Wiki Creepypasta
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Mi hermano Teddy murió el 11 de diciembre de 1999 durante nuestra fiesta anual familiar navideña. Él tenía doce y yo tenía nueve. Desearía decir que no fue mi culpa, pero, al final del día, todo había sido mi idea.

Soy de Woodbury, Minnesota, como toda mi extensa familia. Cada navidad, mis padres organizaban una fiesta para comer, tomar y charlar. Siempre era un evento aburrido, pero amaba ver a todos mis primos. Los adultos usualmente nos dejaban en el sótano o en el desván, pero ese año mi hermano los convenció de dejarnos ir en trineo hasta el parque.

Nos arropamos en nuestros parkas morados y llenamos los trineos con mantas y nuestros bolsillos con paquetes calienta-manos. Luego, yo, mi hermano y nuestros primos, Mike y Jeff, partimos por la colina para trineos, que estaba como a media milla por la carretera.

Tan pronto como salimos de la vista de la casa, Teddy paró.

—¿Quieren hacer algo divertido? —preguntó.

—¡Sí!

—¡Por supuesto!

—Quiero andar en trineo —susurré.

—Sí, bueno, los trineos son para bebés —dijo Jeff.

—¡Eso es lo que estaba pensando también! —su hermano añadió.

Teddy sonrió:

—Bien, porque quiero llevarlos a un lugar mucho más genial.

—¿Adónde estamos yendo? —pregunté nerviosamente—. Mamá y papá se enojarán si nos buscan en el parque y no estamos ahí.

—No mirarán, están muy borrachos. —Teddy se rio.

—Pero…

—Creo que deberíamos ir a la quebrada Caballo Mecedora —añadió fríamente.

La quebrada Caballo Mecedora era más un río pequeño que una quebrada, pero se había llamado así desde que podía recordarlo. La quebrada había sido nombrada por niños del barrio que encontraron un caballo de madera casi de tamaño real, sentado, abandonado y casi sumergido en el agua. Nadie supo de dónde vino y nadie sabía el nombre actual del río. Porque nadie había sido tan estúpido para decirle a sus padres que fueron ahí.

—¡Pero la quebrada Caballo Mecedora está casi a una hora de aquí! —protesté. Ya tenía frío y no quería caminar tan lejos.

Mike resopló:

—Pff, no seas un bebé. Hay mantas extra si tienes frío y calienta-manos en tus bolsillos.

—Sí —añadió Jeff—, ¡y si quieres podemos empujarte en el trineo como el bebé que eres!

Mike y Jeff se rieron. Pero Teddy no lo hizo y golpeó a Jeff en el brazo.

—¡Basta, chicos! ¡No soy un bebé! ¿Y, además, por qué ir a la quebrada? Probablemente sea solo hielo.

—¡Porque se verá malditamente genial! —dijo Teddy.

—¡Sí, quiero ir! —dijo Mike—. ¡Podemos atar las cuerdas de nuestras chaquetas a unos palos e ir a pescar en hielo!

—¡Sí!

—Bueno, soy muy bueno en la pesca en hielo —mentí—, así que tengo que ir para poder ayudarlos.

—Claro que lo eres. —Jeff giró sus ojos.

La caminata no tomó una hora; fueron más como treinta y cinco minutos, aunque se sintió más larga por el frío. Cuando nos acercamos, vimos que el río estaba sin lugar a dudas congelado. El hielo se veía muy grueso, aunque era difícil decir. Jeff y Mike estaban realmente emocionados sobre eso y seguían probando su peso en el hielo más fino de la orilla.

Me senté en mi trineo y puse un par de mantas a mi alrededor. «Soy más pequeño que ellos, así que tengo más frío», me justifiqué a mí mismo. Ted, Mike y Jeff se pararon en la orilla y tiraron piedras al hielo para ver si podían romperlo. Cuando fallaron para producir hasta la grieta más pequeña, Jeff anunció que era tiempo de jugar el Desafío Ricochet.

