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No me considero a mi misma creyente de lo paranormal. Me apasiona leer relatos, ver videos y escuchar historias “verídicas” de gente que ha vivido alguna especie de fenómeno, como el clásico primo de la tía de un amigo. Pero nunca me creo nada.
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No me considero a mi misma creyente de lo paranormal. Me apasiona leer relatos, ver vídeos y escuchar historias “verídicas” de gente que ha vivido alguna especie de fenómeno, como el clásico primo de la tía de un amigo. Pero nunca me creo nada.
 
Más bien soy muy cortada. Me gusta buscar explicaciones lógicas y tirarles su teatrito a quienes quieren espantar con esas historias tan tontas.
 
Más bien soy muy cortada. Me gusta buscar explicaciones lógicas y tirarles su teatrito a quienes quieren espantar con esas historias tan tontas.
   

Revisión del 00:14 5 sep 2015

No me considero a mi misma creyente de lo paranormal. Me apasiona leer relatos, ver vídeos y escuchar historias “verídicas” de gente que ha vivido alguna especie de fenómeno, como el clásico primo de la tía de un amigo. Pero nunca me creo nada. Más bien soy muy cortada. Me gusta buscar explicaciones lógicas y tirarles su teatrito a quienes quieren espantar con esas historias tan tontas.

En las escuelas es clásico (al menos aquí en México) escuchar –es que esta escuela fue un cementerio hace 50 años- ¿Sí? Entonces aquí en mi ciudad tendríamos por lo menos 10 cementerios viejos sepultados bajo escuelas.

La primaria en la que iba tenía la leyenda de la niña del baño. Una niña había sido ahogada en el último cubículo, y ahora su espíritu rondaba por la escuela. Sobre todo en ese cubículo. Cualquier niña se negaba a entrar allí. Según la historia, la niña se diferenciaba de las demás por tener unos brillantes zapatitos rojos en lugar de los negros escolares que debíamos usar. Un día escuche a una niña contarle a otra la historia. Les dije lo que pensaba de esa historia, me reí de ellas y entre a ese cubículo, que después de todo siempre estaba limpio, pues nadie lo usaba. Ellas sólo me miraron con algo de susto.

En la secundaria fueron un poco más originales. En el patio había un gran y hermoso árbol, según mis cálculos, debía tener al menos 40 años allí, si contamos que la escuela fue fundada en los 60´s. Pero decían que al pie del árbol estaba enterrada una gitana, que salía en las noches a llorar su pena, exactamente a las 12. Por supuesto tampoco lo creí. También se contaba de dos niños: una niña muerta en el baño y un niño, muerto a causa de un rayo, que se aparecía en el pasillo o en algunos salones. La encargada de intendencia decía haberlos visto una vez, que tuvo que quedarse tarde a trabajar. A ella no sabía si creerle o no, nunca la conocí bien.

Al entrar a la prepa, me fui a un campus muy grande de una escuela de paga (pero yo tengo beca, nunca fui de dinero). En el edificio tres, donde estudian los chavos de profesional, se dice que se aparece una niña (¡otra!) pero de ella nadie sabe cómo murió ni porque está allí. Dicen que es bajita, morena, de pelo largo y mirada triste. Eso es todo. Esa historia me convenció menos que todas las demás. Pero al fin me contaron una que me pareció un poco más interesante.

Estaba yo en la biblioteca, pues me agrada mucho leer en mi tiempo libre. Buscaba un buen libro cuando me encontré a la bibliotecaria. Al ver el libro que había escogido (uno de casos “reales” de fantasmas) me pregunto si creía en ellos. Yo le sonreí y le dije que no. Me acompañó y nos sentamos en un sillón y ella me contó una historia de hace unas cuantas décadas en ese colegio. Había sido una escuela completa, desde jardín de niños hasta universidad, solo que estaban en edificios separados la mayoría de los niveles. Uno de los maestros era una persona muy alegre: Víctor, el profe de mate. Él solía platicarles a sus alumnos que cuando era joven, trabajaba de payaso para ganar dinero y terminar de estudiar. Uno de sus alumnos de primero de primaria cumplió años y él, en muy buen gesto, decidió vestirse de payaso para celebrarlo durante su clase. Todo era diversión en esa fiesta, y pensar que tenían a su profesor vestido de payaso era el doble de diversión para los niños. Pero al día siguiente, el profe no volvió. No contestaba el teléfono de su casa y no dejó ningún recado; el director comenzó a preocuparse y llamó a los familiares, a la policía, al hospital, pero nadie sabía nada de Víctor. Cuando llamaron a su novia, ella contestó que había terminado con él meses atrás porque había tratado de golpearla. Lo único que él se había llevado de la casa donde vivían juntos eran un par de uniformes de la escuela y sus cosas de payaso. El director, que no conocía esta faceta de Víctor, decidió que lo mejor era buscar otro maestro: si Víctor volvía a presentarse hablaría con él.

