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Consejos-para-conducir-con-lluvia

Llovía, como suele llover en Madrid en noviembre. Y pasaba lo que suele pasar en Madrid cuando llueve. Cuando las tres primeras gotas de agua llegan al asfalto al noventa por ciento de los conductores se les olvida cómo se conduce, provocando así los engorrosos atascos.

Eso desquiciaba a Lucía, eso y el terrible pánico que le tenía a las tormentas y aquella era una de las buenas. Con sus truenos, sus relámpagos, su lluvia golpeando con fuerza el exterior del coche, con las burbujas que provocaban las gotas al morir reventadas contra el asfalto... Lucía sólo quería llegar a casa para poder relajarse por primera vez en todo el día.

Había sido una jornada muy dura, como siempre.

Despertarse a las siete de la mañana, como siempre.

Despertar a su hijo de cinco años, como cada día.

Prepararse ambos, llevar al niño al "cole" y ella continuar hasta su trabajo para, ocho horas después, hacer el camino inverso.

La vida es dura para una joven madre divorciada.

El sonido de un trueno seguido de la luz de un relámpago devolvió a Lucía a la realidad de la conducción (¿o fue al revés?). Por fin los coches se movían, por fin podría llegar a casa, sacar a su hijo del asiento  de la parte trasera de su coche y subir juntos al abrigo de su hogar y, tal vez, por fin su pierna izquierda, al sentirse otra vez segura, dejase de temblar.

Un nuevo trueno.

El trueno de truenos.

Lucía no puede ahogar su pánico a las tormentas y deja escapar un pequeño grito. Fran, su pequeño, empieza a hacer eso tan incómodo que solamente los niños de cinco años saben hacer de forma tan molesta: llorar.

Lucía, ya repuesta del susto, enciende el radio CD del coche. Busca una música con la que calmar a su pequeño y, ¿por qué no?, a ella.

Suenan los canta juegos.

No funciona.

Lucía desespera, intenta mantener su atención en el tráfico pero el llanto de Fran no se lo permite. Presa de sus nervios gira la cabeza y grita:

¡¡Cállate ya!!

La frase retumba por cada centímetro del habitáculo del coche hasta llegar a los oídos del pequeño.

Mensaje captado. Sorprendentemente el niño calla.

Miedo al cuadrado; de la madre a la tormenta y del niño a la madre.

Ahora son dos los que quieren llegar cuanto antes al abrigo del hogar.

Un nuevo semáforo se abre. Ya sólo queda un último giro para enfrentar la calle en que viven. Apenas un par de minutos y estarán entrando en el garaje, dejando atrás un momento gris dentro de una tarde gris. Todo habrá acabado.

Los dos tomarán una ducha caliente y después, juntos, reirán con las ocurrencias de Bob Esponja.

El coche enfila la cuesta del garaje. Lucía frena, busca en su bolso el mando de apertura automática.

Un nuevo trueno. El mando cae al suelo del coche. Lucía busca nerviosa con su mano derecha mientras observa por el retrovisor cómo el pequeño Fran no se atreve a llorar. Aunque ganas no le falten.

Una vez encontrado el mando logra abrir la puerta.

Ya está.

Están dentro del garaje.

Es una prolongación de su casa, están a salvo. Nada malo puede pasar. "Adiós, maldita tormenta", piensa Lucía.

Holaaaa – dice Fran

¿Qué dices? – pregunta Lucía a su hijo

Nada, saludo – responde el pequeño

Déjate de bobadas – sentencia la madre

Lucía conduce hasta su plaza de parking, como cada día. Las luces se van encendiendo conforme el coche avanza.

Free Parking

Llegan a la plaza. Ya más tranquila, la joven mamá, cuadra el coche para aparcar. Mira por el retrovisor y ve a Fran saludando con su manita por la ventana. "Vaya día llevamos hoy", piensa. Empieza a mover el coche hacia atrás pero se detiene de manera brusca. Una sombra se ha cruzado por detrás.

"Ya han vuelto a entrar los gatos", piensa Lucía. Reanuda la marcha pero vuelve a frenar, ésta vez la sombra ha cruzado por delante del coche.

Lucía suspira y mira a Fran que ríe a carcajadas.

¿Te hace gracia, eh?

El pequeño asiente con la cabeza.

Termina la maniobra. El coche está por fin aparcado.

Lucía baja del auto, abre la puerta trasera más próxima a donde se encuentra Fran, que continúa riendo, y le desabrocha el arnés de seguridad de su sillita.

Pero bueno, ¿qué te pasa que no paras de reírte?

Fran levanta su manita derecha con el dedo índice estirado y, señalando por encima del hombro izquierdo de su madre que continúa agachada dice:

Te pillé, ja ja

Frío.

Un frío intenso se apoderó del riñón derecho de Lucía.

El frío del acero que se hundía en sus carnes mientras una mano le tapaba la boca impidiendo sus gritos.

El frío dejó paso a un calor atroz justo en el instante en que aquel certero cuchillo abandonó su riñón. La espalda ardía; era ahora el cuello el que sufría el frío filo de la muerte. Ya no había ninguna mano tapando su boca. No hacía falta.

Lucía cayó al suelo.

Entonces los ojos del asesino se fijaron en los del niño que continuaba en su sillita mirando la escena.



El hombre del cuchillo esbozó una leve sonrisa, el niño imitó el gesto al que acompañó con un cariñoso "papá" mientras estiraba sus bracitos hacia el adulto.

Créditos a 'Juanma Saez'

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