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El día 23 de diciembre de 2011, la ciudad checa de Praga se despertaba con el funeral del ex-presidente Václav Havel. Su muerte fue un duro golpe para la sociedad checa. Sus logros durante su mandato y su victoria frente al comunismo hicieron de él una persona muy querida. Su estima se reflejaba en su funeral.

Representantes de todas las naciones y diplomáticos se desplazaron hasta la capital checa. Miles de personas llenaron las calles de la ciudad mientras se desplazaban hacia el castillo de Praga donde se celebraría el funeral. Las calles frías y llenas de una fina niebla se encontraban desiertas a esas horas de la mañana. Sólo algún coche o turista merodeaban por las calles.

Sin embargo no todos los checos asistían al funeral. Un grupo de tres personas aprovechaban la soledad de las calles y especialmente de las casas para hacer su oscuro trabajo.

Yo me encontraba en mi apartamento de la Plaza de Carlos, situada muy cerca del río. Era un apartamento grande con varios siglos de antigüedad. Desde mi habitación se podía observar el ayuntamiento del pueblo nuevo, donde en el siglo XV siete miembros del gobierno municipal fueron lanzados desde las ventanas por las masas.

Mis padres se habían ido hacía poco rato hacia el castillo para el funeral, pero yo, a mis doce años, debí quedarme en casa. Cuando acabé de desayunar mi plato de cereales, me asomé a la ventana.

Toda la plaza estaba desierta, sin embargo una furgoneta negra estaba mal estacionada en el portal de mi edificio. No le di importancia, y volví hacia el sofá, para ver un rato la televisión. Caí dormido a los pocos minutos.

Un fuerte ruido me despertó, estaba todo oscuro, no me encontraba en mi casa, no sabía dónde me encontraba, pero estaba en movimiento. Cuando recobré totalmente la conciencia y mis ojos se ajustaron a la oscuridad, pude comprobar que me encontraba en un vehículo, en una furgoneta.

De repente, recordé la furgoneta de delante de mi casa. Grité, pero dos individuos aparecieron de un rincón de la furgoneta. Vestían de negro y parecían unos matones de discoteca.

Uno de ellos encendió una linterna, me dejó ciego por unos instantes. Cuando volvió mi vista, pude ver que no era el único chico en esa furgoneta. Había dos chavales de mi edad, estaban atados y dormidos. De repente, una mano con un pañuelo me cubrió la boca y el mundo volvió a la oscuridad.

Cuando volví a despertar me encontraba en otro lugar. Parecía un apartamento. Me encontraba amordazado y esposado en una cama. En la cama se encontraba otro de los chavales, pero faltaba uno. Mi vista se centró en el otro chico. Era rubio, parecía mayor que yo. Estaba despierto y sus ojos mostraban terror.

Intenté moverme buscando alguna forma de escapar o al menos de quitarme la mordaza. Fue inútil, al cabo de unos minutos la puerta de la habitación se abrió.

Aparecieron dos matones y detrás de ellos otro individuo, pero él vestía de blanco. Parecía un doctor, y su ropa estaba llena de sangre. Se quitó unos guantes de látex ensangrentados y los tiró a la basura. Se acercó hacia nosotros, mientras explicaba a los matones lo que debían hacer.

Los matones me cogieron, me quitaron la esposa que me ataba a la cama y entre los dos me desnudaron. Me estiraron completamente en un lado de la cama con mi cara hacia abajo. Mientras me sujetaban noté un tacto frío en mi espalda. Las manos del doctor analizaban todos los rincones de mi cuerpo.

Me dieron la vuelta y el chequeo siguió su proceso. El doctor dio una señal a los dos matones. Los matones me levantaron de la cama y me forzaron hacia otra habitación. Una habitación que en verdad era un quirófano. Me estiraron en la camilla, el doctor estaba preparando los instrumentos para la operación.

El doctor se acercó a mí, mi respiración se aceleró y mi corazón estaba a punto de salirse de mi cuerpo. El doctor me susurró al oído que me relajara, que pronto todo acabaría. Cogió el bisturí y me hizo un profundo corte en el abdomen. El dolor era insoportable, no podía gritar ni moverme.

El doctor siguió con la operación, empezó a hurgar en el corte hasta que observé cómo sacó una parte de mi cuerpo, el hígado. Me estaban sacando los órganos estando vivo. Del intenso dolor caí inconsciente. Nunca más volví a despertar.

Al día siguiente los periódicos hablaban intensamente del funeral del ex-presidente Havel. Pero en una pequeña noticia en las páginas interiores se podía leer el titular “Los sacamantecas de la furgoneta negra han vuelto a Praga”.