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Me dispuse a salir de mi hogar en busqueda de viveres, ya que Claudia se reportó enferma. Rara vez

Ida

ha sucedido que Claudia se reporta enferma y que uno tenga que salir en busqueda de proviciones, ya que cuando Claudia ha decidido faltar a sus labores, deja los viveres listos. Cuando uno se pasa sus días escribiendo, no se tiene mucho tiempo para estas cotidianidades, pero ya que ella no está disponible, debo detener mis labores escritas para proveerme de alimentos y aprovechar el día para continuar en la noche con mi importante escritura.

Al salir poco de mi hogar y en una ciudad en la cual tengo apenas tres meses de residir, no tengo mucho o conocimiento alguno de la ubicación del mercado de viveres. Me dispuse a salir con duda en mis pies y caminar a lo que yo creía era el sur de la ciudad.

Caminando notaba estas sombras caminando con prisa, la cabeza abajo y las manos juntas, sus miradas clavadas a mitadad de sus dos manos de dedos largos y veloces. Como no sabía si estaba o no en la dirección correcta, me decidí por preguntar la dirección del mercado a una persona cualquiera, para lo cual no tuve el minimo exito, ya que solamente logre divisar estas sombras, así que me dispuse de mala gana, pero siempre con cortesía, a preguntar por la dirección correcta. 

La primera sombra que decidi detener, parecía ser de un chico joven con un frondoso bigote y de

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hombros amplios, delgado y de dedos muy largos y agiles, alto, pelo afro y por su camisa logre determinar que cursaba el ultimo año de colegio. "Disculpe....", le dije mientras pasaba cerca de mi persona, se detuvo apenas por un segundo, me miro apenas de reojo, sin levantar su cabeza, parecía estar cargando con algo parecido a un rosario, porque no separaba sus manos ni dejaba de mover agilmente sus dedos, murmoró algo suavemente que no me fue posible entender, aunque puedo asegurar que no tenía nada que ver con una la dirección que yo necesitaba. Luego de este infructuoso encuentro traté de detener a la sombra de lo que parecía ser una muchacha, bien vestida, un traje negro de alta clase ejecutiva, parecía ser alguna oficinista de un importante centro de negocios, su tez blanca sombra, piernas largas y delgadas, con un suave cuerpo delgado, hombros muy finos, una enorme nariz y una sonrisa apagada por las injusticias del día a día de su trabajo, ella también llevaba el mismo gesto de manos y cabeza. Ella no se detuvo para nada, se denotaba su prisa en aquellas largas piernas, las cuales daban lo zancos largos y constantes, llevaba un ritmo taconeado. Su falta de control de tiempo era indudable, alguién más era su dueño.

Al no lograr detener sombra alguna y mucho menos persona alguna en estas calles, decidi seguir caminando en la misma dirección en la que iba y llegué a una parada de buses, en la cual se encontraban al menos once sombras con el mismo gesto de cabeza y manos. Yo mismo me encargué de ponerles tal nombre a las Sombras, ya que ¿cuál otro nombre podría utilizar para tales seres? Muertos en vida que caminan o se sientan, con la cabeza abajo y las manos juntas, moviendo sus dedos sin parar, como contanto incontables rosarios o penas, estos seres están desconectados de la vida que los rodean y de la realidad social.  Ya en esta parada de buses, me senté cansado con los huesos y musculos adoloridos por la edad, segui observando a estos seres, a estas sombras de una vida pasada que no se llego a completar, seres ausentes. Yo veía a estos seres en la parada y veía una indudable verguenza en sus mañas extrañas a mis ojos, ya que a mi notable experiencia en la vida, he llegado a la conclusión de que la cabeza solo se baja por verguenza o para leer un libro, y nunca pude divisar un libros en sus manos o chaquetas. Ninguna persona o ser que se sienta bien con sus acciones o palabras se esconde con la cabeza abajo, esto solo pasa cuando hay una incrible y asquerosa verguenza por un mal acto. Cansado de caminar y no encontrar respuesta en estos seres, quise tomar el camino más cercano a casa, llevaba en mi rostro un poco de verguenza por no saberme manejar en esta nueva ciudad, ya que siempre fui de tener buena ubicación, pero también con una increible prisa por mis cansados pies y mi adolorida espalda.


Al entrar a mi recibidor de mi hogar, me dirijo a la cocina en busqueda de un vaso con agua, logro notar con perpejidad que Claudia se encuentra en la cocina, colocando con orden y cuidado los tan asiados viveres. "Disculpeme Don Diego, me  reporté enferma sin haberle conseguido los viveres. Entiendo que para un hombre de su edad no debe de ser facil ausentarse de sus labores en busqueda de viveres, y peor aún en una ciudad que no conoce...", me dijo Claudia con una tono preocupado y avergonzado, "Tranquila, que el paseo me dado de que pensar..." le respondi para calmarla. Al terminar de acomodar los viveres, Claudia se despide con un interes perdido entre sus manos y una voz ahogada por la acustica de una cabeza agachada. La melodia de sus manos la hechiza en una sombra negra de socialidad selectiva.

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