Un buen día, un niño de primero (llamémosle Luis) recibió órdenes de ir a la bodega por dos cajas de tiza para el pizarrón. Muy obediente, fue a la bodega y volvió, pero tardó más de media hora y la maestra lo buscaba por toda la escuela. Luis pidió disculpas y se fue a sentar. La maestra no lo castigó por que lo vio muy extraño y prefirió no molestarlo. Con el paso de los días, comenzaron las desapariciones. Todos eran niños de primero, pero la policía no encontraba un factor que les diera otra pista para resolver el misterio. Pasaban días enteros rondando la escuela y observando especialmente a los niños de primero. Pero pronto encontraron la pista que necesitaban. Vieron a una niña caminar sola, en la hora del almuerzo, cuando todos estaban en la cafetería. Uno la alcanzó y dulcemente le hizo preguntas. Ella les dijo que Luis le había pedido que fuera a la bodega, que ahí estaban los niños desaparecidos pero que necesitaban ayuda y que ella los podía ayudar.

Los policías le dijeron que no fuera, que volviera a la cafetería. Nadie les había mencionado nada acerca de la bodega, que además estaba en subterráneo, era más bien un sótano. Para la vuelta a clases, era Luis el que faltaba. El director les informo de la ubicación de la bodega: como única pista, los policías se dirigieron allí, armados. Abrieron la puerta y se encontraron con la escena más paralizante de sus vidas.

Un hombre, vestido de payaso, pero con el maquillaje corrido, la peluca despeinada y el overol manchado de sangre, devoraba la tierna carne de los brazos y piernas de un niño: Luis. A su alrededor, había restos y huesos de lo que adivinaron eran los otros niños desaparecidos. Luis los convencía de ir y, al no ir la niña en turno, el payaso decidió devorarlo a él. Al verse descubierto, Víctor se lanzó sobre uno de los policías, en medio de su locura, dispuesto a atacarlo con un cuchillo, pero el otro policía le disparó. Era increíble, él no parecía haber recibido ningún daño y trató de atacarlo de nuevo. 5 disparos más fueron necesarios para derribarlo. Sacaba espuma por la boca y se retorcía en el suelo. Finalmente murió, en medio de un charco de su propia sangre.

-Luego de eso- me dijo María, la sonriente bibliotecaria- decidieron quitar los niveles menores, kínder, primaria y secundaria, y dejaron sólo prepa y universidad. -¿Pero porqué Víctor se volvió loco?- pregunté, con el libro aún en la mano, sin dejar de imaginarme al payaso comiéndose a Luis. -Pues nadie lo sabe-dijo ella recargándose hacia atrás- dicen que de niño lo molestaban por ser pobre y por trabajar de payaso. Ya sabes lo crueles que son los niños a esa edad. Pero eso no justifica su locura a menos que haya tenido un verdadero problema psicológico. Pero no lo parecía, era muy alegre, y un genio para las matemáticas. -Ya veo. -Dicen que aún se aparece aquí- dijo, luego de un momento de silencio- en la bodega, obviamente- me miró y sonrió -Pero ya sé que tu no crees en esas cosas. -Claro que no- dije, con seguridad. En ese momento me di cuenta de que ya tenía que irme a clase- oye, me llevo el libro, tengo que ir a biología. -Bien, regrésalo en una semana.

En la clase de biología, debíamos ir al jardín y recoger una planta, con un poco de raíz para poder ponerla en una maceta para hacer una observación y evaluación de su crecimiento. Encontré una planta muy linda, cerca de un salón. De pronto vi unas puertas de piso, cerca de ahí. Eran la entrada a la bodega. Al verlas recordé la historia y sonreí. De pronto estas comenzaron a moverse, como si las golpearan desde adentro. Al principio creí que de ahí saldría el conserje, pero por más que se movían, las puertas no se abrían. Finalmente, se abrieron y lo primero que salió fue un guante blanco y una manga colorida.

No quise ver más. Salí corriendo, corrí hasta perder de vista el jardín y unas amigas me alcanzaron. Fuimos con el director y revisaron las cámaras de seguridad. No había nada, salvo una gran mancha de sangre en la puerta. Desde entonces, ya no soy tan escéptica.