Odiaba el Desafío Ricochet. Tan pronto como Jeff lo sugirió, sentí una piedra fría soltarse en el fondo de mi estómago. El Desafío Ricochet era algo que habíamos estado jugando desde que éramos niños pequeños. Las reglas decían que si te desafiaban a hacer algo y no querías hacerlo, el juego terminaría y serías el nuevo «Cobarde» (y este juego ridículo seguía por semanas o incluso meses). Sin embargo, si lo hacías, podías desafiar a alguien más a cambio. Generalmente, los desafíos empiezan simples, pero con cada ronda se vuelven más difíciles. El juego solo terminaría cuando alguien se acobardaba. Y, por supuesto, esa persona era usualmente yo.

«Pero no esta vez», pensé mientras sacaba las mantas y me paraba, levantando el gorro de mis ojos. Tenía que redimirme y poner orgulloso a Ted. Tenía que mostrarles que no era un bebé.

—¡Vamos! —me gritó Jeff—. ¡Tú vas primero!

—OK. ¿Cuál es el desafío? —pregunté con valentía falsa.

—Umm… Bien, tienes que dar tres pasos en el hielo.

Miré al río congelado, asustado.

—¿Tres pasos?

—Sip, y no pasos de bebé, pasos de verdad.

—¡Basta, no soy un bebé!

—Entonces pruébalo.

Di mi primer paso ligeramente y presté atención a la elasticidad de la masa resbalosa debajo de mí. No había ninguna que pudiera sentir y el hielo no protestó bajo mis pies. Tomé los últimos dos pasos rápidamente y luego volví —y medio patiné— hasta la orilla. Mi hermano me dio una gran sonrisa y una mano para chocar los cinco.

Desafié a Mike a tomar cuatro pasos y medio. Mike desafió a Ted a tomar seis pasos. Ted desafió a Jeff a hacer diez pasos. Y luego Jeff me desafió a tomar todo el camino hasta la orilla opuesta. El hielo no había hecho un sonido desde que empezamos el juego, sin embargo, permaneció tan silencioso como la muerte. Aun así, había algo ensordecedor flotando por el aire frío y el silencio.

Vacilé lo más que pude, tratando de decidir si debía quejarme. El desafío de Jeff era en realidad dos desafíos, y no creía que eso fuera justo. Técnicamente, tendría que hacerlo dos veces: una vez para llegar al lado opuesto de la orilla y otra para volver. Tenía miedo de caerme en el agua fría que sabía que estaba enfureciéndose bajo el hielo.

—Vamos, no seas un bebé, solo hazlo —dijo Mike.

—¿Pequeño bebé asustado por el hielo? —se burló Jeff.

—¡Basta chicos, no soy un bebé! Este desafío no es justo: ¡son dos desafíos!

Mi voz fue ahogada por las burlas de Jeff y Mike. Miré a Teddy por ayuda, pero estaba riéndose. Riéndose. Mi hermano mayor ni siquiera trató de estar de mi lado, ¡estaba uniéndose a ellos!

Sentí mi labio inferior tambalearse y lágrimas llenar mis ojos. ¡No llores! ¡Los bebés lloran, tú no eres un bebé! Volteé mi cabeza de nuevo al río para que no pudieran ver mi cara roja y mis traicioneras lágrimas. Sentí un sollozo empezar a formarse a través de mi garganta y sabía que no podía dejar que lo escucharan.

Moriría antes de que me vieran llorar.

Tomé un respiro profundo y corrí por el hielo tan rápido como pude. Y por un momento deseé caerme; estarían en tantos problemas y se sentirían tan culpables de haberse burlado y llamarme un bebé. Con cada paso de mi bota estuve atento del ruido del hielo rompiéndose. Pero no hubo ninguno y, de un momento a otro, estaba del otro lado.

