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Cedric caminaba por una calle empedrada por donde pasaban temblando y hamacándose algunos carruajes. Cedric iba decidido a empezar una nueva vida. A partir de aquel momento iba a ser otro, alguien útil para la sociedad. Él había nacido en una familia acomodada. Ya fuera porque sus abuelos y su madre lo habían consentido mucho durante la niñez o por una tendencia inevitable en él, apenas pasó su adolescencia se dedicó a la noche y se especializó, con mucha práctica, en todos sus vicios y excesos...

Dinero que caía en sus manos era dinero que derrochaba, y cuando su padre empezó a negárselo, Cedric se lo suplicaba a su madre y esta siempre terminaba cediendo. Cuando el padre se enteró esto creó un gran conflicto. Desde que se conocían sus padres jamás se habían alzado la voz, pero por su culpa discutieron amargamente. La bondadosa de su madre igual le consiguió varias oportunidades que Cedric desperdició rápidamente. En una ocasión, cuando por borracho estuvo perdido cuatro días, su madre convirtió el dolor de esos días (creían que él había muerto) en firmeza, y junto a su esposo decidieron librarlo de ese mundo a la fuerza. Lo corrieron de la casa con solo una maleta y no mucho dinero en el bolsillo.

Cedric se vio en serios problemas. Ya de nada le valieron las súplicas ni las promesas de cambiar. Contando los billetes que le habían dado calculó que si no cambiaba su estilo de vida aquello le iba a durar muy poco. Y sus padres estaban tan decididos que hasta le habían ordenado a los criados que lo sacaran a palos si él intentaba entrar a la casa. Sorprendido, arrinconado, Cedric quiso odiar a sus padres pero se dio cuenta de que el culpable de aquello era solo él. Para que el dinero le durara más tiempo hasta encontrar un trabajo tuvo que buscar los alojamientos más míseros y comer las comidas más baratas. ¿Pero en qué iba a trabajar si nunca había hecho nada en toda su vida, y había estudiado muy poco? Cuando su pequeño capital ya no le daba para otro mes de renta, un conocido le avisó sobre un trabajo que incluía alojamiento. Él no supo si ese conocido le dijo eso para ayudarlo o si fue para cobrarse alguna ofensa que él le hizo durante alguna borrachera y no recordaba, porque el trabajo era de enterrador en el cementerio.

Como fuera, Cedric no lo tomó a mal, pensó que merecía aquello y que era una buena oportunidad para empezar bien desde abajo. Ahora que siempre andaba sobrio pensaba mucho más que antes. Atravesando aquella calle transitada por carruajes se dirigía ahora hacia el cementerio. La reja del portón no tenía candado porque era de día, pero tenía un curioso sistema para abrirla que daba bastante trabajo. Se imaginó que sería para que los niños no entraran por su cuenta, aunque hasta una mente infantil podría burlar aquella traba si se lo propusiera. Era algo curioso. Pasó mirando de reojo el campo santo y fue hasta la casilla del enterrador. Este no era la mayor autoridad allí pero era el que decidía quién iba a trabajar con él. Detrás de la puerta de la casilla apareció un viejo alto, de pelo largo y canoso que tenía una pronunciada nariz aguileña y una frente muy grande.

El apellido del viejo era Foster, no le dijo su nombre. Lo hizo pasar a una pieza de la casilla que era sala, cocina y dormitorio. Había dos camas. Cedric se sentó en una y el viejo en la otra porque estaban enfrente. El lugar, aunque muy modesto, estaba limpio y ordenado. A un lado de la cama del viejo había dos pares de zapatos perfectamente alineados. Todo indicaba que aquel enterrador había sido soldado durante mucho tiempo. Su postura marcial, muy erguida, era sin dudas la mayor prueba. Obviamente no había otros postulantes al puesto aquel. Foster estaba preparando té. Le ofreció una jarro de lata a Cedric y comenzó la entrevista. Foster no se andaba con vueltas:

—Dígame joven, ¿usted es un hombre de palabra? —le preguntó el viejo.

—Hasta ahora, no le he sido, todo lo contrario. Pero últimamente siento que cambié, mas no he tenido la oportunidad de probarlo. Y estoy seguro de que ya no quiero ser como antes.

—Excelente, eso me gusta. Un hombre que intenta forjar su carácter. A mí me ayudó el ejército. Si miro hacia atrás en el tiempo, me parece que tengo los recuerdos de dos personas por lo mucho que cambié.

Después que los dos confesaron eso hicieron una pausa para sorber el té y recordar.

—Le voy a hacer una pregunta, joven, quiero que sea sincero. ¿Peleó alguna vez?

—Sí, muchas, cosas de borracho; pero ya no tomo.

—¿Y cómo se desenvolvía en esas peleas?

—Para la condición en que me encontraba, diría que muy bien. Pero estando sano no soy buscapleitos y no va a tener ningún problema en ese sentido.

—Bien. Otra cosa, ¿eres supersticioso, crees en cosas sobrenaturales? Esos no duran nada aquí.

