Un nuevo día.
Era una calle solitaria de hogares en extrema pobreza; paredes rotas, animales poco salubres y un reloj sin cuerda.
Va una niña de ojos esmeraldas y cabellos dorados, alrededor de doce primaveras anota su pasado.
Camina sola, pateando de vez en vez una lata; quizás, aún pequeña, escapó de casa.
Rompiendo su paso, se detiene en enorme enrejado negro con extraños grabados, golpea lentamente y entra curiosa sin que respondan a su llamado.
Se pierde en un laberinto de puertas metálicas, y encuentra un paraíso al final de la caminata.
Un hermoso jardín verde, flores de colores brillantes y frutos que el hombre ni siquiera conoce. Pájaros surcando un cielo anaranjado y aguas manantiales que transmiten a sus sentidos un extraño goce.
Pero lo que más llamaba la atención de la niña era un árbol retorcido, que se asomaba en el centro del lugar con su forma de cruz y un resaltante fruto colorido.
A la alfombra de sus raíces y la sombra de sus hojas, el agujero de una tumba esperaba bajo aquella fruta roja.
Llamada por su curiosidad la niña va por aquel fruto, echando un vistazo a la tumba y al difunto.
No toma en cuenta a la muerta de cabellos rubios y muerde aquel premio, pierde el equilibrio y cae a aquella tumba para reconocer su propio cuerpo.