CAPITULO 10º
CONFESIÓN Y SENTENCIA
Peter Connors, con muchos años al servicio de la Ley en Rock Bridge, primero como ayudante y después como Sheriff, no puede apartar la vista del hombre vestido de sacerdote que tiene delante, un hombre que responde al nombre de Norman Niedelman, y que le acaba de confesar, no sólo el asesinato de dos prostitutas que trabajaban cerca del pueblo, sino también otras quince muertes, incluyendo la del borracho que encontró los cadáveres de las dos putas.
-…el pordiosero está en el sótano de la vicaría. Aún debe estar caliente. -¿Me está tomando el pelo, verdad? Esto es un retorcida broma suya por algún motivo que se me escapa. -No. Le puedo decir dónde están enterrados y ocultos los otros catorce cuerpos; lo tengo todo muy bien detallado en mi diario. Si me dejan ir a mi casa a buscarlo… -No, no hace falta –Connors deniega con un enérgico cabeceo.
-Entonces, estará de acuerdo conmigo en que necesito ser severamente castigado por mis crímenes. -Eso no me corresponde a mí decidirlo. Le corresponde al Juez –Connors, sin poder todavía apartar la vista de Niedelman, añade-: Pero, si la mitad de las cosas que confiesa haber hecho son ciertas, Padre, por mí puede pudrirse en el Infierno.
Entonces, Niedelman, hace algo. Con gesto casi felino se inclina hacia delante y susurra algo al oído del Sheriff.
-¡Llévenselo de mi vista ahora mismo! -¡Recuerde lo que le he dicho, Sheriff! –Mientras los dos agentes se lo llevan a la celda, Norman Niedelman va canturreando y sonriendo.
-Jodido chalado –una vez queda a solas, Peter Connors recoge todos los papeles de su escritorio y, una vez hecho esto, se despide de sus ayudantes.
-¿Dónde va, Sheriff? –Travis y su compañero se miran extrañados, pero no hacen nada por impedir que su inmediato superior se marche, dejándolos solos en la oficina. -Tengo un asunto pendiente en casa. Es algo urgente… -Peter Connors parece diferente, de golpe y porrazo parece haber perdido ese brillo de inteligencia de su mirada, y camina como un autómata. -¿Se encuentra bien, Jefe?
-Sí, sólo necesito irme a casa, y solucionar algo que tendría que haber zanjado hace días… -Sin añadir una palabra más, sale de la jefatura y se encamina a su casa. Camina con la mirada perdida en algún punto más allá del horizonte, y su cara está cada vez más lívida.
Cuando llega a su casa, se dirige a la cocina y, siempre con la mirada perdida en el vacío, recorre la cocina de gas y arranca de cuajo los conductos, dejando que el butano fluya por las cañerías hasta formar una nube de gas lo bastante espesa como para nublar incluso su vista. Y, una vez logrado esto, Peter Connors saca su mechero y…
Norman Niedelman sonríe en su celda, y sigue canturreando una extraña melodía. Dos semanas después, su juicio, atrae la atención de multitud de periodistas y reporteros; aunque, más por el juicio en sí, por la sorprendente sentencia dictada por el Juez Andrew Goldstein, de clara procedencia polaca, y famoso en todo el estado de Arizona por su comprensión y su buen corazón.
-Norman Niedelman, por los poderes que me otorga el estado de Arizona, yo le condenoa dos sentencias de cadena perpetua en el penal de Saint Martin, en Phoenix, Arizona, por el asesinato confeso y probado de tres personas. Y le condeno a cadena perpetua porque opino que la pena de muerte es poco castigo para alguien cómo usted. Llévenselo.
-¿¡QUÉÉÉ!? –Niedelman, furioso, intenta abalanzarse sobre Goldstein, pero es firmemente sujeto por sus dos guardianes, que lo obligan a sentarse-. ¡SE ARREPENTIRÁ DE ESTO, SE LO JURO, JUDIO DE MIERDAAA! –Pero la sentencia ha sido irrevocablemente dictada, y no hay vuelta a atrás. FIN
EPILOGO Un mes más tarde, Norman Niedelman rumia su mala suerte en su celda del quinto pabellón del penal de Saint Martin, en Phoenix, Arizona, y comienza a escribir un diario que se remonta casi doscientos años atrás…