Me levanto de mi cama con las mismas ganas de siempre y con la misma pijama de toda esta vida. Me veo al espejo y estoy ahí pudriéndome como un perro muerto por las calles. Mi aliento parece de vísceras de 4 meses en descomposición.
Me veo los ojos rojos, rojos como la sangre que desprenden mis oídos. Soy un muerto en reanimación, alguien que dejó de existir hace mucho. Muevo mi sucia cabeza a un lado y me miro nuevamente. Mis labios no son más que carne podrida y carcomida por gusanos que ahora entran y salen por mi nariz. Levanto mis manos: están tan negras que cada vez que las veo vomito en ellas, tratándolas de ocultar con mi vómito. No sé ni cómo puedo vomitar, estoy seguro que no tengo órganos ni tripas ni pulmón, ¡ni nada!
Pierdo el control y solo muerdo mi asquerosa lengua llena de pus. Veo mi pecho, mis rodillas y mis pies: todo está podrido todo apesta. Vomito nuevamente en todo mi cuerpo tratando de quitar este olor de podrido, este olor de muerte.
No existo, soy una aberración de Dios, soy un muerto que nada por ahí. La gente me mira tan raro cuando voy por algo de comer, y luego me doy cuenta que no puedo comer, no tengo nada adentro… Me arranco poco a poco mis cabellos y solo veo sangre muerta y coagulada; me araño la piel para sentir dolor, pero nada. Me veo y paso el día mirándome, y cuanto más lo hago, más me doy cuenta de que soy un muerto. Veo el cajón debajo del espejo, es un arma, quizá pueda tratar de matarme, aunque… Aunque ya lo estoy.
