bebé contra su pecho para que note sus latidos, para enseñar a su corazoncito lo que debe de hacer.

Y entonces los pequeños gruñidos que emite se convierten en un chillido agudo y fuerte. Anna se asusta y se separa del bebé. Ahora sus pupilas son de un rojo intenso y vivo. Con la boca muy abierta el niño mira a Anna y empuja hacia ella con mucha fuerza. Anna, sorprendida, se tira hacia atrás hasta chocar contra la pared.

El golpe hace que la enfermera relaje los brazos y el pequeño “Juan” cae al suelo y deja de gritar. No se mueve. Tiene los ojos cerrados. Parece relajado, parece… No ha sido su culpa. En 25 años de profesión ningún niño se le ha caído. Pero no ha sido su culpa, se ha asustado.

No es normal, ese bebé no es normal. Anna se agacha ante el pequeño.

“Por favor, por favor…”

Cuando el bebé abre los ojos y sus dedos se clavan en el rostro de Anna, ésta casi lo agradece, aliviada. Pero cuando las uñas del pequeño “Juan” rasgan la piel de Anna y la sangre salada entra en sus ojos cegándola, la enfermera grita aterrorizada.

Anna se arrastra por el suelo, desorientada y ciega. Oye al bebé gruñir cerca de ella.

No, no es posible que cada vez le oiga más cerca, que un recién nacido se arrastre… no es posible que esté escalando encima de ella, que su lengua, rasposa como la de un gato, lama la sangre de su rostro, que su pequeña boca sin dientes muerda su rostro con tanta fuerza que consigue arrancar dolorosamente un trozo de su mejilla.

“Joder” Es la primera vez en 25 años que una mala palabra sale de la boca de Anna. Pero es que nada de lo que está sucediendo es posible… no, no lo es…

Sofía está estirada en el sofá con el cuerpo de su bebé contra el pecho. Desde el balcón, Raúl, su marido, la intenta calmar.

“Ya llegan, ya llegan.”

La ambulancia está entrando en la calle. Sofía no lo entiende, meses preparándose para el parto y la niña ha llegado de repente, sin avisar, sin apenas contracciones, mientras Sofía se duchaba.

Y ha llegado muerta. Los sanitarios están subiendo por las escaleras a toda velocidad.

“Tranquila Sofía, ya están aquí…”

Y antes de que crucen el umbral de la puerta… el milagro. El bebé abre los ojos y emite un leve gruñido. Sofía la coge y llora emocionada. Las pupilas de la pequeña son rojizas, pero Sofía no se fija en ello. Su hija está viva…

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