Levanté mis puños en el aire triunfantemente y esperé escuchar sus aclamaciones. Cuando me volteé para mirarlos, seguían en un círculo juntos, riéndose. Ni siquiera me habían visto. Se habían perdido todo el desafío.

Y quería llorar de nuevo.

Tragué las lágrimas y estaba a punto de gritar que quería irme a casa. Pero, entonces, me di cuenta de algo colgando del árbol arriba de ellos. ¿Cómo me había olvidado? Era el único que se había dado cuenta y razoné que era mi pase a la venganza y a la redención. ¿Pero, a quién desafiar?

Me paré silenciosamente, mirándolos mientras bromeaban entre sí, y los señalé, susurrando silenciosamente para mí mismo.

—De tin marín, de dos pingüé, cúcara, mácara, títere fue, yo no fui, fue Teté, pégale, pégale, al quien fue.

Mi dedo se paró en Teddy. «Bien —pensé—. Se supone que es mi hermano, lo merece más».

Aclaré mi garganta.

—Desafío a… —grité cruzando el pequeño río, interrumpiéndolos.

Ellos me miraron, casi sorprendidos de verme parado en la otra orilla. Así que se habían olvidado de mí.

—Desafío a —empecé, con ira renovada— TEDDY a columpiarse en la cuerda a través de la quebrada y a parar en este lado.

Hubo un silencio mientras, en tándem, los tres miraron la soga colgándose del árbol arriba de ellos. Durante el verano nos tomábamos turnos columpiándonos en ella y tirándonos de cañón en el agua; y si tomabas la suficiente fuerza, en realidad podías llegar hacia el otro lado de la quebrada. He visto a mi hermano hacerlo muchas veces.

Los ojos de Teddy se hicieron grandes y me miró como si lo hubiera sentenciado a muerte. Jeff y Mike empezaron a empujarlo inmediatamente, diciéndole que no fuera un cobarde. Sonreí del otro lado del río. Esperaba que fallara el desafío. Sería lo que merecía.

No tomó mucho para que Teddy trepara el árbol y se sujetara a la cuerda. La probó un par de veces y luego se colgó con todo su peso. Se sostuvo como siempre.

—¡Cuando llegue ahí, voy a desafiarte a hacer saltos de tijera en medio de la quebrada! —me gritó. Ahí es cuando me di cuenta de mi error. Si Teddy me desafiaba a hacer eso, ciertamente me acobardaría y me acecharían hasta las pascuas. Envié un rezo silencioso a Dios para que Teddy no llegara a este lado del río.

—¡A la cuenta de tres! —Mike gritó a Teddy.

Vi a Teddy contar silenciosamente para sí mismo y luego se tiró del árbol tan duro como pudo. Se meció en un arco largo y profundo como siempre. Miré la escena con mis dedos cruzados, deseando que la cuerda no fuera tan lejos y que cayera en la otra orilla, con su desafío sin cumplir y el juego terminado. Pero pude darme cuenta inmediatamente de que iba a lograrlo y retrocedí para que aterrizara.

Y luego el sonido más ruidoso que había escuchado antes o desde ese momento corrió por el aire como un disparo.

SNAP

Teddy se hundió tan pronto como golpeó el hielo y la cuerda y la rama del árbol lo siguieron hacia la oscuridad. Sentí mis pies moverse debajo mío mientras patinaba hasta el lugar donde se había caído; el pánico aplastaba mi pecho como un tornillo. Los tres estábamos sobre nuestros estómagos tanteando el furioso y áspero agujero sin haber pasado diez segundos. Buscamos en el vacío aguado, pero todo lo que podíamos sentir era la rama del árbol debajo. Y luego de un minuto, no podíamos sentir nada: nuestras manos y brazos se habían entumecido.

Jeff nos sacó a Mike y a mí de ahí y empezó a correr hacia los trineos.

—¡Dejen este trineo ahí, necesitamos salir de aquí ahora!

