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A más de tres mil kilómetros de distancia de Rock Bridge en la populosa y ruidosa New York una joven de raza negra llamada Tawny McCain se despierta empapada en sudor frío, presa de una extraña y vivida pesadilla.

-¿Te ocurre algo, Tawny? 

-N-no, no… Estoy bien, sólo era una pesadilla.

-Pues ha debido de ser una pesadilla horrible, cielo. Estás temblando –Dinah Kravitz, su compañera de piso, para asegurarse de que no tiene fiebre, le pone una mano en la frente.

-Te digo que estoy bien, Dinah.

Sólo ha sido un mal sueño –con aire soñoliento, la joven vuelve a tumbarse en su cama y a taparse con la sábana, quedando casi al instante nuevamente sumida en un profundo sueño. Mientras, su compañera se limita a mirarla desde la puerta del dormitorio con una idea en la cabeza…


“Si eso era una simple pesadilla, yo soy la Reina de Saba…”


El día transcurre con normalidad para las dos amigas y compañeras de apartamento, y el episodio de la pesadilla de Tawny parece quedar relegado al olvido durante cierto tiempo hasta que…


-¿Sabes, Tawny? Que yo sepa, nunca he tenido una pesadilla, al menos no lo recuerdo. Duermo tan profundamente…

-Sí que lo haces. Hasta roncas y todo –Tawny sonríe e imita el ronquido de Dinah, que le arroja uno de los del pequeño sofá a la cabeza.

-¡Yo no ronco, idiota!

-Me gustaría que te oyeses. Puede que esta noche te grabe para que lo hagas mañana cuando te levantes –la joven de color hace una pausa y añade con aire pensativo-. ¿A qué viene ese comentario, es por lo de anoche, lo de mi pesadilla? Dinah se limita a mirarla durante un instante sin abrir la boca ni decir nada, finalmente asiente con la cabeza.

-Me asusté de veras, chica. Parecía que te iba a dar algo cuando llegué a tu dormitorio. ¿Estás segura de que no recuerdas nada del sueño?

-No… Sí…, mierda, está todo tan confuso. Recuerdo a un hombre que me sonreía, y a un chico joven, de unos quince o dieciséis años… y recuerdo algo malo, pero esa parte está confusa en mi mente. Pero recuerdo muy bien al hombre de mi sueño, parecía un tipo agradable, pero había algo en el que me provocaba escalofríos. Y su voz era, era extraña, no parecía humana…

-Chica, qué sueños más raros tienes –Dinah Kravitz, llegados a este punto, se levanta del sofá y se dirige a la cocina-. ¿Quieres una cerveza?

-Vale. Y, de nuevo, el episodio de la pesadilla de Tawny queda olvidado hasta un momento posterior. No será hasta la mañana siguiente cuando comience de verdad la auténtica pesadilla de la joven estudiante de periodismo. 09:00 de la mañana. Sábado. Ella y su amiga Dinah se disponen a desayunar.

Mientras Dinah prepara unos huevos con bacon, nuestra protagonista echa un vistazo a los periódicos, tanto locales como el Post, como de otros estados, entre ellos el Phoenix Gazette, y es ojeando este cuando comienza a temblar como una hoja, mientras balbucea palabras inconexas.


-¿Tawny? ¡Tawnyyy! –Quizás con demasiada brusquedad, su compañera la jala de los hombros y comienza a sacudirla, en un intento por sacarla del extraño trance en que se halla sumida.


-M-mira esa foto –finalmente, parece reaccionar y señala una foto en el periódico.


-¿Qué dices, cariño?


-¡Mira la jodida foto! Por fin, Dinah parece comprender y ve la foto que le señala su compañera de piso.


-Es guapo, pero muy joven para nosotras.


-Es él –musita Tawny en un hilillo de voz a apenas audible.


-¿Él, quién?


-El chico de mi sueño. En mi sueño se suicidaba…, se ahorcaba, ahora lo recuerdo todo. Santo Cielo, lo recuerdo todo.

Mientras, Dinah lee la noticia a pie de foto…:  -Tragedia en un pequeño pueblo de Phoenix. La pasada madrugada el joven David Stalk, de dieciséis años, apareció muerto en su domicilio de Rock Bridge. Aparentemente, el joven cometió suicidio.

-Tengo que irme –sin decir una palabra más, Tawny McCain se alza de su asiento y se dirige a su dormitorio para vestirse y adecentarse un poco.

-¿Tienes que irte, dónde? -A ese pueblo, a Rock cómo se llame.

A Phoenix, Arizona. -¿¡Te has vuelto loca!? ¡Son casi veinte horas de viaje hasta allí! -Puede, pero tengo que averiguar qué pasa en ese pueblo. Me temo. No, estoy segura de que el hombre de mí sueño tuvo algo que ver con la muerte de ese chico, y que si no hago algo puede que haya más muertes. Ante la extraña lógica de su amiga, Dinah Kravitz no puede menos que encogerse de hombros y quedar mirando como la joven negra se viste y hace la maleta.

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