En una pequeña sala, el viejo Gómez dormía sentado en una silla, con la cabeza recostada en la pared y la boca abierta. La noche estaba más movida de lo normal: había escuchado algunos griteríos, y el ruido del tráfico desordenado era más fuerte de lo normal.
Los ruidos terminarían despertándolo. Gómez bostezó y se pasó las manos en la cara, miró hacia la ventana y escuchó; el alboroto iba en aumento.
-¿Qué le pasa a esta maldita ciudad?-refunfuño Gómez al servirse café.
Con la taza en la mano se acercó a la ventana, abrió la persiana para ver.
Un grupo de personas corría por la calle, y tras ellos iba otro grupo. Cuando el segundo grupo pasó frente a la ventana, Gómez notó que todos estaban terriblemente heridos, fatalmente heridos, demasiado como para aún correr. Algunos autos intentaban abrirse paso entre la multitud de perseguidos y perseguidores, dando bocinazos y frenadas.
-¿¡Pero qué diablos...!?-el viejo se asombró. Esa gente tenía que estar muerta con aquellas heridas...
Alguien que corría por la calle gritaba como un loco:
-¡Los muertos han revivido! ¡Los muertos...!
Aquellas palabras y lo que vio llenaron de terror al viejo Gómez, pues era el vigilante de la morgue. Detrás de la puerta ya se escuchaban ruidos...