Me sentía frío y muerto. Me tropecé ciegamente hacia la voz de mi primo.

—Tenemos que salvar a Teddy. Quiero a Teddy. Está en el hielo. Tenemos que ir a buscar a mamá y papá. —Pero estaba llorando tanto al final que dudo que hayan entendido alguna palabra. Y a pesar de mis protestas, los seguí por el bosque, confundido y frío.

Pero luego de un tiempo, ya no podía sentir el frío. No podía sentir ningún dolor, en mi corazón o en mi cuerpo. De hecho, no podía sentir nada.

Mike no dijo una palabra en el camino de vuelta, pero Jeff habló del «plan».

Solo diríamos que Teddy decidió ir a casa antes que nosotros y que dijo que iba a tomar un atajo en el bosque, el otro bosque al final de la carretera.

Asentí por un momento, incluso sonreí por su plan. Dios, a este día no sé por qué sonreí. Estábamos casi en casa para el momento que empecé a procesar lo que estaba diciendo.

—No. Tenemos que decirle a papá que salve a Teddy —le dije. Estaba sorprendido por lo vacía que sonó mi voz.

Mike solo siguió caminando adelante, pero Jeff me miró.

—¡Es muy tarde para salvarlo, pero puedes salvarte a ti mismo! Es tu culpa que esto haya pasado porque era tu desafío. Te llevarán a la cárcel por asesinato y te sentenciarán a pena de muerte; es un caso abierto y cerrado. No puedes decirle a nadie nada. Nunca.

Y no sé por qué le creí, pero lo hice.

La parte más difícil del día no fue ver a mi hermano morir, o la larga y fría caminata a casa. La parte más difícil fue pretender como si nada estaba mal cuando llegamos.

¿Cómo que no han visto a Teddy? Tendría que haber vuelto ya, se vino a casa una hora antes que nosotros.

Sin embargo, no podía tener mi cara seria por mucho tiempo, y empecé a llorar. Mi padre pensó que era porque hacía tanto frío que mi piel empezó a volverse blanca.

Los adultos inmediatamente montaron una búsqueda en el bosque entre nuestra casa y el parque, que, por supuesto, no terminó en nada. Por la noche llamaron a la policía.

Buscaron en el bosque por las siguientes veinticuatro horas porque creyeron nuestra historia. La colina de trineo había estado llena de gente ese día, pero un par de personas estaban seguros de que nos vieron ahí.

El día después de eso quisieron buscar del otro lado del bosque —el lado en el que Teddy en realidad estaba—, pero una tormenta de nieve apareció y la búsqueda se canceló. A mis padres les dijeron que donde sea que estuviera Teddy, estaba casi ciertamente muerto.

Los padres en el vecindario dejaron de llevar a sus niños al bosque, incluso en verano. Mis propios padres no me dejaron salir de casa por un año. Crecí enojado y malévolo. Odiaba a todos, pero a nadie más que a mí mismo. Me apunté a la universidad sólo para alejarme de mis padres, porque su constante amor y apoyo se sentía injusto y vil para mí. Deseaba que tuvieran otro hijo para que pudieran darle su amor a alguien que lo mereciera y dejaran de hablar sobre Teddy todo el tiempo.

Entré a la Universidad de Minnesota. Mis notas eran una mierda y tomaba mucho. Mis padres me presionaban para sobresalir porque era su último caballo en la carrera. Nunca contestaba sus llamadas o correos.

Vivía con la culpa; solo un poco, pero vivía con ella.

Borracho, una noche, finalmente le dije a un par de mis amigos cercanos sobre eso. Estuvieron de acuerdo en que no fue mi culpa, esa mierda pasa, y que Teddy no hubiera querido que me hundiera en eso. Hice el desafío, pero él trepó la cuerda.

Esa noche fue un punto de retorno para mí. Luego de ser validado por gente que en realidad sabía la verdad, dejé de tomar y levanté mis notas por los últimos dos semestres. Y, de alguna forma, fue suficiente para graduarme.

