Wiki Creepypasta
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Hace unos minutos estaba en el banco, para cobrar mi miserable sueldo. Sueldo que tomaría mi exesposa, el gobierno y las corporaciones. Eso es todo, yo no quiero problemas. Por supuesto, así no me ha ido. Nada funciona bien. La primera señal de que algo andaba mal era la espesa niebla. Muchos supusieron que era un incendio, pero no olía bien.

Las puertas desaparecieron. Ya no se encontraban encerrados con llave; simplemente encerrados. En lugar de la puerta, quedaba la pared.

Entonces, el pánico se apoderó del público. El griterío era de lo peor. ¿Alguna vez has oído hablar de un banco lleno de gente que tiene de pánico a las mismas? Era horrible. A medida que la niebla se hacía más espesa, una risa se escuchaba. Estaba en todas partes, ¿de dónde venía?

Una anciana, que no tendría más de 80, se derrumbó. Mientras los guardias agitaban sus armas como maníacos.

Estaba aterrorizado, todos lo estábamos. Nada tenía sentido. No era la realidad. Era algo demasiado tétrico como para ser real. Las puertas no desaparecen por arte de magia, no puede crearse niebla de la nada. En la realidad, esto tendría sentido. Más gente siguió desplomándose, la siguiente en caer fue una niña, no más de diez años. Ella estaba perdiendo, además de sus dos dientes superiores frontales, la celebración de un globo de oro.

Más y más gente comenzaba a desmayarse.

Empezaba a ver todo borroso. Mi cuerpo estaba dejando de funcionar.

Ya estaba fuera del juego.

Me desperté en una mesa, o eso creí hasta que empezó a moverse. Creo que era una camilla. Al principio me sentí aliviado. Intenté preguntar qué estaba pasando, sin embargo, un dolor agudo hizo aparición. No podía abrir mi boca. Sentía el sabor metálico de la sangre en mi lengua. Mi boca había sido sellada con grapas. Intenté gritar, pero las grapas lo impidieron. No quería abrir los ojos.

No quería ver quién había hecho esto. Sabía que si abría los ojos, me aterrorizaría. Pero tenía que saber. Abrí los ojos por un segundo.

Un hospital de dementes. El celling estaba hecho de carne, carne viva. Un rostro me estaba mirando, sonriendo, en el techo. No he visto la gente que empuja la camilla, solo escucho sus profundas respiraciones y siento su aliento a cuerpos en descomposición.

Había visto muchos cadáveres, consecuencias de ser paramédico. Había visto víctimas de accidentes automovilísticos, heridos de arma de fuego, partes de una persona dispersada en una habitación y muchas otras cosas. Pero nunca me había afectado, ¿por qué ahora sí? No era propio de mí. Estaba ahí para recoger los cadáveres, en un futuro me darían las gracias. Quizás ahora me pase lo mismo.

La camilla había pasado por una puerta. Se detuvo. Seguramente sea algo malo. Sentí como toda la sala me estaba mirando. Mirando mi cuerpo. Sentí como un doctor me tocaba para examinar mi cuerpo. Él expresó su aprobación, sentí su aliento putrefacto cerca de mi cara. Olía a carne que había quedado en un auto durante el verano. Me ordenó abrir los ojos.

Obedecí al “médico”. Vi una perversión de la humanidad. Ojos de tamaños diferentes, un ojo era azul, el otro era verde y parecía que se lo insertó en su cara hace poco; sus cejas eran distintas, una era espesa y tupida, otra parecía arrancada a la perfección; sus labios eran voluminosos y violetas, con una cicatriz muy profunda en ellos; una nariz pequeña y puntiaguda. Parecía que había pasado mucho tiempo en el sol; sus orejas eran de origen africano, pero las cuencas de sus ojos eran asiáticas; un cabello rubio y brillante, lleno de vida. Bizarro, si lo comparabas con el resto de su cuerpo.

Él rio, me dijo con un marcado carácter femenino y un acento ruso.

—No te voy a mentir, te dolerá como el infierno.

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