—Para nada, de hecho, muchas veces crucé de madrugada, por cortar camino, por el terreno de una casa abandonada que todos afirman que está embrujada, y nunca me espanté.

—¡Mejor que mejor! —se emocionó un poco Foster—. Estás contratado. Luego tienes que firmar algunas burocracias pero ahora disfrutemos de este té.

Ese mismo día, cuando estaba por hacerse noche Cedric se instaló en la casilla. Por la mañana empezaba su primer día de trabajo. Se durmió contentó. Tenía un techo, un trabajo que lo iba a ayudar a pagar sus pecados y a un compañero que podía ser un buen guía. Despertó tarde de la noche porque un bulto se movía en la habitación; era Foster. El enterrador, confiando en que el otro dormía, se movió sigilosamente hasta la diminuta pieza donde guardaban las herramientas y después salió al campo santo con una pala de cavar. ¿Qué iba a hacer Foster a esa hora de la noche? Esa incógnita lo mantuvo despierto. Su compañero regresó sigiloso como una hora después. Y esa misma noche, antes de que amaneciera el viejo salió de nuevo para volver al alba. Cedric no quiso preguntarle nada. La jornada comenzó temprano. Antes del mediodía tuvieron que cavar dos tumbas. Durante el almuerzo el muchacho revolvió el plato sin llevarse la cuchara a la boca hasta que su compañero le dijo, masticando a la vez:

—Tienes que comer. No dejes que las cosas que vemos te afecten. Todos mueren. No tengas lástima por esos. ¿A ti te gustaría que un extraño te tuviera lástima cuando mueras? En este último, ¿viste a todos esos niños? Eran sus nietos. Tú no tienes ni hijos, y nunca sabemos cuándo nos va a llegar la hora. Y si le toca a alguien muy joven, bueno, necesitarán ángeles allá arriba. Come que tu trabajo aquí es importante, ya lo verás.

El enterrador era bastante sabio. De tarde tuvieron que seguir cavando. Cuando terminaron la última y Cedric se miraba las manos enrojecidas, su compañero miró hacia todos lados y después le dijo:

—Ahora te voy a enseñar unas cosas pero no quiero que hagas preguntas, de nada te servirían las respuestas ahora. Toma tu pala. Sé que te duelen las manos pero ya te vas a acostumbrar. Ahora párate así como yo. Da un paso hacia adelante con el pie izquierdo. Bien. Ahora toma la pala así y lanza un golpe hacia adelante al tiempo que das otro paso, este corto, hacia adelante. El golpe tiene que llegar junto con el pie, así. Ahora dibuja una X en el aire con el filo de la pala, con fuerza, movimientos más cortos...

Cedric casi preguntó para qué era aquello, pero se acordó a tiempo que no debía hacerlo. Y no necesitaba preguntar qué eran aquellos movimientos porque era obvio; era técnicas de combate con mosquete y bayoneta entreveradas con algunas de sable que el viejo había adaptado a la pala. La interrogante era para qué le enseñaba a pelear. Por la noche, mientras se tocaba los hombros adoloridos, especuló que el viejo le enseñaba eso para que aprendiera a defenderse de los saqueadores de tumbas, y que por eso su compañero y ahora maestro salía por las noches, iba a vigilar el campo santo. Como estaba seguro de que se trataba de eso durante los días siguientes aceptó las enseñanzas del antiguo soldado sin hacerle preguntas. Suponiendo que los ladrones de tumba eran cosa seria, empezó a practicar también por su cuenta. Unos meses después dominaba hábilmente todas las herramientas peligrosas que tenían en la pieza, y el trabajo de cavar lo había fortalecido mucho. Una noche el viejo se inclinó sobre su cama para despertarlo:

—Hoy vienes conmigo. Ya es tiempo de que te enteres. Como sospechaba que iba a pasar, últimamente he tenido mucho trabajo extra y ya no puedo hacerlo solo. Hoy hay luna, no necesitamos farol. Levántate.

—¿Es para vigilar que no roben tumbas? —le preguntó Cedric mientras se calzaba.

—No. Ponte el abrigo más grueso que tengas, un poco sirve como protección.

Para no ir hasta la casilla cada vez que necesitaban una herramienta, tenían unos cinturones de cuero donde podían cargar tanto las herramientas de poda como un martillo para ajustar alguna tapa de ataúd. Salieron a la noche con una pala de cavar en la mano y esos cinturones ajustados a la cintura; el viejo también llevaba una soga. Cedric estaba bastante desconcertado. “¿Si no se trata de saqueadores de tumbas para qué me enseñó a pelear?”. Se iban a internar en el cementerio pero algo que estaba en la entrada los hizo desviarse. Era un hombre intentando salir pero torpemente, empujando las rejas del portón y dando manotazos a lo que la trababa. El muchacho vio que el viejo se ponían en guardia empuñando la pala y él hizo lo mismo. El que intentaba huir del cementerio emitía unos sonidos guturales como de frustración. De pronto dejó de insistir y se volvió lentamente hacia los sepultureros.