Un año después obtuve una invitación a una fiesta de compromiso en la casa de mis padres. El primo Jeff iba a casarse con una chica que conoció en la marina y estaba «invitado a celebrar su amor» con ellos. Aunque odiaba volver a casa, quería apoyar a Jeff. De algún modo, saber que estaba viviendo una vida plena a pesar de nuestro sufrimiento compartido me hizo sentir esperanzado, como si yo pudiera hacerlo también.

La fiesta era más silenciosa y reservada que las fiestas que planeaban mis padres cuando éramos niños. Se habían vuelto menos divertidas desde la muerte de Teddy; más refinadas, más sombrías. Jeff estaba más callado de lo que recordaba, también, pero claramente estaba feliz con su nueva prometida, que se veía como una buena chica. Y aunque una larga sonrisa se posaba en su cara, sus ojos lo traicionaban con un cierto recelo, especialmente cuando me miraba.

Solo tuve el coraje de hablarle una vez. Compartimos un abrazo incómodo y lo felicité en su compromiso y le pregunté sobre su hermano. Jeff me dijo que Mike era adicto a la heroína y vivía en Arizona en alguna parte. Dije que parecía que Mike no se recuperó nunca. Jeff dijo que no sabía de qué hablaba y se alejó.

Pasé el resto de la fiesta abrazando a parientes, hablando poco y pretendiendo tomar (la sobriedad es sospechosa en mi familia). Luego de un rato, salí para fumar y tener un momento de paz. Y en el sigilo del aire otoñal, comencé a llorar.

Esta fiesta debería ser bulliciosa y ruidosa. Mis padres deberían estar riéndose. Mike debería estar corriendo por la fiesta desafiando a la gente a tomar tragos misteriosos. Debería estar contando historias de la universidad y hablando sobre mis planes. Y Teddy debería estar aquí en vez de estar muerto al fondo de un río.

Tiré el cigarro bajo mi auto y limpié la humedad de mis mejillas. Sabía lo que tenía que hacer y dónde tenía que ir.

Tenía que ver el río que me acechó desde que tenía nueve. ¿Alguien había vuelto a la quebrada Caballo Mecedora? ¿Seguía ahí el trineo de Teddy? ¿Reemplazaron la cuerda? ¿Se habría secado la quebrada? Ese era mi peor miedo. Tenía secretos que no quería ver revelados. Encendí otro cigarro mientras caminaba y empecé a enlistar todas las razones por las que esa era una mala idea. Pasé el camino rogando por encontrar la fuerza para darme vuelta o rogando por el coraje para continuar.

Llegué a la tumba de Teddy antes de estar listo.

La quebrada era ruidosa y el agua se movía rápido —a causa de la lluvia reciente en el área, sin duda—. El caballo de madera estaba en mal estado. Ahora solo su cabeza era visible sobre el agua y estaba tan podrido que no podías ver lo que era. Nadie reemplazó la cuerda.

Me senté cerca de la quebrada y pensé en todo. Era difícil creer que este era el mismo lugar por el que aún me despierto gritando. Se veía mejor desde que tomó la vida de Teddy. Y si pudo mejorar, quizá yo también podía hacerlo. El árbol estaba tan lleno que no podrías pensar que perdió una rama alguna vez. Todo era tan diferente de lo que recordaba.

Incluso el caballo.

El juguete había estado una vez lleno de alegría, casi animado, pero ahora era una cabeza sin forma y mórbida. Sus ojos estaban dirigidos exactamente a mí y taladraban una mirada sin alma justo a través de mí. Envió un involuntario escalofrío por mi cuerpo y me volteé en repulsión, inmediatamente vi lo que el caballo estaba mirando: un destello de plástico rojo saliendo del suelo detrás de mí.

El trineo de Teddy.

