Recuerdo mi infancia débilmente, casi no logro recordar muchas cosas y, bueno, no creo que todo el mundo la recuerde con claridad, pero algo que recuerdo fue una experiencia un tanto aterradora, pero reconfortante a la vez.
Un día, en mi casa revisaba alguna de mis cosas viejas de mi universidad, de la escuela, cosas muy viejas, y entre ellas encontré un globo, un globo rojo inflado. Me pregunté qué hacia allí y por qué no explotó con las cosas que tenía aquí.
Pero de un momento a otro una serie de imágenes me llegaron a la cabeza, y me quedé en una, una en que recordaba a un conejo, o una persona disfrazada de conejo de color azul, sus ojos circulares con una pupila muy grande, por así decirlo. Tenía una sonrisa alegre, era bastante tierno, panzón y tenía un moño de corbata rojo, siempre llevaba globos blancos y se los daba a los niños.

“Hace nueve años iba en el carro con mis padres. Mi padre manejaba y mi madre me hablaba muy alegre, animándome cada vez más por nuestra excursión a la feria. El atardecer era de un hermoso color naranja claro; creo que para mí era el día más hermoso que pudo haber. Poco después de unos minutos, llegamos a la feria, ya había caído la noche, fresca y oscura, como siempre.
Nos divertimos muchísimo allí. Comí algodón de azúcar, me había ganado un oso, subimos a la rueda de la fortuna, y mucho mas. Entre toda esa diversión, pude ver a unos niños muy amontonados sobre un conejo. Me acerqué y lo vi, era muy tierno, y alto, traía varios globos blancos, y se los daba a los niños. Parecía tratar muy bien a los niños, y estos parecían quererlo. Me acerqué a él hasta quedar enfrente, y lo miré de forma inocente, riendo ante su apariencia. Este se agachó hasta mi altura y habló.
- Hola, pequeño, ¿cómo te llamas? – preguntó con una graciosa y agradable voz.
- Soy Edward – alegué sonriéndole.
- Es un placer, pequeño Edward, yo soy Bonny, ¿quieres uno de mis globos? – volvió a preguntar despeinándome un poco.
-¡Sí! – exclamé sonriéndole.
- Pues toma – sacó uno de sus globos y me lo dio –. Diviértete mucho, Edward, y sé buen niño, recuerda, el conejo te ama – rió y continuó regalando globos mientras reía.
Me acerqué a mis padres con el globo y seguimos divirtiéndonos en la feria. En eso, las ganas de ir a baño me ganaron, y mi papa me acompañó. Al llegar entré a un pequeño baño público. Mientras mi papa esperaba afuera, pude oír que lo llamaron. Terminé lo que debía y al salir vi a mi papá mirando a otro lado mientras hablaba, y de la nada, unas gruesas y ásperas manos cubrieron mi boca y me sostuvieron alejándome de mi padre; por un momento, el pánico me invadió, temblé del miedo, empecé a llorar a ver cómo me alejaban de mi padre. Para un niño como yo, eso era la peor pesadilla que podría haber.
Me llevaron lejos, afuera de la feria, en un parque cerca de este. La persona que me sostuvo me tiró a un arbusto. Lo miré, era un tipo alto, su expresión era horrible, casi demoníaca, estaba lleno de miedo, y el llanto me dominó. El hombre me cubrió la boca y me apresó al piso. Me empezó a tocar, estaba demasiado asustado como para poder moverme, solo podía llorar. Me empezó a quitar el pantalón, y tocarme allí, por fin me vi preso del pánico y empecé a patalear, pero el hombre atrapó mis piernas débiles con las suyas, y soltó un fuerte golpe en mi cara, y de una forma retorcida comenzó a golpearme como si eso le divirtiese. En un momento, entre el pánico y el llanto, pude oír un susurro extraño proveniente de mis propios oídos que alegaban débilmente “él te ama”.
-Hacerle eso a una niño no está bien! – oí una voz a la espalda de mi acosador.
- ¿Eh? – volteó este, mirando al conejo de la feria –. Lárgate, carbón, no hagas que te mate.
- Hehehe, ¿matarme? ¡No hagas las cosas difíciles! Suelta al niño y…, métete con alguien que no sea tan débil, cobarde mortal – oí la voz del conejo cambiar drásticamente a una voz gruesa y tenebrosa, me heló el cuerpo por completo.
El hombre se asustó por su voz, y me soltó. Algo asustado saco una navaja de su pantalón y lo fue a atacar, pero de la nada se quedó quieto, como si una fuerza lo hubiese detenido, y vi, detrás del hombre, algo negro clavarse en su espalda y atravesarlo. Mis ojos se dilataron por la sangre, me asusté completamente, y sentí como se me iba cualquier fuerza. Me dejé caer en el piso y la última imagen que vi fue como algo negro salía de la espalda del conejo y destrozaba a aquel hombre.”
Recuerdo que poco después desperté en el hospital por mis heridas, y junto a mi había varios regalos, entre esos solo uno captó mi completa atención, que era un globo rojo. Lo tomé y vi que el borde rezaba en una buena caligrafía: “Él te ama”. Algo me hizo sentir bien, tranquilo y en paz, recordaba que aquel conejo me salvó, creo que le debía la vida, lo busqué y busqué para agradecerle… Jamás lo encontré.
Ya han pasado 23 años desde aquel acontecimiento y ese globo seguía como si recién lo hubiese inflado. Sonreí

sintiéndome en paz y armonía, me acerqué a un librero en la esquina de mi sala y lo amarré allí.
De pronto, algo llamó mi atención, y pude oír algo romperse, corrí al pasillo de la entrada y vi a mi hija romper una vasija carísima que había comprado hace mucho.
- ¡Luciana! ¡Mocosa de mierda! ¿Cuántas veces no te he dicho que no juegues a las bailarinas dentro de la casa?, ¿entiendes lo carísimo que era esa vasija?
-Lo si-siento mucho, papi, m-me des-descuide y-y lo tumbé, p-pero n-no fue a-a pro-propósito –tartamudeó la chica con los ojos llorosos.
-¡Nada de eso, mocosa!, ¡me tienes harto! ¡Lárgate a tu habitación!– le pegué una cachetada que la hizo caer al suelo.
En eso, algo me heló la piel. El globo que puse en la sala estalló simplemente, de la nada. La luz falló y se fue en toda la casa, Luciana se arrinconó en las escaleras. Y mi mirada se fijó en la puerta de la entrada, donde se veía una sombra de conejo.
El pánico me invadió de la nada, traté de correr pero me sentí débil, justo como aquel día. La puerta se abrió de golpe y lo último que pude oír fue: “Él te ama”.