A sus tres años Maddie no puede entender que es lo que está ocurriendo, pero sí que puede ver el terror escrito en la cara de la mujer que carga con ella entre la calle atestada. La mujer, Margaret, es lo más parecido que Maddie ha tenido a una madre y es angustioso ver y sentir como el pánico se apodera de ella.
Las calles están llenas, la gente corre hacia la misma dirección mientras desde las casas se oyen el eco de los gritos. Aquellos que caen son pisoteados y abandonados a su suerte. Margaret consigue separarse de la marabunta aterrada y encontrar un espacio donde descansar en un portal. Baja a Maddie al suelo.
“Maddie…” comienza intentando mostrarse calmada.
“Quédate aquí. Tengo que comprobar una cosa, volveré en un rato.” Gira su cabeza hacia Maddie antes de perderse entre el gentío.
“Se una buena chica y espera aquí.”
Maddie espera asustada y en silencio, ya no puede ver a Margaret entre la gente.
Al poco, Maddie oye los horribles gemidos y los gritos se amplifican. Los ve por primera vez. Parecen personas, pero pude sentir que no hay vida dentro de ellos. Su carne esta desgarrada, sanguinolenta, podrida… corren hacia la gente aterrada, los atrapan, desgarran y devoran. Uno de ellos se para en frente de Maddie, se gira y mueve su cabeza hacia ella. Gime al verla, luego gira su cabeza y continua su camino.
Maddie esta aterrada, pero no se mueve de su sitio. Ella siempre ha sido una buena chica y hace caso cuando le dicen que se quede en su sitio. Tiene suerte, suerte de que esas criaturas, esas pesadillas no muertas, no tengan apetito por los perros.