Mi reacción fue visceral y tuve que agacharme y vomitar en el pasto debajo. Era real. Pasó. ¿Había estado pretendiendo que no era real? ¿Fue esa la razón por la que vine aquí? ¿Para pretender que el pasado se había ido y que ya no importaba? ¿Cómo podía olvidar lo que en realidad era ese lugar?

Me tropecé en mis pies y empecé a caminar por la orilla, lejos del trineo hundido, parando cada unos cuantos pasos. Solo quería alejarme, de esa cosa que era lo único que quedaba de mi hermano. Todo lo que solía ser Teddy yacía en el fondo del río ahora. Saqué un cigarro de mi paquete con manos temblorosas. Mientras trataba de prenderlo, me tropecé con algo y me caí; mi cigarro rodó por la orilla y cayó en el agua.

Era una cuerda. Y supe de inmediato que era la cuerda de Teddy.

La pateé lejos de mí, era peor que el trineo. Si tenía algo más para vomitar, sabía que lo habría hecho. El final de la cuerda se deterioraba en la orilla con su largo desapareciendo en el agua del río. Y quizá soy mórbido o enfermo o loco, pero de repente decidí que quería saber, quería ver.

Me agaché y la recogí. Se sintió como todos esos veranos cuando solía columpiarme de ella hasta el agua mientras Teddy aplaudía en la orilla.

Empecé a tirar la cuerda fuera del río.

El agua se movía rápido y la cuerda era pesada. La quebrada no quería ceder sus secretos tan fácilmente y se rebeló contra mis esfuerzos. Aun así tiré más duro. Justo cuando pensé que llegaba al fin de eso, algo largo y delgado llegó a la superficie del río. Lo vi por solo un momento antes de que la cuerda se rompiera y se hundió de nuevo en el oscuro abismo.

Casi me tiré después de eso. Pero me paré en la orilla, con mi cerebro gritándome, y me di cuenta de lo que casi había hecho. ¿Y si era Teddy? ¿Hubiera querido verlo?

Saliendo de mi trance, dejé el resto de la cuerda en el agua y volé al bosque. Mis pulmones luchaban por aire y los árboles comenzaban a girar a mi alrededor. Ansiosamente, encendí otro cigarro y dejé que los escalofríos pasaran por mi cuerpo mientras esperaba que la nicotina me calmara.

Me paré ahí, en medio del bosque —la cuerda rota a seis metros detrás de mí, al fondo del río—, y tomé pitadas cortas de mi cigarro. Y cuando mi respiración se volvió normal, sentí algo mirándome.

Era Teddy, por supuesto. Estaba sentado con su espalda contra un árbol, con un parka morado que seguía brillando en la puesta de sol, y en algunas partes blanqueado tan blanco como sus huesos. Folio roto de un calienta-manos estaba en su mano, aún ahí luego de todos estos años. Me miró acusándome; los agujeros de su cráneo de alguna forma no estaban vacíos, en vez de eso sostenían una consciencia sabia que decía que sabía lo que habíamos hecho. Sabía que lo dejamos morir.

¡Pero no sabíamos eso, Teddy! ¡No lo sabíamos! No sabíamos que saliste del río. ¡No sabíamos que estuviste congelándote hasta la muerte mientras corríamos a casa para enterrar nuestros secretos! ¡Te hubiéramos salvado, Teddy, si hubiéramos sabido! Lo sabes. ¡Sabes que te hubiésemos salvado!

Le grito esto al esqueleto, en mi mente o en voz alta, no estoy enteramente seguro. Pero Teddy solo está sentado, mirándome, a treinta metros del caballo, a veinte metros del árbol roto. Y sé que se sentará ahí por siempre. Porque Jeff y Mike no necesitan saber que nuestros pecados son incluso más terribles de lo que habíamos pensado. Sé que es solo el sufrimiento que yo tengo que cumplir. Y que puedo darme cuenta mientras miro en la luz del sol floja que Teddy está de acuerdo.

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