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Ese payaso no era normal.
 
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Revisión actual - 18:45 10 oct 2017

Cuando Raúl había cumplido seis años, le habían regalado aquel horrible muñeco de payaso. No recordaba quien, probablemente alguna de sus tías o alguno de los amigos de su marido. Sin embargo, Clara nunca había podido comprender como alguien podría encontrar bonito semejante juguete. Con la brillante topa de colores, la estrafalaria nariz roja, el cabello pajizo y aquel sombrero verde, el payasito era simplemente horrible.

Aunque no era solo eso lo que tanto inquietaba a la joven madre. Aquel muñeco no era normal, no. No estaba sonriente como el resto de muñecos que se podían observar en las jugueterías; y es que con una sonrisa a lo mejor y hasta lo hubiera encontrado simpático. Pero es que no había nada simpático en aquel objeto.

Tenía unos ojos infinitamente tristes y una boca pintada que no sonreía. Era eso lo que más perturbaba a Clara. En serio, ¿quién pensaría en regalarle una cosa así a un niño?

Sin embargo, a Raúl le encantaba el juguete. Lo llevaba a todas partes y entablaba largas conversaciones con él como si fuera real. Siempre pedía que le pusieran su propio plato al sentarse a la mesa y ahora hasta lo llevaba al colegio.

—Es normal —le había dicho Juan, su esposo—, así son todos los críos. Verás que dentro de poco se olvidará de él y lo botará.

Pero Raúl nunca botó al payaso. Cuando cumplió siete años, un psicólogo infantil recomendó a sus padres que se deshicieran del juguete, pues el niño se comportaba extraño y ya no socializaba con otros, por estar “hablando” con su siniestro amigo.

Clara aprovechó un descuido del pequeño para tomar al payaso y guardarlo en una caja del ático; lugar al que el niño nunca subía. No le encontraría allí.

Cuando Raúl le preguntó por su juguete, ella le habló como de costumbre, siguiéndole el juego de que estaba vivo:

—Verás hijito, él se ha ido por un tiempo de viaje. Pero me dijo que regresaría pronto y que no te preocupes por él.

Raúl la miró suspicazmente. Clara esperaba que se conformara o en el peor de los casos, que hiciera una pataleta. Pero lo que ocurrió entonces, la dejó paralizada. El niño comenzó a llamar a su amigo a gritos.

—¿Dónde estás? —gritaba.

Inquieta, Clara se dijo que solo estaba jugando.

—¿Dónde? —Raúl se había quedado muy quieto— ¿Pero que estás haciendo allí? No tengo ganas de subir, ¿por qué no bajas tú?

Clara sintió que se le formaba un nudo en la garganta.

—Uff, está bien, ya voy —Raúl subió las escaleras con pereza, al tiempo que su madre temblaba.

Lo escuchó subir hasta el ático e ir directamente, hacia las cajas que abundaban en él. Lo escuchó quitar varias de encima, abrir una y rebuscar mientras murmuraba cosas. Pero aquello no podía ser, ¿verdad? Él no la había visto guardar al payaso, estaba segura. Debía tratarse de una coincidencia.

Cuando Raúl volvió a bajar con el juguete, sonriendo, ella tuvo ganas de romper a llorar.

Ese payaso no era normal.