Me encontraba caminando a casa, meditabundo y consternado, ante esa realidad, que aún no me era posible creer.
Las calles estaban desoladas y el cielo, también, estaba gris, como manifestando el estado de ánimo que de mi provenía. Los pasos me parecían interminables, las cuadras gigantes, el camino una eternidad. Estaba con la cabeza gacha, como arrepentido de algo que, sin embargo, no había hecho. La nostalgia enmarañable de ese ser era lo que me deprimía.
De pronto, sin que me lo hubiese imaginado, vino una violenta ráfaga de aire que me enfrió la cara y el cuerpo, esa ráfaga despertó mi estado de alerta, que se estaba adormeciendo. Luego, como si ese soplido de borrasca me estuviera avisando, me encontré frente a casa.
Naturalmente, ingresé, olvidándome por completo que mis padres habían viajado, para encontrarse con lo que quedaba de ese ser, de quien, justo, estaba pensando.
Llegué a la sala y sólo encontré a Boris, mi gato, que como siempre, al verme, se me acercó y se puso a acariciar mis canillas con su peludo cuerpecito.
Almorcé rápido y también le di su comida al gato, pues como era tarde y la hora de llegada de mis hermanos estaba próxima, tenía que apurarme si es que quería ver algo de mis programas favoritos, ya que, para cuando ellos llegaran, tendría que apagar el televisor y hacer mis labores.
Me acomodé en el sofá, que se situaba frente al televisor de la sala; dando la espalda al comedor y a la puerta de la cocina; y que también tenía vista lateral al pasadizo, donde se encontraban los cuartos y el baño.
En fin, la casa era pequeña y todo se podía ver desde ese sofá o “Trono”, como lo solía llamar mi papá. Ese sofá era el asiento favorito de mi padre y no podía ser utilizado por otro que no fuera él o, salvo, bajo su autorización. Curiosamente, estaba violando su ley, pero a mí me dio igual, total, no vendría sino hasta pasada una semana.
Me encontraba viendo la televisión con Boris, a mi costado, él se situaba a mi izquierda, con mira hacia el pasadizo.
Eran las nueve de la noche y todo a mi alrededor estaba oscuro, excepto, claro, el televisor. Estaba viendo la televisión transcurridas varias horas y mis hermanos aún no llegaban, no obstante, me acordé que habían dicho que se irían de compras, por lo que me quedé más tranquilo.
Por ratos, cuando estaba viendo la televisión, regresaban aquellos tristes pensamientos y yo me sentía afligido, víctima. Sin embargo, en lo posible trataba de mantener mi mente distraída.
En una de esas ocasiones, se me ocurrió distraerme con el gato, quien se encontraba entretenido mirando algo en el oscuro pasadizo.
Al principio creí que se trataba de un ratón, pero al ver al gato tan quieto y sin hacer nada, sólo mirando, refuté la idea, ya que de haber sido como creí, el gato hubiera ido tras el ratón.
Intenté llamarle la atención de varias formas, pero éste no hacía caso.
Luego, como revisando al gato, quien no se movía para nada, vi en sus ojos algo que me llamó la atención.
El gato tenía sus ojos bien abiertos y fijos en algo que estaba en la oscuridad; sus ojos estaban mirando como si delante de ellos acechara una amenaza. Esos ojos me alarmaron.
Por un momento creí que de un ladrón se trataba, mas no se escuchaba nada, ni pasos, ni movimientos, ni nada.
La luna estaba oscura, era luna nueva; el cielo estaba negro, más negro que el interior de una cueva.
El trance aumentó en ambos, puesto que el gato miraba hacia el pasadizo con más ahínco y ya casi no respiraba, mientras que yo, al igual que el gato, miraba a lo oscuro y no distinguía nada. Me olvidé por completo de la presencia del televisor, su sonido se ahogaba en mi trance. Estaba con miedo, pero a la vez con ganas de que ocurriera algo.
Luego, el gato, que tenía la mirada clavada en ese algo, comenzó a seguir a ese algo con la mirada.
-El gato movía la cabeza de derecha a izquierda, cuando supuesta mente ese algo se movía en zigzag, en la oscuridad. Sin embargo, no se escuchaba nada y en lo oscuro todavía nada distinguía.
Por fin, el gato se movió. Retrocedió un poco y se paró, sin quitar, para nada, la mirada en ese algo. Supuesta mente ese algo se dirigía hacia el gato, por lo tanto hacia a mí también.
El trance era tanto que ya ni podía respirar; el gato estaba tieso, sin embargo su mirada no podía vacilar.
Por último, el gato hizo ademán como si delante de él pasara una persona, yo no veía nada, pero, el gato, no le quitó para nada la vista y giró la cabeza cuando supuesta mente ese algo cruzaba delante de nosotros, con rumbo a la cocina.
Una vez que la mirada del gato se detuvo en la cocina, hubo un silencio espectral.
Mi mente no entendía nada, las ideas se entremezclaban, se contradecían, había un caos y por más que intentaba pensar, las ideas de una respuesta, de mi mente, se alejaban. Estaba estupefacto, frío, hecho una tumba y tan pasmado que hasta la sangre se me heló.
Luego de la cocina se escuchó una voz, que dijo:
_ No llores más.