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Revisión del 18:34 27 dic 2018

Y estalló, simplemente estalló. En mil pedazos, que a su vez dieron nacimiento a otros. Expandiéndose más y más, como si un vaso se derramara en el vasto mantel de la existencia, y que cada gota formara una estrella. Absteniéndose a mirarlas desde un observatorio, quizás por la época en la que la ignorancia reinaba, cosa que no difiere mucho de la actualidad, dos ojos ansiosos miraban de lado a lado. Como una figura de luz aparecía cada segundo, que sentía tan cerca, pero estaba tan lejana. Brillaban y encandilaban por su grandeza, por su majestuosidad, sentía como si cada astro le hablara, como rey que da un discurso previo a la ceremonia. Como alma que se libera luego de romper sus ataduras. Pensando en el causante de esto, aquella explosión inverosímil, que manchó un cielo negro, y lejos de convertirlo en basura, lo convirtió en arte.

Sintió temblores, hasta que vio una punta metálica recorrer el suelo blanco que estaba pisando. Movimientos audaces, rápidos y certeros. Dejando detrás de sí una estela con sus movimientos sinuosos, maravillado por la ilustre calidad del férreo objeto. Recorriéndolo, como si pudiera llegar al fin de un vasto plano existencial, como si aquel negro trazo dejara muchos deseos consigo. Era algo fantástico. Con la elegancia y prudencia digna de solamente los más talentosos artistas.

Pero hasta los prodigios han tenido errores, un pequeño desnivel, con eso podría excusarse. No dejaría de ser una equivocación. Que invocó a la figura blanca, que absorbía todo aquel que se acercara. Vio cómo su pequeño plano era destruido, sin dejar rastro, por el pasar feroz y voraz del vórtice blanquecino. No iba a gritar, no merecía. Simplemente era un espectador en el plano artístico. Una representación “mental”, que nada más estaba ahí. De nuevo, una gran máquina iba dejando rastros de su accionar, nuevas líneas divisoras, que a su vez, cerraban con otras. Esta punta, se detenía cuando dos líneas se encontraban, empezando a hacer un monótono movimiento por unos segundos, suave y veloz, dejando a una pequeña zona sumida en oscuridad. Y así continuó, repitiendo, como si fuera un ciclo, una rutina. Hasta que ya no hubieron más lugares que excluir del blanco suelo. Y el mismo, que antes fue tan claro como la nieve, ahora era tan oscuro como el cielo que vio hace unos momentos.

Claro que fue confuso, todo lo que él había conocido, descubrió que podía dejar de ser así. El cambio había llegado y marcó el nacimiento de una nueva idea. Hasta que, sobre el negro plano, unas gruesas líneas se posaban, pero estas líneas no dividían, simplemente se acostaban, mientras se encontraban empapadas de un líquido extraño, vio un color similar al del suelo actual, pero veía pequeños atisbos de lo que había quedado del blanco que tan bien conocía. Se movía por el suelo, y dejaba algo parecido a una estela, con su lento movimiento, daba lugar a una gruesa línea, que iniciaba un vaivén, y daba lugar a otras. Sus colosales hebras, colgantes desde el cielo y teñidas de un nuevo color, uno que nunca había conocido. Que decidió bautizar como gris. Fue entonces cuando recordó aquellas puntas metálicas, con un color similar al que recientemente había descubierto. A su vez, recordó las “sogas” que caían desde más allá de su vista, bañadas en el gris. Y, aunque había descubierto un nuevo tono, aún sentía su vista incompleta. Sintió un vacío por días donde, lo que él llamaba deidades, no aparecían. El tiempo tan envidiable que estaba pasando, pasó de ser uno al que nadie quisiera tener, la soledad fue el artífice principal de su “desgracia”. O así creyó él, que no tardó en arrepentirse al ver cómo algo nuevo aparecía. En su umbrío plano, un color nunca antes visto, que en una esquina simplemente se plantó.

Gracias a una gran figura, similares a las metálicas, pero esta vez parecía más gruesa, y lejos de ser de metal. Parecían de madera. Con una punta a tono con su rastro. Un color que le recordó al blanco, pero lejos de ser brillante y puro, un pequeño tono amargo surgía desde lo más profundo del trazo. Amarillo, ya lo había decidido. Que dio lugar a una figura brillante y calurosa, que conocerían como sol. A su vez, otra gran deidad aparecía, diferente a todas en muchas cosas, sin puntas, sin sogas, sin estar colgado. Una piedra, que con cada movimiento, dejaba su polvo en el suelo. Arrastrándose, y arrancando partes de ella, quedándose en el suelo. Materializando en su mente, el tan frecuente negro que lo rodeaba, diferenciándose por, lejos de ser oscuro y voraz, era elegante, digno de portar por un rey. Llamándolo azul. Posteriormente, surgió un color muy diferente a todos, sin rastro que podía observar de su antigua y monocromática vista. Un color incendiario, pasional, lleno de emociones cálidas. Con otro cuerpo de madera, posándose en el mismo lugar que el amarillo. Empezando a imitar sus movimientos. Por momentos vio al gran sol, cambiar de color, “rojo”, pensó mientras no frenaban. Luego, el amarillo dejó de estar en el cuerpo del sol, aún presente en sus rayos, el rojo tampoco dominó por esos lares, más bien inició uno nuevo, desconocido. Uno que rebosaba de la alegría digna de ser fruto de una creación, llenándose de la imaginación más bienaventurada; naranja.

No tardó mucho en que los rayos del sol, aterrizaran en el azul suelo, que de no ser por este momento, ni se hubiera dado cuenta de la humedad que estaba pisando. Una vez más, dos colores chocaron entre sí, y formaron a un distinto tono jamás visto. El color que le transmitía el sentimiento de la vida, una armoniosa y fresca esperanza. Fue esta frescura la que, formó un frondoso suelo, uno verde, donde finas hebras surgieron alrededor de sus pies, y algo nuevo llegó a su nariz, un aroma, el césped. Cosa que nunca antes había sentido. Del azul empezó a ver cómo reaparecía un viejo conocido, uno muy extrañado, el blanco. Que una vez unió su esencia al azul, se alzó en el vuelo. ¡Celeste! Exclamó. Un color solamente digno del cielo, de la casa de sus deidades, rebalsando de la generosidad, fruto del distanciamiento que sufrió con sus dioses. Estos seres que verdaderamente amaba por darle la vida, por entregarle un nuevo conocimiento. Entes que, él sabía, nunca le abandonarían. O eso pensó hasta que su amado hogar empezó a temblar, doblarse y romperse. Donde cayó, chocando contra el césped que había sido creado hace poco. Intentó sostenerse de un borde de su plano, pero solo logró cortarse las manos. Donde recordó el mismo color que cambió su sol, el rojo. Cansado, sintió el viento recorrer su cabello negro mientras caía al vacío, que al mancharse con su sangre, formó un nuevo color, uno que él no pudo ver. Que yo bautizaré marrón, el color de la narración.

Para finalizar, deseando una eternidad que le fue arrebatada, al desplomarse en el azul. El rojo se unió, por primera y última vez, al agua. Color que sus castigados ojos, lograron distinguir. Y, que con sus palabras finales, encontrando por primera vez la muerte, logró ser perpetuo. Violeta susurró antes de callar por siempre. Sin embargo, vio todo negro, como su muerte.


Aleksai Sagir-Lazzuli