La muerte se acerca y el frío en la espalda me dice que no estoy alucinando. El corazón late intranquilo y la frente se me perla por el sudor.
Poco a poco se acerca, la veo ahí, no es una calavera, como dicen, es... Hermosa. Luminosa y atrayente.
Dejo de respirar un instante. Una eternidad en la que mi corazón ya no late más.
Una lágrima cálida se desliza muy lentamente en mi rostro y una mueca parecida a una sonrisa aparece en mí.
Pronto me iré al olvido, pronto lo que fui, lo que soy, ya no existirá más. Ya no veré nunca a mis seres queridos.
La muerte se acerca, inminente, inmisericorde y me lleva...
En un instante comprendo la fragilidad de nuestra naturaleza, en un segundo me doy cuenta de que todo lo que hice o dejé de hacer ya no contará más.
¡Click! Retumba en mi oído el frío chasquido metálico.
En un instante la Muerte me abrazó, me besó… y me abandonó para darme otra oportunidad.
El aliento se me descongela, los latidos vuelven a mi cuerpo, a mis sienes. La adrenalina hace que me tiemblen las manos y suelto el revólver, temblando.
He ganado en la ruleta, por esta vez.
Gracias a Nuez por la inspiración.