Cedric retrocedió un poco. Al hombre aquel se le había caído gran parte del pelo a mechones, tenía la mandíbula caída y la piel de su cara estaba rígida, acartonada: era un muerto viviente. El zombi se abalanzó hacia ellos con pasos inseguros al tiempo que gemía profundamente. Su apuro se expresaba más en sus brazos porque iba arañando el aire como intentando alcanzarlos aunque no diera la distancia. Foster se movió lateralmente y eso hizo que el zombi se dirigiera a él. El golpe con la pala no pudo ser más certero, le rebanó media cabeza.

—Seguro que te estarás preguntando qué fue esto —le dijo el viejo a su sorprendido aprendiz mientras enlazaba el cuerpo para llevarlo arrastrando —.Pues ni yo sé toda la verdad, lo único que sé es que desde hace unos años algunos de los que entierro aquí vuelven a andar aunque sigan muertos. Nunca olvidaré la primera vez que vi uno. De noche, estando en la casilla, desperté porque golpeaban la ventana. Cuando me enderecé en la cama el vidrio reventó por los golpes y una señora que había enterrado hacía semanas metió el torso en la habitación, y aunque los vidrios le destrozaban la poca carne que le quedaba, manoteando rabiosamente hacia todos lados mientras se sacudía consiguió meter todo el cuerpo. Apenas pude alcanzar una pala y gracias a lo que había aprendido en el ejército pude librarme de aquellas manos y abrirle la cabeza de un golpe. A pesar de ver eso no creí que fuera una brujería ni cosas del diablo ni nada de eso. No, esto tiene que ser obra del hombre, aunque no se me ocurre cómo puede pasar esto. No es con todos los muertos, es solo con algunos. Destrozan sus ataúdes y escapan escarbando hasta que emergen con toda su podredumbre. Por un tiempo temí que pudiera pasar a cualquier hora, y por eso le agregué ese sistema al portón. Los que se levantan no son listos. Por suerte resultó que siempre es de noche, por eso me levanto para ver si tengo que contener a alguno. Por cierto, si te muerden a arañan te enfermas sin remedio, mueres y después vuelves como ellos. Le pasó a uno de mis ayudantes. No te quedes ahí parado, tira también de la soga.

—Pero, pero... ¿cómo puede estar pasando esto?

—No lo sé, pero pasa, y yo siento que mi deber es mantener a los muertos muertos. Estos son agresivos y siempre intentan atacar. Imagínate lo que pasaría si uno de esos se escapa y ataca a varios. Aprendí que solo se los puede detener destrozándoles la cabeza. Ven aquí y mira esto, ¿ves? El resto del cuerpo ya está muy podrido, sin embargo el cerebro parece fresco. En la guerra vi muchos sesos, por eso lo sé.

—Por eso se los para destruyéndoles los sesos. Que increíble, esto es irreal. Si es una pesadilla quiero despertarme ya.

—Esto es muy real. Puedes hacer dos cosas: largarte de aquí mañana, o ayudarme a vigilar que los muertos se queden así. Solo te pido que si te vas no se lo digas a nadie.

—No me voy a ir, no lo voy a dejar solo con este problema. ¿Pero por qué no pide ayuda? ¿No sería mejor enterar a las autoridades?

—Lo he pensado muchas veces. He concluido que seguramente me tomarían por loco y me encerrarían antes de que pudiera demostrarles nada. Y si enlazara a uno de estos y se los llevara, seguramente me quemarían por brujo.

—¿Entonces estamos solos?

—Me temo que sí. Y si vas a seguir con esto, es mejor que te encargues de ese que viene ahí.

—¡Oh! No lo había visto.

Otro zombi se apuraba hacia ellos. Cedric dudó, se apartó, corrió un poco en círculos, pero al pensar que estaba haciendo un trabajo muy importante, que aquella era su gran oportunidad de ser alguien muy útil, se plantó firme, esperó que el zombi estuviera a distancia y con un solo golpe lo dejó quieto para siempre. Su compañero se acercó a darle golpecitos en la espalda.

Noche a noche hacían un recorrido por el lugar, a veces había acción. Con el tiempo (y muchos entierros y zombis liquidados), Cedric se dio cuenta de algo importante. Estaban haciendo un pozo cuando la revelación le llegó de golpe. Se rió, clavo la pala en el suelo y le dijo a Foster:

—Ya sé por qué no todos se vuelven muertos andantes. Los únicos que lo hacen son los que murieron en el hospital.

—¡Pero claro! Como no me di cuenta antes —se reprochó Foster. Eso es lo que tienen en común, ese maldito hospital. Sabía que esto tenía que ser cosa del hombre.

—Tal vez nuestro deber como guardianes de la muerte sea terminar con lo que causa esto, ¿qué le parece? —le prepuso Cedric.

—Que sea lo que sea que estén haciendo ahí debemos detenerlos —afirmó el viejo clavando su pala en el suelo.