Una tarde, una niña de 8 años llamada Carla correteaba en el campo. Ella acostumbraba a jugar con su muñeca ahí, ya que era muy lindo jugar entre el pasto, los pájaros, el viento frío y suave. Eran las 7:00 de la noche y ella seguía jugando tranquila hasta que escuchó un chillido y, asustada, empezó a buscar de dónde provenía.
Así fue como llegó a una casa, no muy bien cuidada, sucia, con ventanas y puertas rotas, el techo agujereado, llena de agua. Carla era muy curiosa y sin importarle el miedo que tenía, entró para ver quién hacía ese ruido. Al traspasar el umbral de la puerta, el ruido desapareció. Carla, confundida y guiándose a través del pasillo, se encontró en una habitación despejada.
Allí había un perrito muy adorable, de color marrón, con manchas blancas, muy lindo.

Carla quiso acariciarlo, pero este huyó de ella. Entonces observó que el perro tenía una lágrima en el ojo.
Compadeciéndose de la desesperación del animalito, Carla le enjugó la lágrima solitaria. Notó en el acto un cambio súbito: el perro se desperezó y movió la cola, como si nada le hubiese pasado. Este se fue corriendo: Carla se quedó sorprendida; sospechó de la lágrima del perro, aún brillante en su dedo. En efecto, como era tan curiosa, se puso la lágrima en su ojo. Empezó a ver cosas extrañas, sombras negras, cada vez más frecuentes unas figuras horribles con ojos rojos.
La mamá de Carla la estaba buscando, ya que eran las 9:30 de la noche. La encontró en el interior de la habitación, con la ropa rota, llorando y arrodillada, mirando para todos lados. La mamá la quiso agarrar y ésta se negó, pero después de un rato pudo llevarla a casa.
Desde ese día, la pequeña sigue viendo figuras aterradoras que la siguen por doquier.
La próxima vez no querrán ser curiosos cuando vean a un perro con una lágrima en el ojo.